CUANDO DESPIERTA LA BESTIA
Aquella noche Anna llega más tarde de
lo que le era habitual a su casa se encontraba cansada, mal humorada, el
trabajo realizado aquel día no había sido todo lo fructífero que ella había
deseado.
Una vez en su apartamento, cierra la
puerta con el pie, seguidamente, y va directa hacia el botón del contestador
cuya luz roja tintineaba con insistencia, lo mira con desgana, aquel día no le
interesaba para nada los recados que aquellas llamadas gravadas podían
contarle.
Mientras tanto se adentra por el
pasillo camino de la alcoba para cambiarse de ropa y escucha sin interés algunas
de aquellas llamadas, que casi siempre eran de las mismas personas, las cuales
no le decían nada importante.
Apoyada en la pared se quitaba los
zapatos. Una voz hartamente conocida para ella, le decía en tono gangoso, Anna
soy Pedro ¿Cuándo puedo verte? Es urgente, clic.
Se desabrocha los botones de la
blusa, se baja la cremallera de la falda, mientras, indolente la deja caer quedándosele suspendida entre
las piernas, una falda que se mostraba tan arrugada cómo en esos momentos se
encontraba su alma.
De repente una voz nueva para ella le
hace parar en seco, entonces escucha con atención el contestador, estaba siendo
invitada por una persona que no reconocía; se acerca al contestador, al creer
recordar vagamente ese acento, después de hacer un recordatorio de los días
pasados, piensa que podía ser un chico gallego que le presentaron en un evento
cultural. Sorprendida ese chico le estaba invitando a una cata de aceite. Después
de escuchar, más de dos veces el mensaje, Anna se queda por unos momentos
pensativa, al no entender el motivo de su invitación cuando solo mantuvieron
entre los dos una fugaz conversación, algo que no le daba licencia para llamar
a su casa ¿Quién le había dado su teléfono?
Poco después, y cuando se disponía a
cenar, decide aceptar la invitación, pues necesitaba desconectar del agobiante
ambiente del trabajo en el cual se encontraba atrapada. Aquella invitación
podía ser su salvación, aunque fuera solo por un fin de semana.
Descuelga el teléfono, sigue las
instrucciones de aquella voz metálica que salía de la centralita, que sin hacer
preguntas le da el número desde donde le habían hecho la llamada, marca el
número, enseguida se pone en contacto con el autor de la llamada. Después de
mantener una insulsa conversación al ser dos desconocidos, quedan para el
sábado de la próxima semana, la hora, 9,30 de la mañana.
Anna no supo de donde pudo sacar en
esos momentos esa mística que siempre creyó que sólo la podían padecer los
tontos desocupados cuando se sienten acogidos por un grupo que creyó podían
superar sus expectativas de ocio. Pero a pesar de su euforia desmedida, seguía
sin entender el porqué de su aceptación, pues sólo sabía sobre el aceite hacer
un buen márquetin para que el producto se vendiera mejor, y también que el
aceite sale de la aceituna, ante esta reflexión, Anna empezó a reír cómo hacía
tiempo no hacía.
Siempre supo que lo suyo era el
asfalto, las luces de neón los restaurantes caros, pues tenía que demostrar que
pertenecía a la llamada élite de gerentes de empresas que deciden cómo vender
los productos para que su empresa tenga mayor rentabilidad.
Cuando llegó el día señalado, le
invadió la incertidumbre, no se sentía segura de querer acudir a aquella cita
que denominó “a ciegas”, pues curiosamente no recordaba ni el aspecto ni tan
siquiera el rostro de aquel individuo.
Aquella mañana el amanecer ya había
presagiado un día espléndido, el sol parecía querer lucir sus rayos
dorados con más atrevimiento que nunca,
pues su luminosidad parecía clavarse con ardiente ahínco en sus brazos mientras
caminaba hacia la cita. No supo el motivo por el cual se sentía pletórica, con
una sensación placentera que le dio la impresión de estar metida en cada poro
de su piel, haciéndole vivir una rara y explosiva euforia desconocida hasta ese
momento para ella.
SEGUIRÁ
