

Esta tarde calurosa de Agosto la estoy llevando fatal, al
aire acondicionado le ha dado por no funcionar, mi cuarto de estar parece un
horno, ya es mala pata, no quiero ni mirar el termómetro, no por nada especial,
pero si miro la temperatura, seguro que sin pensar me voy a la piscina que
tengo frente a mi casa para no salir del agua hasta que los dedos de las manos
se asemejen a los garbanzos en remojo.
Pero como la piscina por la tarde no parece que me gusta
mucho, ya que la dedico a la lectura, se me ha ocurrido que quizás os guste escuchar
unos relatos que han surgido repasando unos apuntes que tengo de mi última
novela, que está basada en el antiguo Egipto, un país que me tiene fascinada.
Esto que os voy a contar no lo puse en mi novela, pues no
quise que ésta fuera demasiado extensa.
En mis manos tengo una nota sobre Stonehenge, sí, un
monumento megalítico que como sabéis se encuentra en Inglaterra. De este
monumento se habla mucho, unos dicen que fue un templo desde donde se hacía que
llegaran las plegarias al firmamento.
Pero os voy a revelar
algo que yo misma he descubierto estas noches de lluvias de estrellas, o noches
de San Lorenzo.
Anoche, y cuando observaba con interés el cielo, vi, después
de haber estado unos cuantos minutos de observación, cómo las estrellas
parecían nerviosas, pues se movían con rapidez, pero como no estaba segura de lo que estaba viendo, recurrí a unos
prismáticos, entonces creí ver que estas estrellas me hacían guiños, que
jugueteaban con alegría como niños en el
patio del colegio.
Os aseguro que es
emocionante, pues parecían contestar a mi curiosidad.
Estos movimientos con los que me obsequiaban las estrellas me
daba la sensación que estaba muy cerca de ellas.
Bueno, ahora ya me voy a lo que en un principio os he querido
narrar.
Hablaba de un monumento megalítico de los que dicen los
expertos, entre otras cosas, que puede
que fueran monumentos funerarios, o templos dedicados a alguna deidad.
Ahora ya me voy a Egipto a Abta Playa, que se encuentra
situada en el desierto de Nubia a unos 800 k. al sur del Cairo, unos de los
lugares más misteriosos de Egipto, y de los que nadie habla, pues lo que allí
ocurrió hace nada menos que 10.000 Años a C, es inenarrable según cuentan unos papiros encontrados casi a ras del suelo
por unos masáis.
Entre el año 6.100 y 5.800 a C en Abta Playa, ya se
encontraban construcciones líticas conocidas con el nombre de “Cromleh” siendo
el más importante de forma ovalada, de un diámetro de 5 metros aproximadamente,
y de unos 1000 años anteriores al de Stonehenge.
Este monumento egipcio
consta de treinta piedras dispuestas en círculo en cuyo interior hay
otras seis piedras.
Cuentan que cuando fue descubierta esta construcción, y
cuando sus descubridores osaron entrar en el recinto, vieron con estupor cómo
unas piedras tenían forma de puertas que parecían dar acceso a un calendario,
que señalaba el solsticio. También se encontraron otras tres piedras que
formaban claramente el cinturón de Orión.
Pero cuando estos masáis se hallaban dentro de este recinto
sagrado, ocurrió algo imprevisto, pues estos hombres vivieron uno de los
fenómenos más extraños y, extraordinarios jamás ocurridos en la tierra.
De repente el cielo se iluminó, de tal manera que los cegó,
mientras podían oír una voz que era tan profunda que también los dejó sordos, era la diosa
Hator la protectora de aquellas regiones desérticas.
Poco después de aquel suceso y cuando encontraron a aquellos masáis
desorientados por lo que les había acontecido, muchos curiosos se acercaron
para contemplar aquellas piedras que parecían desprender rayos bajados del
cielo.
Pero pronto aquel descubrimiento cayó en el olvido, hasta no
hace mucho tiempo que a alguien se le ocurrió narrar como leyenda, cómo unos
hombres vieron que se desprendían del cielo destellos luminosos que se posaban
en aquellas piedras.
Pero sólo aquellos
hombres que lo descubrieron, sabían que cada noche, en el solsticio, y cuando el cinturón de Orión
aparece en el firmamento, un fenómeno extraño se posa encima de aquel
monumento mientras éste parece transformarse en una gran catedral, que en pleno fulgor, absorbe las estrellas,
dejando el firmamento por unos
momentos tan oscuro y tétrico como si la bóveda celestial fuera una plancha de hierro.
¿Pero acaso no es esta plancha dura y negra no es la que nos protege
del mundo exterior?