Terra desconocía que poseía una imaginación difícil de domar,
a pesar de haber vivido siempre sola en la montaña, y sin apenas recordar cómo
es un ser humano, el lenguaje que dominaba, junto con su extraña escritura, si
alguien la hubiera conocido con estas características viviendo en la ciudad y relacionándose como cualquier ser humano, dirían de ella que
era una persona destacable, pues sin dudas, cuando tenía la oportunidad de utilizar lo que sabía, todo lo que salía
por su boca era asombroso, haciendo pensar
que había en su cabeza algo parecido a un molde que puede comprimir
altas dosis de imaginación, al
presentarse como en realidad era , limpia de impurezas mundanas.
Al no tener a nadie que la llamara por su nombre, ella misma
se hizo llamar Terra, como su oveja preferida. Para Terra que desde niña se
vio obligada a vivir sola en el campo después de que una fuerte tormenta
desolara en unas horas la hacienda de sus padres, y siendo aún casi un bebé, tuvo que adaptarse a vivir en soledad y a merced de la
naturaleza.
Para Terra todo su entretenimiento en sus largos ratos de ocio
era el de estudiar en la escuela más sabia que puede haber, la naturaleza que
le rodeaba, su única conversación que tenía consigo misma era hablar unos días con las encinas, otros con
los alcornoques que le regalaban el corcho con el que alfombraba el suelo de su choza y de esa manera calentar sus pies en el invierno.
En realidad era feliz y, por supuesto cuando
hablaba con la naturaleza creía que ésta le respondía a sus preguntas, nunca osó arrancar una flor para prenderla en su
cabellera morena, pues su filosofía era que las flores solo por el hecho de ser
bonitas, no había que sacrificarla, solo admirarlas.
La naturaleza era generosa con ella, pues en la oscuridad de la noche oía cómo la oscuridad le susurraba al oído sus
más íntimos secretos mientras creía dormir plácidamente en su choza, esa voz parecía decirle, pronto saldrás de este cenobio.
Cada vez que Terra soñaba con esta palabra su cuerpo se estremecía de placer a pesar de que en realidad no sabía qué significado tenía, pues para ella era como si fuera una clave que le hacía soñar con una libertad desconocida, una libertad que a veces creía intuir que no era lo que le convenía, pero sin saber el porqué esperaba con anhelo.
Ella aprendió a vivir con todo lo que le regalaba la naturaleza, pero a veces su subconsciente le alertaba de que necesitaba algo más de lo que creía tener, y
cuando cada atardecer se sentaba en su taburete de corcho, dejaba volar su
imaginación, soñaba con algo tan desconocido cómo el amor.
Uno de los muchos días, pues para ella eran todos iguales, al
salir de su choza comenzó a leer el cielo, serían los ocho de la mañana, aquel
día notó que algo
intangible la empujaba hacia un precipicio que ignoraba a donde la llevaría, preocupada por sentir por primera vez cómo su estado de
ánimo se entristecía, se atusó su larga melena y, se dispuso a dar de comer a sus dos ovejas. Entonces y mientras caminaba por una vereda en busca del Trébol, notó cómo el pecho le empezó
a latir con fuerza, mientras en el horizonte el cielo comenzaba a teñirse
misteriosamente de color magenta.
Terra en un principio no le dio importancia, y siguió caminando, iba
tan ensimismada con sus pensamientos, que a veces, creía mirarse a sí
misma cómo si ella misma se reflejara en un espejo imaginario, se inquietó, a veces le pasaban cosas que antes nunca le habían pasado, y para echar esos nuevos demonios de su pensamiento, se dijo a modo de convencimiento, creo que estas cosas son de mujeres.
Siendo de lo más natural por tener tan solo quince
años, y por esa razón, y casi sin darse cuenta, ya se dejaba mecer
por las nieblas grises del alma.
Una vez recogida las hiervas que necesitaba, se distrae
viendo como una oruga trepaba por el borde de su delantal, sin percatarse de,
que aquel día la atmósfera era diferente, cuando va en busca de sus ovejas, las
dos se encontraban acurrucadas una encima de la otra en un ángulo del pequeño
redil, no las oyó balar, ni tampoco el misterioso susurro que a veces hacían al
dormitar.
Su fiel perro Ton, un mastín que recogió en medio de unos
zarzales recién nacido, y que para ella era mucho más
que un perro, al ser toda su familia, a veces y cuando lo acariciaba le daba la sensación de que era un ternero. Pero, tampoco salió a su encuentro
como solía hacer.
Entonces, Terra comenzó a canturrear, como siempre hacía para
despejar los malos augurios, simulando despreocupación. En realidad era su manera de desnortar sus miedos y no
desvelar lo que de verdad sentía.
Se acercó a un cubo y se dispuso a llenarlo de
agua para lavarse la cara, de pronto se oyó un gran estruendo, en este caso le pareció que
la tierra se había agrietado, un crujir de ramas que iba unido a este atroz ruido, le hace
salir de la choza para enterarse que pasaba, entonces pudo ver un espectáculo
dantesco, las ramas de los olivos y de las encinas se encontraban esparcidas
por el suelo cómo tentáculos heridos.
Y entonces su instinto de protección por verse amparada, llama a su fiel amigo Ton,
pero no obedece a su llamada, entonces se dirige de nuevo hacia donde se
encontraban las ovejas, y espantada ve que las ovejas habían desaparecido, un
calor inmenso recorre si diminuto cuerpo, mientras los duendes y ondinas de los
ríos parecían fluir en su cabeza con tal fuerza que parecían haber trascendido toda su magia hasta el mismo lugar en el que
ella se encontraba.
¿Era acaso un delirio
de adolescente?
Sale corriendo, no supo porque lo hacía, en la precipitación
pierde la orientación no se acordaba donde se encontraba, estaba perdida, de
pronto un gran terror le invade no sabía regresar a su choza, y a
pesar de no dejar de mirar hacia todos lados, para Terra era como si la
humanidad entera se hubiera fundido en un único espacio y tiempo, donde ella se
encontraba como siempre en medio y, sola.
En unos minutos el
cielo se oscureció más de lo habitual, cuando aún eran las ocho de la
mañana, no sabía qué pero algo estaba ocurriendo en el cosmos, de pronto oyó un ruido infernal que hizo
temblar el suelo y, entonces pide a gritos y sin saber por qué lo hacía, que alguien
la auxiliase. Jadeante consigue llegar hasta un artefacto nuevo para ella, se
acerca con recelo, y entonces vio a un ser extraño, con piernas y brazos como
los de ella, aquel ser se encontraba impertérrito.
SIGUE

