Se horroriza al pensar que ella
pudiera algún día formar parte de ese
submundo, dónde estaba segura de que nunca tendría cabida. Se mira las manos,
unas manos que jamás habían probado un trabajo; y con toda tranquilidad, se
dice para sí misma como si nada de lo que le rodeaba fuera importante, que
nunca se sometería a seguir ninguna regla de juego que no fuera la suya.
Entonces decide escribir las
sensaciones que estaba experimentando, saca del bolso un bloc que desde siempre
llevaba consigo, lo pone encima del velador, busca un bolígrafo, pero no lo
encuentra, nerviosa como una posesa rebusca por los rincones sin obtener resultado,
abre una, dos cremalleras y cuando decide
voltearlo encima de la mesa con ira contenida por el contratiempo,
siente un pinchazo en la palma de la mano como si se hubiera clavado un punzón
afilado. De un tirón saca a la
superficie el bolígrafo y con gesto desafiante
mira a su alrededor, no deseaba sentirse observada, se remueve en el
asiento al descubrir a dos jóvenes que se encontraban en el velador de al lado.
Anna, mira sorprendida, no podían ser
los mismos que ella creyó que podían ser.
Los jóvenes ajenos a lo que pensaba Anna
mantenían una conversación que parecía interesante, Anna ante esta situación de
desconcierto que sintió al mirarlos decide jugar al despiste. Necesitaba
escuchar algún fragmento jugoso de aquella conversación para poder atar cabos y
sacar conclusiones, pues tal vez
pudieran estar hablando de ella y si fuera esto cierto se podía ver en una
situación difícil en el caso de que descubrieran algo que ella misma desconocía
de sí. Pero a pesar de saber que se encontraba desmemoriada desde hacía tiempo,
en ese caso estaba segura de que sabría cómo manejar este hipotético asunto.
Entonces duda en abrir el bloc, aunque en esos momentos ya no lo creía necesario,
porque se distrae ante aquel avistamiento urbano que le estaba brindando
una oportunidad única y que supo con agilidad mental convertirlo en entretenimiento disipando por unos
momentos la angustia que le atenazaba.
Anna se pone tensa cuando intenta
analizar la pregunta que formula uno de ellos.
—Dime la verdad Juanjo, aún estás a
tiempo.
Anna se remueve en el asiento, ese nombre…
intenta calmarse, después de esa frase necesitaba más que nunca saber qué se estaba cociendo entre los dos
jóvenes. Entonces los dos, como inicio
de una disputa empezaron a culparse el
uno al otro, parecían no saber cómo aclarar un asunto que preludiaba ser
escabroso, pues ambos en esta contienda parecían ser cómplices de una
conspiración.
Entonces decide escuchar hasta el
final, pues tenía que saber de qué se trataba todo aquello. La conversación
empezó a subir de tono, sin darse cuenta estaban cambiando el registro de sus
voces, esas voces que a Anna le parecieron voces inmateriales, sobre todo
cuando empezaron a mezclar acusaciones mutuas jugando a confusión que parecía
derivar en amoríos inconfesables que
Juanjo intranquilo, intentaba solazar con elegancia y un toque de grandeza.
Anna agudiza el oído, no estaba
dispuesta a desperdiciar ni un gesto ni una palabra que pudiera darle una pista
que la llevara a esclarecer lo escuchado. Entonces expectante mientras recupera la compostura
que parecía estar perdiendo, supo que los jóvenes no parecían tener
sospecha de estar siendo escuchados, pues con seguridad pensó se hubieran
marchado inmediatamente de allí.
Se tranquiliza cuando uno de ellos
pide al camarero que les sirva otro refresco. Anna ante este gesto templa los
nervios, ahora tenía la certeza de que retomarían la conversación. Pues es
sabido que ante una copa o un refresco cuando éste se toma en compañía de un amigo, se puede
reír, pero también es propicio para hacerse toda clase de confidencias si te
encuentras deprimido, haciendo sentir una paz interior al saber que eres
escuchado, disipando así cualquier duda que nos atormenta; es como si se
estuvieras en un confesionario laico, donde se puede contar sin temor alguno
tus cuitas a sabiendas de que éstas no se pueden difundir, pues lo que cuentas
a un amigo es con la intención de
descargar todo aquello que angustia y oprime.
Uno de ellos saca una pitillera,
enciende un cigarrillo, ignorando por unos minutos a su compañero de mesa, su mirada es
distraída, dando el aspecto de que se encontraba en otra galaxia. Anna contiene
la respiración esperando la reacción que pudiera tener cuando dejara de mirar
hipnotizado las volutas de humo que salían de su garganta ¿estaría pensando
cómo terminar aquella conversación?
Anna deja de observarlos y retorna a su anterior
reflexión. ¿Para qué otra cosa pueda servir las cafeterías de las terrazas de
verano, si no para que la gente se siente a hacerse confidencias? Por algo es
la arteria principal de las ciudades, sin las terrazas las cafeterías en
verano, no serían nada. El fumador seguía mirando al infinito, expeliendo con
lentitud un humo que parecía estar nublándole la razón.
Poco después dice con voz
impersonal:
—
Quizás no lo sepas, pero siempre he
sentido una gran curiosidad por saber algo de ella. Creo que aún la quiero —
esta frase parecía aún más solemne, porque miraba a su amigo de hito en hito y
al mismo tiempo pensativo — ¿supiste alguna vez que ella fue mi amor loquísimo
y que cada vez que me encontraba cerca de ella la sentía como si fuera una
incendiaria que me quemaba todo lo bueno que había en mí, sin importarle de que
me quemara la autoestima haciéndome cenizas, para poco después verter el
contenido del cenicero al wáter?
Continuará...
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