Mostrando entradas con la etiqueta Misterios dentro del abismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Misterios dentro del abismo. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de enero de 2017

El regalo llamado "La perla de Italia"


En uno de sus muchos viajes de ocio y también de trabajo que solía hacer el rey de España Alfonso XII a Italia, encontrándose una tarde disfrutando de la primavera romana junto a la famosa fuente de Trevi, sus pasos se quedaron clavados en suelo empedrado de la plaza. ¿Era realidad? o tan solo eran unos ojos tan bellos que Alfonso tardó en volver a la realidad, se miraron, no pudiendo cruzar ni una sola palabra, pues no se conocían.
Poco después el destino los volvió a unir, fue en una de esas fiestas que se suelen celebrar en las embajadas para agasajar a las personalidades que llegan de visita diplomática al País.
El personaje, en esta ocasión era nada menos que el rey de España, donde el rey coincidió con la bella mujer que vio junto a la fuente de Trevi, sus miradas se cruzaron, el tragó saliva, ella se creció cuando supo que el rey clavaba los ojos en los suyos, pues parecían paralizados.
Uno de los ministros que acompañaban al rey, al observar la forma en la que se miraron, con gesto ceñudo, que pasó inadvertido para ambos, el ministro se acercó y los presentó a él como el rey de España a ella como la condesa de Castiglione, conocida aristócrata en la alta sociedad en Italia por su nacimiento y en Francia por haber sido la amante del emperador Napoleón III.
Inmediatamente los servicios de inteligencia se pusieron en marcha para hacer una investigación, en la cual se supo, que su nombre era Virginia Oldini, nacida en Turín, en el seno de una familia de la nobleza italiana, educada de forma esmerada, hablaba cuatro idiomas y dominaba la música y el baile, lucía una cabellera rubia rizada, frente alta, nariz recta, tez blanca donde destacaban unos vivaces ojos de color verde esmeralda que cambiaban de tonalidad según su ánimo. Pero lo que destacaba en ella, sin duda, era su inteligencia desbordante.
Estos detalles, eran inquietantes para la corte, pero al rey de España, que estuviera divorciada y con un hijo, le pareció poco relevante, sólo creía creer, que  era la más bella que jamás había conocido.
Aquella noche la embajada lucía como nunca antes había lucido, grandes damas exhibían sus mejores vestidos y joyas puesto que la ocasión lo requería.
Después de la consabida presentación, el rey y la condesa bailaron y bebieron como adolescentes hasta la saciedad, constituyendo para el rey el momento más agradable de la jornada, siendo propicio que entre ellos germinase una amistad como para volver a verse.  Pasaron dos meses, antes de que se volvieran a ver. Al rey, la espera se le hizo insoportable.
 Por fin, llegó el ansiado encuentro, era el primero que disfrutarían después de aquella fiesta italiana. Pues Alfonso, tenía que cumplir compromisos ineludibles cómo rey.
Y volvieron a verse el día señalado por los dos, pues ya sabían dónde se encontraban los  sitios más recónditos para así burlar la vigilancia a la que estaban sometidos, en esta ocasión fue también planeado por la condesa, que la burla les salió perfecta dando esquinazo al espía de la corte española. Y así de este modo, nació algo más que amistad, que sin apenas darse cuenta comenzaba a tener visos de indisoluble aquella enfermiza obsesión, hizo que el rey rompiera las estrictas normas de la casa real.
Así pasaron dos años que para los enamorados fueron como un suspiro y para sus ocultos observadores de dudoso final.
Un día y de manera inesperada, en la Corte se filtró la noticia de que el rey deseaba presentar a las Cortes a la que deseaba tener por esposa. Una vez difundida la noticia, sólo se rumoreaba en palacio que no  podía ser posible, los ministros se lamentaba con las manos en la cabeza el primer ministro Cañizares no sabía a qué atenerse, se encontraban en una situación de emergencia, aquella mujer no tenía las virtudes que se necesitaban  para ser reina de España.
Por los contactos que tenían en Italia y en París estaban enterados que había trabajado como espía en Paris a favor de Italia y que hasta había logrado conseguir durante la relación que mantuvo con el emperador Napoleón III a base de mentiras amatorias, que éste, rendido de amor le declarase la guerra a Austria.





sábado, 8 de octubre de 2016

La expedición (2ª parte)

Se horroriza al pensar que ella pudiera algún día formar parte  de ese submundo, dónde estaba segura de que nunca tendría cabida. Se mira las manos, unas manos que jamás habían probado un trabajo; y con toda tranquilidad, se dice para sí misma como si nada de lo que le rodeaba fuera importante, que nunca se sometería a seguir ninguna regla de juego que no fuera la suya.
Entonces decide escribir las sensaciones que estaba experimentando, saca del bolso un bloc que desde siempre llevaba consigo, lo pone encima del velador, busca un bolígrafo, pero no lo encuentra, nerviosa como una posesa rebusca por los rincones sin obtener resultado, abre una, dos cremalleras y cuando decide  voltearlo encima de la mesa con ira contenida por el contratiempo, siente un pinchazo en la palma de la mano como si se hubiera clavado un punzón afilado. De un tirón  saca a la superficie el bolígrafo y con gesto desafiante  mira a su alrededor, no deseaba sentirse observada, se remueve en el asiento al descubrir a dos jóvenes que se encontraban en el velador de al lado. Anna, mira sorprendida,  no podían ser los mismos que ella creyó que podían ser.
 Los jóvenes ajenos a lo que pensaba Anna mantenían una conversación que parecía interesante, Anna ante esta situación de desconcierto que sintió al mirarlos decide jugar al despiste. Necesitaba escuchar algún fragmento jugoso de aquella conversación para poder atar cabos y sacar conclusiones, pues  tal vez pudieran estar hablando de ella y si fuera esto cierto se podía ver en una situación difícil en el caso de que descubrieran algo que ella misma desconocía de sí. Pero a pesar de saber que se encontraba desmemoriada desde hacía tiempo, en ese caso estaba segura de que sabría cómo manejar este hipotético asunto. Entonces duda en abrir el bloc, aunque en esos momentos ya no lo creía  necesario,  porque se distrae ante aquel avistamiento urbano que le estaba brindando una oportunidad única y que supo con agilidad mental convertirlo  en entretenimiento disipando por unos momentos la angustia que le atenazaba.
Anna se pone tensa cuando intenta analizar la pregunta que formula uno de ellos.
—Dime la verdad Juanjo, aún estás a tiempo.
 Anna se remueve en el asiento, ese nombre… intenta calmarse, después de esa frase necesitaba más que nunca  saber qué se estaba cociendo entre los dos jóvenes. Entonces  los dos, como inicio de una disputa  empezaron a culparse el uno al otro, parecían no saber cómo aclarar un asunto que preludiaba ser escabroso, pues ambos en esta contienda parecían ser cómplices de una conspiración.
Entonces decide escuchar hasta el final, pues tenía que saber de qué se trataba todo aquello. La conversación empezó a subir de tono, sin darse cuenta estaban cambiando el registro de sus voces, esas voces que a Anna le parecieron voces inmateriales, sobre todo cuando empezaron a mezclar acusaciones mutuas jugando a confusión que parecía derivar en  amoríos inconfesables que Juanjo intranquilo, intentaba solazar con elegancia  y un toque de grandeza.
Anna agudiza el oído, no estaba dispuesta a desperdiciar ni un gesto ni una palabra que pudiera darle una pista que la llevara a esclarecer lo escuchado. Entonces  expectante mientras recupera  la compostura  que parecía estar perdiendo, supo que los jóvenes no parecían tener sospecha de estar siendo escuchados, pues con seguridad pensó se hubieran marchado inmediatamente de allí.
Se tranquiliza cuando uno de ellos pide al camarero que les sirva otro refresco. Anna ante este gesto templa los nervios, ahora tenía la certeza de que retomarían la conversación. Pues es sabido que ante una copa o un refresco cuando éste  se toma en compañía de un amigo, se puede reír, pero también es propicio para hacerse toda clase de confidencias si te encuentras deprimido, haciendo sentir una paz interior al saber que eres escuchado, disipando así cualquier duda que nos atormenta; es como si se estuvieras en un confesionario laico, donde se puede contar sin temor alguno tus cuitas a sabiendas de que éstas no se pueden difundir, pues lo que cuentas a un amigo es con la intención de  descargar todo aquello que angustia y oprime.
Uno de ellos saca una pitillera, enciende un cigarrillo, ignorando por unos minutos  a su compañero de mesa, su mirada es distraída, dando el aspecto de que se encontraba en otra galaxia. Anna contiene la respiración esperando la reacción que pudiera tener cuando dejara de mirar hipnotizado las volutas de humo que salían de su garganta ¿estaría pensando cómo terminar aquella conversación?
Anna  deja de observarlos y retorna a su anterior reflexión. ¿Para qué otra cosa pueda servir las cafeterías de las terrazas de verano, si no para que la gente se siente a hacerse confidencias? Por algo es la arteria principal de las ciudades, sin las terrazas las cafeterías en verano, no serían nada. El fumador seguía mirando al infinito, expeliendo con lentitud un humo que parecía estar nublándole la razón.
Poco después dice con voz impersonal:

    Quizás no lo sepas, pero siempre he sentido una gran curiosidad por saber algo de ella. Creo que aún la quiero — esta frase parecía aún más solemne, porque miraba a su amigo de hito en hito y al mismo tiempo pensativo — ¿supiste alguna vez que ella fue mi amor loquísimo y que cada vez que me encontraba cerca de ella la sentía como si fuera una incendiaria que me quemaba todo lo bueno que había en mí, sin importarle de que me quemara la autoestima haciéndome cenizas, para poco después verter el contenido del  cenicero al wáter?

Continuará...



sábado, 24 de septiembre de 2016

La expedición (1ª parte)

Anna aquel día se movía como gato encerrado por su apartamento, estaba irritable, se sentía con la moral por el suelo algo inusual en ella debido a su carácter dominante.
Ese amanecer, al despertar percibió en su cuerpo una extraña sensación y quiso auto convencerse de que tal vez aquel día le faltaba motivación para realizar cualquier tarea.
Decidida se dirigió a la cocina, enchufó la cafetera cómo cada mañana solía hacer. Cuando fue avisada por el pitido insistente de la cafetera que el café estaba hecho, se estremece inexplicablemente, llena la taza de café, se sienta y percibe con agrado su humeante aroma, entonces empezaron a desfilar por su mente pasajes desagradables, los culpables de que aquella noche fuera diferente a cualquier noche, pues había tenido uno de los sueños  más agitados que jamás hubiera podido imaginar.
Ante estas evocaciones las piernas le empezaron a temblar, los latidos del corazón se le aceleraron, se vio tendida sobre una piedra plana.
Y era ese sueño motivado por la caída fortuita que sufrió  en aquel pozo cuando se desvió unos metros de los componentes de la expedición.
¿Sería tal vez esa la razón de su desasosiego?
Pero, tan sólo fue un percance…Se asusta, no recordaba cómo había sido rescatada.
Ante esos flashes en su memoria Anna siente una convulsión que le absorbe la energía y si todo lo que le pasó fue la consecuencia de la  obsesión  que siempre tuvo por penetrar en las entrañas de la tierra. En esa caída —pensó— debí dar  con algo oculto, pero no podía recordar nada. ¿Y si la caída la llevó  hasta la misma puerta de Hades? Se asusta de nuevo ante estos pensamientos, aterrada desea  desechar de su mente aquel sueño que se había convertido en una horrible pesadilla.
Se asoma a la ventana, necesitaba con urgencia que la brisa de la mañana acariciara su rostro para que pudiera seguir respirando.
Hasta aquella noche no había vuelto a recordar nada, aquel día  que formó parte de aquella expedición que un grupo de amigos organizaron en la selva venezolana. Anna, cuando se inscribió para participar en aquella aventura, ignoraba de dónde le venía esa  necesidad  incontrolada de explorar las entrañas de la tierra. Pero no encontraba ningún motivo que se lo aclarara. ¿Estaría escondido entre los pliegues de su memoria? Contrariada ante lo incomprensible de este fallo en su memoria, dio un manotazo a la taza  que cayó al suelo, no sin antes emitir un gemido de animal herido.
Por unos momentos se encuentra perdida, intenta recomponer sus ideas y al no conseguir ningún resultado, decide salir a la calle. Sale del apartamento sin rumbo fijo, deambula por la calle, que era una calle cualquiera que desembocaba en una plaza cualquiera.
 Anna, que había estudiado geología en esos momentos se dio cuenta de la importancia que tiene el estudiar los entresijos  de una materia para después saber utilizar esos conocimientos para beneficio de la comunidad.
 Se encontraba en la barrera de los  treinta años y aún no había conseguido trabajar en algo que le satisficiera y a la vez que fuera lo suficientemente remunerado cómo para vivir a la manera que siempre le gustó vivir. Ella se sentía orgullosa de su físico que le daba el aspecto de  jovencita, influyendo en ello las exageradas minifaldas que dejaban al descubierto unas  largas y flacas piernas de adolescente; todo agitado como un cóctel, daba como resultado una mujer  libre y desenfadada que siempre lograba los objetivos que se proponía.
Caminaba pensativa, ajena a las miradas masculinas, su deambular  la condujo hacia una avenida que se encontraba concurrida, atravesó la calzada y frente a ella se encontró una terraza de verano, vio que estaba libre uno de los veladores y pensó que era un buen sitio para huronear a todo el que pasara frente a ella.

Pide al camarero un refresco de limón, mientras da el primer sorbo, sonríe para sí, sin duda era una privilegiada pues se sentía viva, mientras miraba a las gentes que pasaban ante ella, de repente se le antojó que pudieran ser esclavos, autómatas, al carecer sus caras de expresión  debido quizás al ser obligados  a acatar las órdenes  de un ser invisible e implacable.

Continuará...



martes, 16 de agosto de 2016

Almas en las sombras(2ª parte)



Matilde no encontraba palabras que fueran disculpas razonables para que su amigo no se enojase con ella. Necesito que entiendas que mi propósito no es el de escaquearme, en esta ocasión sé que no me encuentro con la suficiente información, ¿acaso has pensado que este collar, o lo que parece ser, puede llegar a tener hasta cinco mil años de antigüedad?
Eladio la mira desconcertado, de repente sus ojos  cambiaron de color dando la apariencia de un ser de otro mundo, Matilde no pareció sorprendida ante el cambio radical de aquellos ojos y como si todo fuera de lo más normal salió a la calle cabizbaja, un suspiro se escapó de su garganta que por unos momentos le alivió del estrés que le empezaba a dominar. Retrocedió sobre sus pasos, entró de nuevo en el despacho de Eladio que al verla supo de que estaba dispuesta a ayudarlo aún y a pesar de creer que aquel collar guardaba un enigma que si llegara a descifrarlo, podía llegar a ser muy peligroso, Matilde temblaba al desconocer el poder que ésta podía tener.
Y mirando a su amigo dijo:
— ¿Sabes acaso por donde vamos a empezar?
Eladio la miró, él también se encontraba perdido.
         Matilde, sabes que necesito saber algún dato para empezar.
         Eso no puede ser, tan sólo dispongo del collar — contestó Eladio con la voz entrecortada por el dilema que se le presentaba.
Matilde, resignada toma la caja en sus manos pero su cuerpo empezó a temblar — ¿Oh Dios mío, que está pasando?
Eladio miró la caja y espantados vieron que de ella empezaron a salir hilos de humo de diferentes colores, era parecido a un arco iris después de una tormenta, sus colores eran perfectos, entonces todos aquellos colores envolvieron la habitación quedando los dos dentro de aquel círculo sin poder apenas moverse.
Suena la puerta, un cliente entra que al verlos envueltos en una bolsa de colores, al instante quedó calcinado por un potente rayo.
Matilde y Eladio se miraron espantados y entonces se dieron cuenta de que eran dos seres extraños, no se reconocían entre sí. A Matilde le daba vueltas la cabeza, estaba siendo cierto  todo lo había sospechado de aquella joya, pues todo lo ocurrido había sido propiciado por aquel enigmático collar.
De repente, se oyeron nuevos pasos que se dirigían al despacho, Matilde quiere gritar para advertirles que no entraran, pero Eladio con los ojos ensangrentados de un demente les invita a entrar. Los dos clientes, ante el espectáculo que presenciaron se quedaron inmóviles, poco después eran empujados por una fuerza extraña que les hizo desaparecer por las estrechas escaleras.
Entonces, el despacho empezó a cambiar, no sólo el color de las paredes que fueron teñidas de color rojo fuego, perdiendo su primitivo color que no se diferenciaba por su atractivo, pues siempre fue de un color gris desvaído.
Un ruido infernal atronó los oídos de Matilde, todo cambió. Los muebles eran diferentes, raros, Matilde cerró los ojos temiendo lo peor, cuando los abrió se encontró en un salón de cuyas columnas colgaban rosas marchitas, al fondo podía ver un sitial vestido de terciopelo negro, en aquel salón se encontraban los dos solos sin saber qué clase de magia los había transportado hasta allí.
De pronto se oyó el sonido agudo de una trompeta y apareció un séquito de ocho personas vestidas con túnicas faraónicas que escoltaban a una niña casi adolescente, su mirada era dura y despiadada.
Se sentó en aquel trono y demostró que carecía del lógico candor que posee una niña, sus gestos eran duros que demostraba saber hacerse obedecer.
Matilde mira a Eladio:
— ¿Tienes tú el collar?
Pero Eladio no responde a su pregunta.

Continuará...




martes, 14 de junio de 2016

Semáforo (final)

Mira de nuevo, se detiene unos instantes para contemplar aquel rostro…aquel rostro…pero no por eso flaqueó.
Anna reaccionó y entonces supo el por qué hizo lo que hizo, pues había seguido las pautas de las ondas energéticas que nos trasmiten los pensamientos, ya no se encontraba perdida. Se encontraba justo en medio del bien y del mal.
Se asoma de nuevo a la ventana, abajo seguía la sin frenética sinrazón que a veces invade al ser humano ante lo que se ignora, de repente todo cambió cuando desde su ventana Anna pulsó un interruptor que hizo funcionar los semáforos.
Todos ignoraban que Anna fue la causante de aquel atasco, poco después la policía metía en un furgón celular a cuatro terroristas que esperaban para perpetrar un atentado en una cafetería a la hora punta.
Anna mira de nuevo por la mirilla, sonríe, abre la puerta:
 —He venido a decirle…— su voz se interrumpe— su sonrisa es contagiosa.
Ante ella se encontraba  el policía que una vez a su lado también empezó a reír, mientras le decía:
 –Señora, estas risas suelen curar las enfermedades del alma.
Anna le invita a un café, después de una conversación insulsa y, cuando daban el último sorbo al café Anna, con gran simpleza le dice:
—La gangrena a veces anida en  seres despreciables que la  siguen  cómo si fuera un sendero que los conduce poco a poco hasta regiones limítrofes con el infierno; y todo es tan simple como  ambicionar sólo poderes materiales.
Él la miraba con la lascivia propia de un descerebrado, ella sabía que no era el  policía que decía ser, sus ojos tras las lentillas de camuflaje, disparaban fogonazos de fuego.
Anna parecía estar esperando algo mientras con la conversación intentaba distraerlo. En unos segundos la habitación se convirtió en un congelador; se abre la puerta y aparecen tres espectros que se dirigen al falso policía. Él comenzó a temblar, pero no era del efecto del frío helador, era que se estaba viendo así mismo, pues era tan zafio en su raciocinio que al poner la bomba en la cafetería no supo manipular el dispositivo y  le explotó en las manos.
Ahora era igual que sus víctimas, una piltrafa, un cadáver, pero  él no tenía a nadie que le echara de menos, pues quedaría para la eternidad  sólo como  un delincuente,  jamás nadie lloraría su muerte.
La habitación de repente desapareció, un grupo de policías subía y bajaba precipitadamente por las escaleras husmeando el edificio que se encontraba semiderruido, una voz dijo:
 —Aquí no hay nadie, ya se puede tapiar la puerta.
Desde aquel día Anna durmió tranquila el sueño de los justos.





viernes, 3 de junio de 2016

Semáforo (1ª parte)



Hacía tiempo que no se encontraba tan relajada, vivía dónde siempre había querido vivir, era un apartamento pequeño pero elegante con su sello personal, se encontraba ubicado en un antiguo edificio en el centro de la ciudad y frente a su ventana, a la que tanto le gustaba asomarse, se encontraba un gran parque sembrado mucha variedad de plantas que le daban  sombra; los abetos, plataneros y muchos más árboles.
Aquella tarde en la que Anna se encontraba asomada a su ventana parecía estar mejor que nunca. Mirando la calle se sentía feliz sobre todo al saber que no formaba parte de aquel colectivo que caminaba con frenesí, sin ni siquiera cruzar una mirada con el que pasa rozando su brazo, dando codazos tan sólo para llegar al paso de cebra unas décimas de segundos antes que el semáforo se pusiera en rojo.
Anna se mira las manos, sonríe, su sonrisa era ambigua, cómo casi todo lo que  había hecho en su  vida, su edad también era ambigua, unas veces aparentaba tener menos edad de que en realidad tenía, pero cuando llegaba el temido invierno para ella, su aspecto era tan diferente que ni ella se reconocía.
Hacía unos días que no cesaba de tener una pesadilla tras otra, por la mañana al levantarse algunas veces ni siquiera se atrevía a asomarse a su ventana.
Una de esas noches de tenebroso insomnio en un impulso se levantó de la cama, salió a la calle atravesó el paso de peatones y se adentró en el parque; la brisa era desapacible, la copa de los árboles se mecía, los rosales, gladiolos y las dalias parecían despertar a su paso para mirarla, la gravilla que rodeaba los parterres crepitaba bajo sus pies al ser pisada.
Un resbalón la obliga a sentarse en uno de los bancos, todo era silencio y soledad, no había nadie que corriera hacia el paso de cebra para coger el semáforo en verde.
Se levanta del banco cuando empezaba a amanecer, el jolgorio de los trinos de los pájaros  al despertar la puso de mal humor.
Cuando va de regreso a su precioso apartamento, da un rodeo para pararse en cada uno de los postes que va encontrándose en su camino y que sostienen los semáforos. Poco después entra en su casa, se toma una taza de café y se acomoda cómo solía tener por costumbre en la ventana. Anna se distrae viendo aquel frenesí que se sucedía día tras día.
Un golpe a chapa machacada hace que los viandantes vuelvan la con curiosidad, un autobús urbano se había llevado por delante el maletero de un coche aparcado; los dos conductores emprenden una acalorada discusión  hasta ver llegar a un policía, de nuevo se hace oír otro golpe, que hace parase en seco a los que corren acelerados hacia su puesto de trabajo.
Ante tanto encontronazo se forma un terrible caos,  las gentes no cesaban de correr de un lado para otro desorientadas ante el ruido que hacen las sirenas de los coches policías, llegan más policías motorizados, por el reloj del parque los minuteros marcaban las diez de la mañana, ya nadie corría  ni miraban sus relojes, las horas pasaban y no habían llegado a sus puestos de trabajo, siguen llegando vehículos de los servicios del Ayuntamiento y  grúas para retirar los coches siniestrados. Mientras tanto, las bocinas de los coches con los conductores cabreados no dejan de clamar vía libre para seguir circulando.
Estaba llegando la hora de comer pero la aglomeración parecía estar en su más álgido momento, los conductores se bajaban de los vehículos  dejándolos abandonados, ya nadie pensaba en ir a trabajar y era imposible transitar por las aceras.
El parque se llenó de improvisados paseantes, las rosas abrieron sus pétalos para obsequiarlos con su aroma para que no se sintieran tan desesperados, la brisa que mecía las copas de los árboles desprendía su sabia sobre ellos haciendo de benefactora calma.
Anna sigue expectante desde su ventana pero algo de repente cambió y los árboles del parque se encresparon con una gran agitación, el viento empezó a ser virulento presagiando una tormenta.
Anna se impacienta, había oído pasos ante su puerta, miró tras la mirilla y vio el reflejo de la luz de una linterna.







viernes, 20 de mayo de 2016

El charlatán (final)



Pero algo extraordinario les pasó, pues fueron transportados en el espacio y tiempo, entonces se vieron vagando por OakIsland (Nueva Escocia), ninguno se preguntó que hacían allí en una isla poblada de enormes robles que lo hacían tenebroso, la floresta era tan espesa que no dejaba pasar la claridad del día pues hacía el efecto de un techo verdoso que parecía querer aplastarlos, entonces sus miedos se convirtieron en terror, el suelo empezó a temblar, no se encontraban seguros aquel espacio boscoso, era una visión infernal.
Tras un enorme roble, vieron que un grupo se acercaba a ellos, blandían espadas y antorchas que desprendían un intenso olor dulzón que les  estremeció, un fuerte impacto les hizo salir despedidos del carruaje, entonces atónitos pudieron contemplar que ante ellos apareció una gran oquedad que se tragó el carruaje, de pronto aquel enorme socavón desapareció tapado por una enorme capa de arcilla y ramas de roble.
Los tres con el horror escrito en sus rostros vieron cómo los soldados templarios hacían excavar otro pozo a los asaltantes, los cuales una vez terminado el pozo fueron arrojados a él sin miramientos. Con los labios resecos esperaban órdenes, no sabían de quien, entonces ven acercarse a ellos uno de los templarios que con voz serena les dijo:
    Si queréis, podéis unirnos a nosotros, el viaje es largo pero sencillo de andar, ante ellos se encontraba Jacob de Mulay  que los miraba agradecido pues gracias a ellos y junto con su astucia nunca se encontraría el tesoro de los Templarios.
Mientras tanto en París, el Rey Felipe “El Hermoso”, ahogaba su ansiedad cazando. Un buen día y mientras galopaba por el bosque persiguiendo una pieza de caza tuvo un desdichado accidente.
 ¿Acaso no era un experto conocedor de aquel bosque y un hábil cazador?
Pocos días después y en el Palacio Episcopal, el Papa Clemente V agonizaba aquejado de una rara  enfermedad que cubrió su cuerpo de llagas hasta matarlo, su sufrimiento fue descrito cómo si su cuerpo hubiera tenido una hoguera interior que lo destruyó.
Desde entonces, los ambiciosos, sean de la condición y ralea que sean, pretenden encontrar el tesoro de los Templarios, Orden de los pobres Caballeros de Cristo, aquellos que con honor guardaron el Templo de Salomón.
Pero la ambición guarda para sí una especial característica, que no es otra que la de buscar donde se supone debe estar, pero pocos llegan a pensar que si se pudo burlar a un Rey y a un Obispo, tal vez es porque no se sabe buscar bien o porque la ambición nos ciega, hasta el punto de no ver más allá de nuestras narices.
¿Será esta la maldición de Jacob de Mulay?