Pero
algo extraordinario les pasó, pues fueron transportados en el espacio y tiempo,
entonces se vieron vagando por OakIsland (Nueva Escocia), ninguno se preguntó
que hacían allí en una isla poblada de enormes robles que lo hacían tenebroso,
la floresta era tan espesa que no dejaba pasar la claridad del día pues hacía
el efecto de un techo verdoso que parecía querer aplastarlos, entonces sus
miedos se convirtieron en terror, el suelo empezó a temblar, no se encontraban
seguros aquel espacio boscoso, era una visión infernal.
Tras
un enorme roble, vieron que un grupo se acercaba a ellos, blandían espadas y
antorchas que desprendían un intenso olor dulzón que les estremeció, un fuerte impacto les hizo salir
despedidos del carruaje, entonces atónitos pudieron contemplar que ante ellos
apareció una gran oquedad que se tragó el carruaje, de pronto aquel enorme
socavón desapareció tapado por una enorme capa de arcilla y ramas de roble.
Los
tres con el horror escrito en sus rostros vieron cómo los soldados templarios
hacían excavar otro pozo a los asaltantes, los cuales una vez terminado el pozo
fueron arrojados a él sin miramientos. Con los labios resecos esperaban
órdenes, no sabían de quien, entonces ven acercarse a ellos uno de los
templarios que con voz serena les dijo:
— Si
queréis, podéis unirnos a nosotros, el viaje es largo pero sencillo de andar,
ante ellos se encontraba Jacob de Mulay
que los miraba agradecido pues gracias a ellos y junto con su astucia
nunca se encontraría el tesoro de los Templarios.
Mientras
tanto en París, el Rey Felipe “El Hermoso”, ahogaba su ansiedad cazando. Un
buen día y mientras galopaba por el bosque persiguiendo una pieza de caza tuvo
un desdichado accidente.
¿Acaso no era un experto conocedor de aquel
bosque y un hábil cazador?
Pocos
días después y en el Palacio Episcopal, el Papa Clemente V agonizaba aquejado
de una rara enfermedad que cubrió su
cuerpo de llagas hasta matarlo, su sufrimiento fue descrito cómo si su cuerpo
hubiera tenido una hoguera interior que lo destruyó.
Desde
entonces, los ambiciosos, sean de la condición y ralea que sean, pretenden
encontrar el tesoro de los Templarios, Orden de los pobres Caballeros de
Cristo, aquellos que con honor guardaron el Templo de Salomón.
Pero
la ambición guarda para sí una especial característica, que no es otra que la
de buscar donde se supone debe estar, pero pocos llegan a pensar que si se pudo
burlar a un Rey y a un Obispo, tal vez es porque no se sabe buscar bien o
porque la ambición nos ciega, hasta el punto de no ver más allá de nuestras
narices.
¿Será
esta la maldición de Jacob de Mulay?
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