El amigo al verlo tan afligido lo mira con
atención mientras apoyaba los brazos en aquel
velado manchado, redondo y con encimera de imitación a mármol, lo miraba,
sí, pero eso fue todo, pues en su contemplación disimulaba el no haberle
puesto atención y con un gesto de su mano se solapa la ficticia atención con la
intención de obligarlo a que siguiera
expulsando lo que llevaba dentro.
Para Anna cada segundo que pasaba
escuchando sabía que estaba ejerciendo de espía, sin sentir vergüenza, pues
esperaba con ansiedad que uno de los dos pronunciara una sola frase importante
que pudiera sacar algún rédito para ella.
Pero algo interrumpió el
magnetismo, un teléfono empezó a sonar, haciendo que los dos jóvenes dejaran de
hablar. Cuando retornan a la conversación dijo Juanjo:
—
No sé cómo pudimos hacer lo que hicimos,
dime Paco, por primera vez sé sincero conmigo.
A Paco le temblaban los labios mientras decía
que solo pudo ver que cuando intentaban sacarla
de aquel agujero ella parecía no
querer salir, pues se encontraba
aferrada a la correa de su mochila, con ese gesto le pareció que la protegía con su vida.
— ¿Y
no se te ocurrió preguntarle cómo se
encontraba?
— No
sé que fue lo que me pasó cuando la vi quieta en aquel agujero, sí que tuve la
sospecha de que algo había descubierto y no quería decirlo pues ella sabía que
teníamos un código de que si alguno descubría algo nos concernía a todos. Anna
escuchaba con tanta atención que no supo cómo se vio en un minuto envuelta en
un tumulto de gente que alborotados bailaban entre las mesas; eran bailarines
habituales que amenizaban las terrazas.
Anna dirige su mirada hacia los jóvenes y descubre que uno de ellos permanecía
sentado con una sonrisa que parecía a medio gas, se encontraba impávido, lo
mira de nuevo para cerciorarse de que no era una sonrisa natural, y fue cuando
supo que su acompañante había desaparecido, mira al suelo al notar sus pies
húmedos, estaba pisando un charco de sangre. Mira de nuevo al hombre de la
sonrisa impávida y siente que sus nervios se crispan al ver que algo asomaba
por su boca abierta, se remueve en la silla, la gente parecía ignorar lo que le
estaba sucediendo, se levanta, se acerca para ver qué tenía en la lengua, pero
una voz tras ella le dice:
— No
la toques, esa esmeralda está maldita.
Anna se aleja de la terraza con
pasos titubeantes, cuando atravesó el parque la bocina de un coche le alerta de
que estaba atravesando la calzada indebidamente, cuando llega al portal de su
casa al entrar una mano fuerte se lo impide, era uno de los jóvenes de la
terraza:
— ¿Estabas escuchando acaso nuestra
conversación?
La voz de Anna sonó serena como si no hubiera visto ni oído nada.
—Yo solo he tomado un refresco.
El joven le dice:
—
Creo que ya tienes decidido el argumento
de esa historia que tantas veces comentaste querías contar “Anna” pero no has pensado que el final de este
cuento puede que te resulte un poco
complicado, sobre todo cuando relates aquella caída “fortuita” que tuviste ¿Qué
fue lo que guardaste en tu mochila que utilizabas como bolso?
— ¡Yo no sé quién eres, no te he
visto en la vida!
Y al entrar en el ascensor Anna
sacó de su bolso el bolígrafo que cómo un garfio se clavó unos minutos antes en
su palma de la mano, con él amaga al
hombre, éste la mira y se ríe, poco
después ese hombre antes de salir del ascensor,
tenía la misma sonrisa impávida que el hombre de la terraza.
Cuando Anna entra en su piso cierra
la puerta con un portazo, apresurada se dirige al escritorio, una sonrisa de
satisfacción iluminó su rostro, la esmeralda se encontraba donde ella la puso.
Poco después entra en el cuarto de baño,
necesitaba refrescar su cara. Cuando ante ella aparecieron aquellos dos jóvenes que parecían esperarla.
Entonces fue cuando supo lo que pasaba,
pues ante lo real no puede haber trucos, porque ni aquellos dos jóvenes, ni
tampoco ella eran unos jóvenes cualquiera, ninguno del grupo pudo salir con
vida de aquella selva venezolana.
¿Pero para qué Anna se hizo
depositaria de aquella gema que ni sus amigos ni ella podían disfrutarla?
Aquel mismo día un Chamán hacía
invocaciones para que aquella gema volviera a su santuario, para que los dioses
siguieran protegiendo a su pueblo.
Por la noche una terrible tormenta
descubrió un enorme socavón donde se encontraron cinco cadáveres, eran los componentes de aquella expedición pero
faltaba el cadáver de una mujer que dicen que se vio por última vez caminando
por una tortuosa vereda de la selva venezolana abrazada a una mochila…
Su orgullo le impedía ver la
realidad, como la de estar vagando sin rumbo por ese submundo que siempre
despreció, aunque ahora se sintiera cansada por cargar con el peso de una gema
que no le pertenecía.
No hay comentarios :
Publicar un comentario