De pronto, Anna siente un tremendo temblor en su
cuerpo cuando las ramas de aquel olivo intentan abrazarla, el instinto de
conservación la hace correr montaña abajo, el descenso hace acelerar aún más su loca carrera, en el
camino, al ser accidentado, no nota que sus pies van tropezando constantemente
con objetos resbaladizos y punzantes.
Cuando se encontraba cerca de la vereda que conducía
a la carretera, ante ella aparece el dueño de una almazara, a la cual su
empresa compraba el aceite, el hombre estaba harapiento, desnutrido, Anna se
regocija, pues creyó que era su salvación.
El hombre se acerca con un vaso de aceite, la invita
a beber, Anna da un paso atrás, aquel hombre que siempre creyó era pacífico la
taladraba con la mirada tan profunda que parece perdida. Tras ella otra voz le
dice con tono imperativo: “Bebe” y el vaso de Anna se quedó a la altura de su
boca sin beber ni una sola gota.
Anna entonces comprendió que para llegar a ser
ejecutivo en una importante empresa no era ético adulterar los productos para
obtener “medallas”.
Aquellos huesos que se encontraban cerca de ella
empezaron a danzar a su alrededor, Anna no podía creer que fuera verdad lo que
estaba viviendo.
Y seguidamente apareció de nuevo aquel olivo
centenario, que al acercarse la estrangula con sus secas y débiles ramas
mientras mascullaba: “Nadie puede adulterar los frutos del olivo porque es tan
sagrado que hasta es destinado para ser derramado como bendición a los cadáveres.
Anna en su agonía quiso pedir perdón por su
deplorable acción, pero ni el viejo olivo ni los huesos de las personas que bebieron
el aceite adulterada parecían tener compasión de ella.
Poco después se presenta ante ellos una furgoneta
desprendiendo un rancio olor intenso a
aceite que traslada su cuerpo hacia un cementerio nada usual pues es llevada a
una vieja almazara abandonada. Su cuerpo fue puesto bajo la piedra cilíndrica
de la molienda que se encontraba mugrienta por estar en desuso, parecía estar
preparada para que su cuerpo fuera
triturado.
La misma noche que Anna desapareció cómo ser
viviente, una legión de huesos entró en su apartamento, demoliendo todo cuanto
allí se encontraba, sin omitir las obras de arte que se encontraban manchadas
por la avaricia de una joven ambiciosa.
Mientras, sus vecinas murmuraban tras la mirilla de
las puertas cómo un ir y venir de gente
extraña sacaba objetos. Una de las vecinas comentó al día siguiente mientras
subían en el ascensor dos vecinas comentaban:
“Anoche, la
engreída… sí, ya sabes, la que vive en nuestro rellano, pues creo que
cambió de nuevo la decoración de la casa”.

