Aquel
día Anna con aspecto cansado entró en el Hall del hotel donde se alojaba desde
su llegada hacía dos meses a Teotihuacán, siendo miembro de un grupo de
arqueólogos, el cual tenían como
objetivo realizar unas excavaciones de una civilización casi olvidada.
Anna
fue la impulsora de que se podía sacar a la luz algo importante para la
investigación, pues siempre tuvo la intuición desde que allí donde tenían
previsto escavar, había algo que le daría prestigio al grupo de arqueólogos al
que pertenecía.
Pero
después de remover un día y otro la tierra y, al no encontrar nada que valiese
la pena catalogar, el grupo empezó a notar cierto cansancio que era poco
habitual en ella.
Esperando
el ascensor, se toca la frente preocupada, era la primera sensación de
agotamiento que sentía desde que salió
de su Cáceres natal.
El
yacimiento en el cual se estaba trabajando, tan sólo se encontraba a unos
cuarenta kilómetros de la capital mexicana, antes de terminar el trabajo, y
visto de que allí no parecía haber nada relevante, parte del equipo decidió
abandonar esa excavación para dedicarse a estudiar en profundidad las
peculiaridades de la llamada la Pirámide de La Luna.
Ella
decidió seguir con las excavaciones que estaban previstas al encontrarse cerca
de la Calzada de Los Muertos, esta ciudad estaba denominada por los
historiadores cómo Prehispánica de Mesoamérica. El primer día de trabajo en
soledad lo dedicó a inspeccionar una parte del terreno que aún no estaba
analizado, después de un minucioso trabajo, desilusionada supo que allí no
había indicio alguno de enterramientos que pudieran aclarar los muchos años que
aquella civilización estuvo oculta.
Como
resultado, fue uno de esos días donde a falta de sorpresas, llegaron las
desilusiones después de haber estado trabajando muchas horas bajo un sol
implacable que al calentar con sus rayos la pirámide, ésta transmitía un
intenso calor a su alrededor.
Anna
se sienta en el suelo abatida por la desilusión, no percibiendo un leve
temblor, que dejó al descubierto un pequeño fragmento de cráneo que roza con la
mano, cuando distraída acariciaba la tierra, instintivamente, la cogió del
suelo, y después de echarle una fugaz mirada se lo guardó en el bolsillo del
pantalón, poco después la desgana de Anna contagió a los cuatro colegas que
quedaron junto a ella al encontrarse con la moral por los suelos, comentaron,
de, que allí no había nada que valiese la pena desenterrar.
Una
hora más tarde y cuando se encontraba en la habitación del hotel, sintió su
cuerpo exhausto, después de echar una ojeada a los planos, se dejó caer encima
de la cama; la escasa luz del atardecer dibujaban sombras fluctuantes mecidas
por las cortinas de la ventana abierta.
En
ese preciso momento en el que su mirada se perdía entre las sombras proyectadas
en la pared, siente que se encuentra extrañamente relajada, de repente el
timbre del teléfono le sobresalta, haciéndole salir de su letargo, era un
sonido raro, o, al menos eso fue lo que le pareció percibir al encontrarse
indolente. Se incorpora, pero inmediatamente decide no contestar, en esos
momentos tan sólo pensaba en limpiar con urgencia de su mente cualquier
intromisión, sólo deseaba descansar.
Pero
de nuevo el teléfono comenzó a sonar, esta vez con un tono mucho más alto de lo
habitual, malhumorada, lo descuelga, una voz extraña al otro lado se hace oír
que le hace estremecer, cuando está a punto de colgar, pudo escuchar que se
acercaban a ella un rumor de pasos que parecían inseguros, que no logró
entender, pues allí no se encontraba nadie más que ella, cuando intenta
recuperar la calma, esos pasos se hicieron más audibles a cada segundo que
transcurría haciéndole recordar el día en que llegó a Teotihuacán y que
pisó por primera vez la Calzada de los
Muertos, estaba segura, era el mismo sonido que ella creyó haber provocado al pisar
aquella larga calzada; por eso, en el
instante en que oyó el ruido de sus propios pasos decidió desistir el acercarse hasta la pirámide de La Luna.
Aquella
noche fue para ella, una noche oscura que no le dejaba conciliar el sueño, en
su duermevela, le pareció escuchar una rara conversación que, estaba segura no
provenía de la habitación contigua y, decide, no intentar más la ardua
tarea de dormir, se incorpora, aguza el
oído, en aquella rara conversación parecían intercalarse voces donde
predominaba la voz de mujer. Anna tan sólo dedujo que los hombres estaban
siendo advertidos de que se debía callar lo que había sucedido y no era oportuno que saliera a la luz.
Continuará...
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