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lunes, 13 de febrero de 2017

El regalo llamado " La perla de Italia"

Aquel anillo recibido como regalo de bodas era una joya muy especial  pues era de un diseño extraño que le hacía ser especial; era un ópalo de color caramelo casi transparente que se encontraba coronado por brillante. Al verlo el rey, le complació y se lo ofreció a su joven esposa que impresionada  por su belleza no duda en lucirlo al instante. Poco después enfermó falleciendo casi inmediatamente.
Tan sólo se difundió que había contraído una de las enfermedades más extendidas en la época, la temida Tifoidea.
¿Qué fue lo que pasó para que enfermara con tanta rapidez cuando se encontraba paseando en una barca por el estanque del Palacio de Aranjuez?
El rey lloró la muerte de su esposa pero no conseguía olvidar a la condesa, poco después le regaló la joya a su prima María Cristina de Borbón Dos-Sicilias, que inesperadamente muere en una fiesta cuando lucía en su dedo el anillo admirado.
Ni el rey ni la corte, por supuesto sospechaban para nada de que una joya pudiera hacer semejante daño y cuando de nuevo el rey la recuperó, se la regalo a su hermana María Pilar por su cumpleaños, que también fallece inesperadamente cuando lo llevaba puesto en una merienda entre amigas. ¿Cómo se podía imaginar ni sospechar de semejante maldad? En la crónica del fallecimiento de su hermana se dijo que podía haber sido víctima de un extraño mal contraído en uno de sus viajes por África.
A pesar de las desgracias acaecidas en poco tiempo a la familia real, todo parecía seguir su curso normal.
Pasó algún tiempo, el rey se encontraba casado con su segunda esposa María Cristina, cuando encuentra en uno de los cajones de su escritorio un estuche con el anillo, que al verlo, tiene la tentación de ponérselo. Aquel día había una de las sesiones parlamentarias más importantes, pero aquella sesión parlamentaria fue la última que presidió el rey pues enfermó inesperadamente de una enfermedad que nunca se dio a conocer.
Su esposa María Cristina, ya viuda de Alfonso XII, que siempre ignoró el motivo pero nunca le gustó aquella joya, se deshizo de ella encargando un colgante para regalar a la Virgen de la Almudena rompiendo sin saber la maldición que estaba diezmando al reino.
 El Obispo de la Diócesis de  Madrid, lo recibió cómo obsequio de la reina  bendiciendo la joya antes de ponerla a los pies de la Virgen.
Poco después la joya desapareció cuando aún no se le había puesto en el pecho a la virgen, pues descansaba a sus pies para que fuera admirada por sus fieles cómo regalo de la reina de España.
Días después, de la desaparición de aquella joya, en un diario italiano, comunicaba en una breve noticia: “La Condesa de Castiglione había sido hallada muerta en su propio palacio cuando se encontraba sola y olvidada por todos.
Después de haber vivido los últimos veinte años en el subsuelo de una mansión de la plaza Vendóme de París, de la cual se rumoreaba que el palacete se encontraba decorado con cortinas negras.
Tan sólo solía aparecer en la calle de noche, que era cuando salía de su silenciosa mansión, siempre con el rostro cubierto por un velo negro que le cubría medio cuerpo.
Los que desconocían su anterior vida la llamaban “la loca de la Plaza de Vendóme”
No se volvió a dar ninguna otra reseña sobre su muerte a pesar de ser una de las personas más conocidas de Roma y París, pero los que pudieron ver el cadáver no quisieron hacer ninguna declaración al respecto, sólo dijeron que estaban horrorizados.






martes, 31 de enero de 2017

El regalo llamado "La perla de Italia" (2ª parte)

 La información que la condesa pasaba al gobierno piamontés fue esencial para que la casa de Saboya se impusiera en todo el territorio italiano. Así Italia, aprovechando la favorable coyuntura que con sabiduría había urdido la condesa, consiguió recuperar gran parte de los territorios ocupados por los franceses.
Estas informaciones que iban llegando a la corte española, verificando la clase de persona que era la elegida por el rey, puso a los ministros tan nerviosos que, se afanaron con todas sus fuerzas en buscar una candidata para Alfonso que se ajustara a la corte con los cánones requeridos y de acuerdo con la Iglesia Católica. Todo parecía estar a punto de estallar en forma de un tremendo escándalo, los cortesanos no tenían sosiego pensando que si se realizaba esa boda, sin duda sería aprovechado por los antimonárquicos para su beneficio.
Cuando después de varias reuniones, nadie se ponía de acuerdo con las candidatas expuestas encima de la mesa, el ministro Cañizares, sale de la sala de juntas con un tremendo dolor de cabeza.
Pasea por los anchos corredores de palacio como una fiera que acababa de ser apresada, de repente frena sus pasos precipitados, una luz se iluminó en su cerebro, había una candidata perfecta, volvió sobre sus pasos volviendo de nuevo en la sala de juntas.
Y entrando cómo una tromba en la sala, gritó más que dijo:
    ¡Ya la tengo!
Todos lo miraron cómo si hubiera perdido la cordura.
Después de exponer a su candidata Cañizares, habla con Cánovas del Castillo, después de la conversación mantenida entre ambos, sabían que tenían que utilizar todos los medios disponibles para deshacer aquella locura, aunque ya de antemano sabían que iban a tener que utilizar muchas argucias, pues el amor que había despertado en el rey la condesa italiana se había desfigurado, llegando a ser nocivo para su persona al desarrollarse dentro de él como una gangrena, que sin apenas notarlo se había anidado con fuerza, quedando atrapado como una mosca en una telaraña, llegando a olvidar sus  obligaciones como monarca; pues inconscientemente sin meditarlo, se había adentrado por un sendero, que solo le podía conducir por regiones tan limítrofes que le podían llevar a graves consecuencias, hasta podía llegar a descender al mismísimo infierno, porque su amor, era  un amor platónico, pero enfermizo.
 Mientras, en la condesa tan sólo anidaba un amor diferente, era, el mismo amor que siempre sintió por los hombres poderosos, las ansias de poderes materiales.
 El rey se encontraba ajeno a todo lo que no estuviera relacionado con su amada pues seguía viviendo en un sueño.
En esos momentos, en el Parlamento y a puertas cerradas, se pedía con energía que se cumplieran las normas de la constitución.
Habían pasado tres meses del comienzo de los rumores que no gustaba en la corte y aún no habían  concretado nada al respecto y el rey, por supuesto lo desconocía. En una de las ocasiones en la que se encontraba de viaje, es requerido por sus ministros su regreso  con urgencia a España, pues se sabía con toda certeza que se encontraba  haciendo sus habituales visitas a la ciudad romana.
A su regreso es requerido con premura por la junta de gobierno que lo esperaba en la sala de audiencias. El rey sonrió al percibir entre sus colaboradores un gran secretismo y fue cuando sorprendido, recibió la noticia de que todo se hallaba dispuesto para que se desposara con su prima María de las Mercedes de Orleans, una joven de sangre real pero de aspecto débil.
Nunca se supo el por qué el rey aceptó esta proposición de boda sin protestar.
La boda no tardó en celebrarse, en los festejos no se escatimó de nada, pues se prepararon   grandes fastos. Esos días, el pueblo llano de España ardía de felicidad por los contrayentes.
Pero a muchos kilómetros de Madrid, una mujer despechada, una noche de luna llena se adentraba por un bosque en busca de consejo.
Ya había pasado un mes de la boda, cuando el rey recibe un presente, la remitente era Virginia Oldini, condesa de Castiglione. Este presente no fue motivo de alarma para los ministros, pues el rey se le veía contento con su joven esposa. Por lo tanto fue entregado el presente al  rey como uno más de los muchos que aún seguía recibiendo.

El rey lo acepta al saber el nombre del remitente y lo recibe con gran emoción sintiéndose regocijado; pues su ego se creció al pensar que aún era amado por la condesa italiana.

                                                Condesa de Castiglione





domingo, 15 de enero de 2017

El regalo llamado "La perla de Italia"


En uno de sus muchos viajes de ocio y también de trabajo que solía hacer el rey de España Alfonso XII a Italia, encontrándose una tarde disfrutando de la primavera romana junto a la famosa fuente de Trevi, sus pasos se quedaron clavados en suelo empedrado de la plaza. ¿Era realidad? o tan solo eran unos ojos tan bellos que Alfonso tardó en volver a la realidad, se miraron, no pudiendo cruzar ni una sola palabra, pues no se conocían.
Poco después el destino los volvió a unir, fue en una de esas fiestas que se suelen celebrar en las embajadas para agasajar a las personalidades que llegan de visita diplomática al País.
El personaje, en esta ocasión era nada menos que el rey de España, donde el rey coincidió con la bella mujer que vio junto a la fuente de Trevi, sus miradas se cruzaron, el tragó saliva, ella se creció cuando supo que el rey clavaba los ojos en los suyos, pues parecían paralizados.
Uno de los ministros que acompañaban al rey, al observar la forma en la que se miraron, con gesto ceñudo, que pasó inadvertido para ambos, el ministro se acercó y los presentó a él como el rey de España a ella como la condesa de Castiglione, conocida aristócrata en la alta sociedad en Italia por su nacimiento y en Francia por haber sido la amante del emperador Napoleón III.
Inmediatamente los servicios de inteligencia se pusieron en marcha para hacer una investigación, en la cual se supo, que su nombre era Virginia Oldini, nacida en Turín, en el seno de una familia de la nobleza italiana, educada de forma esmerada, hablaba cuatro idiomas y dominaba la música y el baile, lucía una cabellera rubia rizada, frente alta, nariz recta, tez blanca donde destacaban unos vivaces ojos de color verde esmeralda que cambiaban de tonalidad según su ánimo. Pero lo que destacaba en ella, sin duda, era su inteligencia desbordante.
Estos detalles, eran inquietantes para la corte, pero al rey de España, que estuviera divorciada y con un hijo, le pareció poco relevante, sólo creía creer, que  era la más bella que jamás había conocido.
Aquella noche la embajada lucía como nunca antes había lucido, grandes damas exhibían sus mejores vestidos y joyas puesto que la ocasión lo requería.
Después de la consabida presentación, el rey y la condesa bailaron y bebieron como adolescentes hasta la saciedad, constituyendo para el rey el momento más agradable de la jornada, siendo propicio que entre ellos germinase una amistad como para volver a verse.  Pasaron dos meses, antes de que se volvieran a ver. Al rey, la espera se le hizo insoportable.
 Por fin, llegó el ansiado encuentro, era el primero que disfrutarían después de aquella fiesta italiana. Pues Alfonso, tenía que cumplir compromisos ineludibles cómo rey.
Y volvieron a verse el día señalado por los dos, pues ya sabían dónde se encontraban los  sitios más recónditos para así burlar la vigilancia a la que estaban sometidos, en esta ocasión fue también planeado por la condesa, que la burla les salió perfecta dando esquinazo al espía de la corte española. Y así de este modo, nació algo más que amistad, que sin apenas darse cuenta comenzaba a tener visos de indisoluble aquella enfermiza obsesión, hizo que el rey rompiera las estrictas normas de la casa real.
Así pasaron dos años que para los enamorados fueron como un suspiro y para sus ocultos observadores de dudoso final.
Un día y de manera inesperada, en la Corte se filtró la noticia de que el rey deseaba presentar a las Cortes a la que deseaba tener por esposa. Una vez difundida la noticia, sólo se rumoreaba en palacio que no  podía ser posible, los ministros se lamentaba con las manos en la cabeza el primer ministro Cañizares no sabía a qué atenerse, se encontraban en una situación de emergencia, aquella mujer no tenía las virtudes que se necesitaban  para ser reina de España.
Por los contactos que tenían en Italia y en París estaban enterados que había trabajado como espía en Paris a favor de Italia y que hasta había logrado conseguir durante la relación que mantuvo con el emperador Napoleón III a base de mentiras amatorias, que éste, rendido de amor le declarase la guerra a Austria.





martes, 18 de octubre de 2016

La expedición (final)

 El amigo al verlo tan afligido lo mira con atención mientras apoyaba los brazos en aquel  velado manchado, redondo y con encimera de imitación a mármol, lo miraba, sí,  pero eso fue todo, pues  en su contemplación disimulaba el no haberle puesto atención y con un gesto de su mano se solapa la ficticia atención con la intención de obligarlo a que siguiera  expulsando lo que llevaba dentro.
Para Anna cada segundo que pasaba escuchando sabía que estaba ejerciendo de espía, sin sentir vergüenza, pues esperaba con ansiedad que uno de los dos pronunciara una sola frase importante que pudiera sacar algún rédito para ella.
Pero algo interrumpió el magnetismo, un teléfono empezó a sonar, haciendo que los dos jóvenes dejaran de hablar. Cuando retornan a la conversación dijo Juanjo:
    No sé cómo pudimos hacer lo que hicimos, dime Paco, por primera vez sé sincero conmigo.
 A Paco le temblaban los labios mientras decía que solo pudo ver que cuando intentaban sacarla  de aquel agujero  ella parecía no querer salir, pues se encontraba  aferrada a la correa de su mochila, con ese gesto le  pareció que la  protegía con su vida.
    ¿Y no se te ocurrió  preguntarle cómo se encontraba?
    No sé que fue lo que me pasó cuando la vi quieta en aquel agujero, sí que tuve la sospecha de que algo había descubierto y no quería decirlo pues ella sabía que teníamos un código de que si alguno descubría algo nos concernía a todos. Anna escuchaba con tanta atención que no supo cómo se vio en un minuto envuelta en un tumulto de gente que alborotados bailaban entre las mesas; eran bailarines habituales  que amenizaban las terrazas. Anna dirige su mirada hacia los jóvenes y descubre que uno de ellos permanecía sentado con una sonrisa que parecía a medio gas, se encontraba impávido, lo mira de nuevo para cerciorarse de que no era una sonrisa natural, y fue cuando supo que su acompañante había desaparecido, mira al suelo al notar sus pies húmedos, estaba pisando un charco de sangre. Mira de nuevo al hombre de la sonrisa impávida y siente que sus nervios se crispan al ver que algo asomaba por su boca abierta, se remueve en la silla, la gente parecía ignorar lo que le estaba sucediendo, se levanta, se acerca para ver qué tenía en la lengua, pero una voz tras ella le dice:
    No la toques, esa esmeralda está maldita.
Anna se aleja de la terraza con pasos titubeantes, cuando atravesó el parque la bocina de un coche le alerta de que estaba atravesando la calzada indebidamente, cuando llega al portal de su casa al entrar una mano fuerte se lo impide, era uno de los jóvenes de la terraza:
— ¿Estabas escuchando acaso nuestra conversación?
La voz de Anna sonó  serena como si no hubiera visto ni oído nada.
—Yo solo he tomado un refresco.
El joven le dice:
    Creo que ya tienes decidido el argumento de esa historia que tantas veces comentaste querías contar “Anna”  pero no has pensado que el final de este cuento  puede que te resulte un poco complicado, sobre todo cuando relates aquella caída “fortuita” que tuviste ¿Qué fue lo que guardaste en tu mochila que utilizabas como bolso?
— ¡Yo no sé quién eres, no te he visto en la vida!
Y al entrar en el ascensor Anna sacó de su bolso el bolígrafo que cómo un garfio se clavó unos minutos antes en su palma de la mano, con él amaga  al hombre, éste la mira y se  ríe, poco después ese hombre antes de salir del ascensor,  tenía la misma sonrisa impávida que el hombre de la terraza.
Cuando Anna entra en su piso cierra la puerta con un portazo, apresurada se dirige al escritorio, una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro, la esmeralda se encontraba donde ella la puso.
 Poco después entra en el cuarto de baño, necesitaba refrescar su cara. Cuando ante ella aparecieron  aquellos dos jóvenes que parecían esperarla. Entonces fue cuando supo  lo que pasaba, pues ante lo real no puede haber trucos, porque ni aquellos dos jóvenes, ni tampoco ella eran unos jóvenes cualquiera, ninguno del grupo pudo salir con vida de aquella selva venezolana.
¿Pero para qué Anna se hizo depositaria de aquella gema que ni sus amigos ni ella podían disfrutarla?
Aquel mismo día un Chamán hacía invocaciones para que aquella gema volviera a su santuario, para que los dioses siguieran protegiendo a su pueblo.
Por la noche una terrible tormenta descubrió un enorme socavón donde se encontraron cinco cadáveres,  eran los componentes de aquella expedición pero faltaba el cadáver de una mujer que dicen que se vio por última vez caminando por una tortuosa vereda de la selva venezolana abrazada a una mochila…
Su orgullo le impedía ver la realidad, como la de estar vagando sin rumbo por ese submundo que siempre despreció, aunque ahora se sintiera cansada por cargar con el peso de una gema que no le pertenecía.







sábado, 8 de octubre de 2016

La expedición (2ª parte)

Se horroriza al pensar que ella pudiera algún día formar parte  de ese submundo, dónde estaba segura de que nunca tendría cabida. Se mira las manos, unas manos que jamás habían probado un trabajo; y con toda tranquilidad, se dice para sí misma como si nada de lo que le rodeaba fuera importante, que nunca se sometería a seguir ninguna regla de juego que no fuera la suya.
Entonces decide escribir las sensaciones que estaba experimentando, saca del bolso un bloc que desde siempre llevaba consigo, lo pone encima del velador, busca un bolígrafo, pero no lo encuentra, nerviosa como una posesa rebusca por los rincones sin obtener resultado, abre una, dos cremalleras y cuando decide  voltearlo encima de la mesa con ira contenida por el contratiempo, siente un pinchazo en la palma de la mano como si se hubiera clavado un punzón afilado. De un tirón  saca a la superficie el bolígrafo y con gesto desafiante  mira a su alrededor, no deseaba sentirse observada, se remueve en el asiento al descubrir a dos jóvenes que se encontraban en el velador de al lado. Anna, mira sorprendida,  no podían ser los mismos que ella creyó que podían ser.
 Los jóvenes ajenos a lo que pensaba Anna mantenían una conversación que parecía interesante, Anna ante esta situación de desconcierto que sintió al mirarlos decide jugar al despiste. Necesitaba escuchar algún fragmento jugoso de aquella conversación para poder atar cabos y sacar conclusiones, pues  tal vez pudieran estar hablando de ella y si fuera esto cierto se podía ver en una situación difícil en el caso de que descubrieran algo que ella misma desconocía de sí. Pero a pesar de saber que se encontraba desmemoriada desde hacía tiempo, en ese caso estaba segura de que sabría cómo manejar este hipotético asunto. Entonces duda en abrir el bloc, aunque en esos momentos ya no lo creía  necesario,  porque se distrae ante aquel avistamiento urbano que le estaba brindando una oportunidad única y que supo con agilidad mental convertirlo  en entretenimiento disipando por unos momentos la angustia que le atenazaba.
Anna se pone tensa cuando intenta analizar la pregunta que formula uno de ellos.
—Dime la verdad Juanjo, aún estás a tiempo.
 Anna se remueve en el asiento, ese nombre… intenta calmarse, después de esa frase necesitaba más que nunca  saber qué se estaba cociendo entre los dos jóvenes. Entonces  los dos, como inicio de una disputa  empezaron a culparse el uno al otro, parecían no saber cómo aclarar un asunto que preludiaba ser escabroso, pues ambos en esta contienda parecían ser cómplices de una conspiración.
Entonces decide escuchar hasta el final, pues tenía que saber de qué se trataba todo aquello. La conversación empezó a subir de tono, sin darse cuenta estaban cambiando el registro de sus voces, esas voces que a Anna le parecieron voces inmateriales, sobre todo cuando empezaron a mezclar acusaciones mutuas jugando a confusión que parecía derivar en  amoríos inconfesables que Juanjo intranquilo, intentaba solazar con elegancia  y un toque de grandeza.
Anna agudiza el oído, no estaba dispuesta a desperdiciar ni un gesto ni una palabra que pudiera darle una pista que la llevara a esclarecer lo escuchado. Entonces  expectante mientras recupera  la compostura  que parecía estar perdiendo, supo que los jóvenes no parecían tener sospecha de estar siendo escuchados, pues con seguridad pensó se hubieran marchado inmediatamente de allí.
Se tranquiliza cuando uno de ellos pide al camarero que les sirva otro refresco. Anna ante este gesto templa los nervios, ahora tenía la certeza de que retomarían la conversación. Pues es sabido que ante una copa o un refresco cuando éste  se toma en compañía de un amigo, se puede reír, pero también es propicio para hacerse toda clase de confidencias si te encuentras deprimido, haciendo sentir una paz interior al saber que eres escuchado, disipando así cualquier duda que nos atormenta; es como si se estuvieras en un confesionario laico, donde se puede contar sin temor alguno tus cuitas a sabiendas de que éstas no se pueden difundir, pues lo que cuentas a un amigo es con la intención de  descargar todo aquello que angustia y oprime.
Uno de ellos saca una pitillera, enciende un cigarrillo, ignorando por unos minutos  a su compañero de mesa, su mirada es distraída, dando el aspecto de que se encontraba en otra galaxia. Anna contiene la respiración esperando la reacción que pudiera tener cuando dejara de mirar hipnotizado las volutas de humo que salían de su garganta ¿estaría pensando cómo terminar aquella conversación?
Anna  deja de observarlos y retorna a su anterior reflexión. ¿Para qué otra cosa pueda servir las cafeterías de las terrazas de verano, si no para que la gente se siente a hacerse confidencias? Por algo es la arteria principal de las ciudades, sin las terrazas las cafeterías en verano, no serían nada. El fumador seguía mirando al infinito, expeliendo con lentitud un humo que parecía estar nublándole la razón.
Poco después dice con voz impersonal:

    Quizás no lo sepas, pero siempre he sentido una gran curiosidad por saber algo de ella. Creo que aún la quiero — esta frase parecía aún más solemne, porque miraba a su amigo de hito en hito y al mismo tiempo pensativo — ¿supiste alguna vez que ella fue mi amor loquísimo y que cada vez que me encontraba cerca de ella la sentía como si fuera una incendiaria que me quemaba todo lo bueno que había en mí, sin importarle de que me quemara la autoestima haciéndome cenizas, para poco después verter el contenido del  cenicero al wáter?

Continuará...



sábado, 24 de septiembre de 2016

La expedición (1ª parte)

Anna aquel día se movía como gato encerrado por su apartamento, estaba irritable, se sentía con la moral por el suelo algo inusual en ella debido a su carácter dominante.
Ese amanecer, al despertar percibió en su cuerpo una extraña sensación y quiso auto convencerse de que tal vez aquel día le faltaba motivación para realizar cualquier tarea.
Decidida se dirigió a la cocina, enchufó la cafetera cómo cada mañana solía hacer. Cuando fue avisada por el pitido insistente de la cafetera que el café estaba hecho, se estremece inexplicablemente, llena la taza de café, se sienta y percibe con agrado su humeante aroma, entonces empezaron a desfilar por su mente pasajes desagradables, los culpables de que aquella noche fuera diferente a cualquier noche, pues había tenido uno de los sueños  más agitados que jamás hubiera podido imaginar.
Ante estas evocaciones las piernas le empezaron a temblar, los latidos del corazón se le aceleraron, se vio tendida sobre una piedra plana.
Y era ese sueño motivado por la caída fortuita que sufrió  en aquel pozo cuando se desvió unos metros de los componentes de la expedición.
¿Sería tal vez esa la razón de su desasosiego?
Pero, tan sólo fue un percance…Se asusta, no recordaba cómo había sido rescatada.
Ante esos flashes en su memoria Anna siente una convulsión que le absorbe la energía y si todo lo que le pasó fue la consecuencia de la  obsesión  que siempre tuvo por penetrar en las entrañas de la tierra. En esa caída —pensó— debí dar  con algo oculto, pero no podía recordar nada. ¿Y si la caída la llevó  hasta la misma puerta de Hades? Se asusta de nuevo ante estos pensamientos, aterrada desea  desechar de su mente aquel sueño que se había convertido en una horrible pesadilla.
Se asoma a la ventana, necesitaba con urgencia que la brisa de la mañana acariciara su rostro para que pudiera seguir respirando.
Hasta aquella noche no había vuelto a recordar nada, aquel día  que formó parte de aquella expedición que un grupo de amigos organizaron en la selva venezolana. Anna, cuando se inscribió para participar en aquella aventura, ignoraba de dónde le venía esa  necesidad  incontrolada de explorar las entrañas de la tierra. Pero no encontraba ningún motivo que se lo aclarara. ¿Estaría escondido entre los pliegues de su memoria? Contrariada ante lo incomprensible de este fallo en su memoria, dio un manotazo a la taza  que cayó al suelo, no sin antes emitir un gemido de animal herido.
Por unos momentos se encuentra perdida, intenta recomponer sus ideas y al no conseguir ningún resultado, decide salir a la calle. Sale del apartamento sin rumbo fijo, deambula por la calle, que era una calle cualquiera que desembocaba en una plaza cualquiera.
 Anna, que había estudiado geología en esos momentos se dio cuenta de la importancia que tiene el estudiar los entresijos  de una materia para después saber utilizar esos conocimientos para beneficio de la comunidad.
 Se encontraba en la barrera de los  treinta años y aún no había conseguido trabajar en algo que le satisficiera y a la vez que fuera lo suficientemente remunerado cómo para vivir a la manera que siempre le gustó vivir. Ella se sentía orgullosa de su físico que le daba el aspecto de  jovencita, influyendo en ello las exageradas minifaldas que dejaban al descubierto unas  largas y flacas piernas de adolescente; todo agitado como un cóctel, daba como resultado una mujer  libre y desenfadada que siempre lograba los objetivos que se proponía.
Caminaba pensativa, ajena a las miradas masculinas, su deambular  la condujo hacia una avenida que se encontraba concurrida, atravesó la calzada y frente a ella se encontró una terraza de verano, vio que estaba libre uno de los veladores y pensó que era un buen sitio para huronear a todo el que pasara frente a ella.

Pide al camarero un refresco de limón, mientras da el primer sorbo, sonríe para sí, sin duda era una privilegiada pues se sentía viva, mientras miraba a las gentes que pasaban ante ella, de repente se le antojó que pudieran ser esclavos, autómatas, al carecer sus caras de expresión  debido quizás al ser obligados  a acatar las órdenes  de un ser invisible e implacable.

Continuará...



jueves, 15 de septiembre de 2016

Almas en las sombras (final)



Poco después le repite la pregunta:
— ¿Lo cogiste tú?
Eladio miraba en esos momentos a la reina y uno de sus escoltas se paró ante él y dijo:
— ¿Dónde debo buscar mi señora? —preguntó obedeciendo órdenes.
— Quítale los pantalones, deseo ver sus piernas.
    ¿Si es eso lo que desea su majestad?
La mirada malévola de aquella criatura les hizo temblar, pero cuando el lacayo le desabrochó el cinturón del pantalón y antes de que cayera al suelo, el collar apareció en el salón, reposaba en un cojín que acompañaba al hacha ceremonial. Aquello  inundó la estancia de un silencio mucho más terrorífico que las palabras hirientes que se pudieran escuchar.
Con risas discordantes la reina se abrió el escote y puso el collar en su cuello; pero entonces todos los presentes espantados pudieron contemplar  que aquel bello collar cambiaba de color para convertirse en una horrible y gran tortuga de color granate y ojos de un intenso color azul, que se adhirió al cuello de aquella niña. En ese instante, las paredes empezaron a temblar cuando se oyó una voz:
— Esa joya no te pertenece y ¿quién te ha dado el permiso para que te sientes en un trono que no te pertenece? Solo yo, que ostento el título de Faraón  de los dos Egiptos puedo ocupar ese lugar, ¿acaso  ignorabas a quién pertenece esta joya?, pues me pertenece a mí y sabes perfectamente mi nombre, soy Hatshepsut, hija del faraón Tutmosis y de su gran esposa real Ahmose, mis padres gobernaron en el antiguo Egipto. Mi padre me regaló este collar para que formara parte de mi ajuar y así quedar cómo testimonio en el mundo y en el origen de los tiempos.
Tú has roto el orden que mi padre creó, esta joya sólo pertenece a mi ajuar funerario, pero como has dado muestras de que te gusta mucho, te doy la oportunidad de poder llevarla para toda la eternidad, puesto que para eso fue diseñada, tienes mi permiso para que te postres al pie de mi tumba para siempre y así ya no tendrás más oportunidad de usurpar a nadie.
    Soy una niña — dijo llorando para conseguir el propósito de no ser castigada, pero aquella voz la mandó callar:
— Tú nunca has sido una niña, sólo eres sencillamente la perdición del que te conoce, ahora debes tener muy presente de que nuestra civilización siempre fue muy estricta con las reglas a seguir, por lo tanto, debes aguantar una eternidad acompañada por un gran dolor, ¿sabes que me dejas muy consternada?, ¿quién te instruyó para que pudieras perpetrarsemejante hurto? ¿Habías olvidado acaso que en nuestra civilización nadie puede lucir una joya que no haya  sido diseñada en exclusividad para aquella a la que fue concebida?
Eladio, comenta en voz baja:
    Es solo una niña.
Entonces dijo Matilde:
— No Eladio, es un monstruo, nunca te fíes de las falsas apariencias. Pero Eladio, ¿quién te contrató para hacer ese trabajo? Fue a través de Internet y aceptas así como si nada un trabajo que no sabes  de donde procede.
Poco después los dos amigos se vieron envueltos en un mundo lleno de penumbras por donde comenzaron a caminar con pasos perdidos. Así anduvieron tanto que ni ellos mismos supieron a donde se dirigían, ni cómo empezar de nuevo  a buscar trabajo y cazar a los hipotéticos culpables de unos  crímenes que habían  quedado sin resolver.


                                                  Tutmosis I


                                                 Hatshepsut


                                Ahmose







martes, 16 de agosto de 2016

Almas en las sombras(2ª parte)



Matilde no encontraba palabras que fueran disculpas razonables para que su amigo no se enojase con ella. Necesito que entiendas que mi propósito no es el de escaquearme, en esta ocasión sé que no me encuentro con la suficiente información, ¿acaso has pensado que este collar, o lo que parece ser, puede llegar a tener hasta cinco mil años de antigüedad?
Eladio la mira desconcertado, de repente sus ojos  cambiaron de color dando la apariencia de un ser de otro mundo, Matilde no pareció sorprendida ante el cambio radical de aquellos ojos y como si todo fuera de lo más normal salió a la calle cabizbaja, un suspiro se escapó de su garganta que por unos momentos le alivió del estrés que le empezaba a dominar. Retrocedió sobre sus pasos, entró de nuevo en el despacho de Eladio que al verla supo de que estaba dispuesta a ayudarlo aún y a pesar de creer que aquel collar guardaba un enigma que si llegara a descifrarlo, podía llegar a ser muy peligroso, Matilde temblaba al desconocer el poder que ésta podía tener.
Y mirando a su amigo dijo:
— ¿Sabes acaso por donde vamos a empezar?
Eladio la miró, él también se encontraba perdido.
         Matilde, sabes que necesito saber algún dato para empezar.
         Eso no puede ser, tan sólo dispongo del collar — contestó Eladio con la voz entrecortada por el dilema que se le presentaba.
Matilde, resignada toma la caja en sus manos pero su cuerpo empezó a temblar — ¿Oh Dios mío, que está pasando?
Eladio miró la caja y espantados vieron que de ella empezaron a salir hilos de humo de diferentes colores, era parecido a un arco iris después de una tormenta, sus colores eran perfectos, entonces todos aquellos colores envolvieron la habitación quedando los dos dentro de aquel círculo sin poder apenas moverse.
Suena la puerta, un cliente entra que al verlos envueltos en una bolsa de colores, al instante quedó calcinado por un potente rayo.
Matilde y Eladio se miraron espantados y entonces se dieron cuenta de que eran dos seres extraños, no se reconocían entre sí. A Matilde le daba vueltas la cabeza, estaba siendo cierto  todo lo había sospechado de aquella joya, pues todo lo ocurrido había sido propiciado por aquel enigmático collar.
De repente, se oyeron nuevos pasos que se dirigían al despacho, Matilde quiere gritar para advertirles que no entraran, pero Eladio con los ojos ensangrentados de un demente les invita a entrar. Los dos clientes, ante el espectáculo que presenciaron se quedaron inmóviles, poco después eran empujados por una fuerza extraña que les hizo desaparecer por las estrechas escaleras.
Entonces, el despacho empezó a cambiar, no sólo el color de las paredes que fueron teñidas de color rojo fuego, perdiendo su primitivo color que no se diferenciaba por su atractivo, pues siempre fue de un color gris desvaído.
Un ruido infernal atronó los oídos de Matilde, todo cambió. Los muebles eran diferentes, raros, Matilde cerró los ojos temiendo lo peor, cuando los abrió se encontró en un salón de cuyas columnas colgaban rosas marchitas, al fondo podía ver un sitial vestido de terciopelo negro, en aquel salón se encontraban los dos solos sin saber qué clase de magia los había transportado hasta allí.
De pronto se oyó el sonido agudo de una trompeta y apareció un séquito de ocho personas vestidas con túnicas faraónicas que escoltaban a una niña casi adolescente, su mirada era dura y despiadada.
Se sentó en aquel trono y demostró que carecía del lógico candor que posee una niña, sus gestos eran duros que demostraba saber hacerse obedecer.
Matilde mira a Eladio:
— ¿Tienes tú el collar?
Pero Eladio no responde a su pregunta.

Continuará...