martes, 23 de abril de 2024

Cuando resucita la Bestia


CUANDO DESPIERTA LA BESTIA

 

 

 

 

Aquella noche Anna llega más tarde de lo que le era habitual a su casa se encontraba cansada, mal humorada, el trabajo realizado aquel día no había sido todo lo fructífero que ella había deseado.

Una vez en su apartamento, cierra la puerta con el pie, seguidamente, y va directa hacia el botón del contestador cuya luz roja tintineaba con insistencia, lo mira con desgana, aquel día no le interesaba para nada los recados que aquellas llamadas gravadas podían contarle.

Mientras tanto se adentra por el pasillo camino de la alcoba para cambiarse de ropa y escucha sin interés algunas de aquellas llamadas, que casi siempre eran de las mismas personas, las cuales no le decían nada importante.

Apoyada en la pared se quitaba los zapatos. Una voz hartamente conocida para ella, le decía en tono gangoso, Anna soy Pedro ¿Cuándo puedo verte? Es urgente, clic.

Se desabrocha los botones de la blusa, se baja la cremallera de la falda, mientras, indolente  la deja caer quedándosele suspendida entre las piernas, una falda que se mostraba tan arrugada cómo en esos momentos se encontraba su alma.

De repente una voz nueva para ella le hace parar en seco, entonces escucha con atención el contestador, estaba siendo invitada por una persona que no reconocía; se acerca al contestador, al creer recordar vagamente ese acento, después de hacer un recordatorio de los días pasados, piensa que podía ser un chico gallego que le presentaron en un evento cultural. Sorprendida ese chico le estaba invitando a una cata de aceite. Después de escuchar, más de dos veces el mensaje, Anna se queda por unos momentos pensativa, al no entender el motivo de su invitación cuando solo mantuvieron entre los dos una fugaz conversación, algo que no le daba licencia para llamar a su casa ¿Quién le había dado su teléfono?

Poco después, y cuando se disponía a cenar, decide aceptar la invitación, pues necesitaba desconectar del agobiante ambiente del trabajo en el cual se encontraba atrapada. Aquella invitación podía ser su salvación, aunque fuera solo por un fin de semana.

Descuelga el teléfono, sigue las instrucciones de aquella voz metálica que salía de la centralita, que sin hacer preguntas le da el número desde donde le habían hecho la llamada, marca el número, enseguida se pone en contacto con el autor de la llamada. Después de mantener una insulsa conversación al ser dos desconocidos, quedan para el sábado de la próxima semana, la hora, 9,30 de la mañana.

Anna no supo de donde pudo sacar en esos momentos esa mística que siempre creyó que sólo la podían padecer los tontos desocupados cuando se sienten acogidos por un grupo que creyó podían superar sus expectativas de ocio. Pero a pesar de su euforia desmedida, seguía sin entender el porqué de su aceptación, pues sólo sabía sobre el aceite hacer un buen márquetin para que el producto se vendiera mejor, y también que el aceite sale de la aceituna, ante esta reflexión, Anna empezó a reír cómo hacía tiempo no hacía.

Siempre supo que lo suyo era el asfalto, las luces de neón los restaurantes caros, pues tenía que demostrar que pertenecía a la llamada élite de gerentes de empresas que deciden cómo vender los productos para que su empresa tenga mayor rentabilidad.

Cuando llegó el día señalado, le invadió la incertidumbre, no se sentía segura de querer acudir a aquella cita que denominó “a ciegas”, pues curiosamente no recordaba ni el aspecto ni tan siquiera el rostro de aquel individuo.

Aquella mañana el amanecer ya había presagiado un día espléndido, el sol parecía querer lucir sus rayos dorados  con más atrevimiento que nunca, pues su luminosidad parecía clavarse con ardiente ahínco en sus brazos mientras caminaba hacia la cita. No supo el motivo por el cual se sentía pletórica, con una sensación placentera que le dio la impresión de estar metida en cada poro de su piel, haciéndole vivir una rara y explosiva euforia desconocida hasta ese momento para ella.


SEGUIRÁ

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