La justicia de Dios no está ciega
Esta es una historia que hace no mucho tiempo aconteció, y yo
os la voy a contar tal y como me la contaron a mí.
Las mujeres de los indianos, que en este caso era una peruana
de piernas estilizadas ojos claros y rasgos bien definidos, tan hermosa que al
mirarla creías estar contemplando una diosa egipcia, pero la verdad es que en
la intimidad para su esposo era invisible, ella de nombre Isabel, sabía mejor
que nadie como era su esposo, pues se enamoró de un español que solo se
vanagloriaba de haber amasado una fortuna.
Desde hacía un tiempo,
Isabel sospechaba que su esposo deseaba regresar a España, pues intuía que lo
que más le atraía era el poder pavonearse de lo que había conseguido allá en
ultramar.
Y por esa razón quería volver a su tierra natural, el
Trujillo extremeño.
Una mañana luminosa peruana y cuando Isabel se encontraba en
su casa situada en el punto más alto del
llamado Huascarán---en la cordillera blanca—región amazónica-- Javier, creyó
que con la noticia que le iba a dar a su esposa, sería una sorpresa para ella, pues le iba comunicar su proyecto un proyecto que hacía tiempo tenía en mente, pero ella desde
hacía tiempo intuía que deseaba volver a sus raíces.
En realidad para
Isabel era la primera vez desde que se casaron que su esposo le hacía partícipe
de sus anhelos, Javier en su disertación explicativa le habló de cómo sería el
traslado del personal de servicio hacia España, ocupando de esta forma casi una
hora de su precioso tiempo. Para al final no decir nada, tan solo que había
comprado una propiedad en los alrededores de Trujillo de donde procedían sus
antepasados, y que había mandado construir una casa la cual ya estaba terminada
y esperando para ser ocupada.
Isabel que era una de esas mujeres que no le gustaba discutir con su esposo, no
por sumisión, pues solo pretendía con su actitud, mantener la paz en la
familia.
Poco después este proyecto era comunicado al servicio.
Mientras tanto en medio del bosque lejos de todo, una mujer
despechada al enterarse de lo que quería hacer su amado Javier, hizo un conjuro
para que no pudiera salir del país.
El proyecto siguió en marcha, y se comenzó el preparativo de
los equipajes.
La familia al ser tan numerosa, tardó unas semanas en ponerse
de acuerdo, pues la familia estaba constituida por cuatro hijas y tres varones todos ellos en edad de, no
entender nada.
Organizado el viaje,
algunos que constituían el servicio quisieron seguir con ellos, por lo tanto,
el séquito se componía por dos cuidadoras, una cocinera, varios criados y, por
último se agregó una persona más que por su aspecto de desamparo, lo acogieron para
el servicio de la limpieza, para Isabel su aspecto desaliñado, le causó pena, y
aceptó que se sumara al cortejo de la familia.
El viaje por supuesto era largo y penoso al ser muchos
miembros. Una vez llegaron al Pacífico y embarcaron todo parecía ir sobre
ruedas,
Pero Isabel tuvo una premonición desde que acogiera a aquel
ser desaliñado que lucía una coleta tan despeinada que parecía un mendigo, poco
después tuvo la sensación que no era el ser que aparentaba ser por su
humildad exagerada.
Ya en alta mar y encontrándose
alejados de la tierra, notó algo extraño, pues en sus oídos seguía oyendo el
zumbido de los insectos, mientras que en
sus fosas nasales creía seguir percibiendo
la fragancia de los árboles de su
tierra natal.
Todos parecían felices, los niños iban a conocer la madre patria,
todos eran miembros de una sola familia. Camino de Portugal, el Atlántico se
puso furioso, propiciando algunas bajas entre los criados, después de un motín
a bordo, en aquel infierno los días se hicieron interminables.
Un amanecer divisan las costas portuguesa, el mar se
encontraba en calma, pronto se encontrarían en Extremadura.
Una vez en Trujillo enfilan la carretera comarcal que lleva
al monasterio de Guadalupe, uno de los desvíos los introduce hacia una calleja
perfilada por una tosca pared de piedra, el pavimento al ser rústico los
guijarros se encontraban sueltos que hacían dar saltos a los ocupantes de los
vehículos. Los niños gozaban con el movimiento inestable del coche, después de
recorrer unos tres kilómetros y justo al llegar a un recodo del camino, la
comitiva se para, entre las encinas apareció una enorme casa que parecía sacada
de un cuento de hadas, sin dudas era en CASOPLÓN.
Al llegar, Isabel no tuvo más remedio que aceptar el entorno
donde se encontraba enclavada la casa, era preciosa, el acceso impresionaba,
pues estaba dotada de una gran terraza rematada con una balaustrada de piedra
trabajada, el acceso a la entrada principal había unas escaleras palaciegas que
anunciaba lo adinerado que era el dueño de la casa.
Dos guardas custodiaban la casa noche y día.
SEGUIRÁ

