Aquella
tarde, cuando el grupo de costureras entró en el taller después de haber comido
todas juntas para celebrar el cumpleaños de la maestra se encontraron con una
sorpresa desagradable. El espectáculo que allí había era muy extraño pues las
telas que estaban confeccionando se encontraban revueltas y esparcidas por el
suelo pero alguien con voz grave que nadie reconoció dijo:
-
Esto no tiene importancia.
Y todas como autómatas empezaron a
ordenar aquel desbarajuste.
Todo
parecía estar solucionado y cada una se sentó en su bajita silla de enea para
reanudar su tarea pero cuando una de las costureras necesitó la plancha, ésta
no aparecía, se había esfumado y todas se miraron, pero no era ético desconfiar
de alguien que trabajaba en el club.
Media
hora después el viento empezó a soplar con inusitada virulencia, empujando las
ventanas, mientras las costureras protestaban quejándose de su infortunio.
De
repente se desató una terrible tormenta acompañada por viento, agua y una descarga eléctrica. El agua al
caer en torrente precipitado por los canalones parecía absorber las energías de
las costureras allí reunidas. La tarde se hizo a cada momento más oscura y el
viento se alió con el agua haciendo un tándem de terror. Los dos juntos
abatieron el poste de la luz que iluminaba el barrio y quedaron todo en la más
absoluta oscuridad, sólo los rayos de
luz cegadora se difundían por la negrura del taller dejando a todas aterradas.
Los
transeúntes que por allí pasaban, alzaban la mirada hacia la tétrica ventana
donde las doce mujeres parecían tener una lucha contra un enemigo difícil de
abatir; eran los elementos sobrenaturales.
A
oscuras, y cuando todo estaba sumido en tétrico silencio, Juana, dio un grito
quejumbroso. Se había pinchado con una aguja de coser.
De
nuevo el silencio…
De
repente otro quejido salía del fondo del taller; Reme también había sido
pinchada por la aguja de la máquina de coser al intentar rescatar la falda que
ésta tenía aprisionada en su prensil.
La
noche implacable empezaba a caer sobre ellas y ya ni siquiera se podían ver las
caras, estaban sumidas en la más absoluta oscuridad. A cada minuto que pasaba
parecía crearse una nueva situación. Alguien sale del baño, suena la cisterna,
no deja de salir agua, se ha roto inundando el taller.
Los
ovillos de hilos de colores junto con el gigante de hilvanar salieron de sus
carretes e hicieron con su inmensa largura una maraña de hilos en el suelo que
les atrapaba los pies, ya era imposible moverse. Una tijera empezó a cortar las
piezas de tela que se encontraban encima de la mesa de corte y todas aterradas
escucharon en silencio el rasgueo que producía el roce de la tijera al cortar
la tela.
De
nuevo otro rayo iluminó la estancia y recreó un panorama del taller patético.
Juana
no parecía moverse y Reme, con voz trémula dijo:
-
No se encuentra bien.
-
Con mucho miedo decidieron salir pero la
puerta estaba atrancada.
Aquella
situación se estaba poniendo insostenible en aquel taller, ya no quedaba títere
con cabeza, las prendas que estaban confeccionadas, empezaron a volar como
almas perdidas.
Desde
fuera, alguien gritó:
-
¿Se puede saber qué hacéis con la luz
apagada?
Al
encender la luz se miraron unas a otras. ¿Qué ha pasado?, se preguntaban
confusas, todo allí se encontraba en orden. Juana, como siempre medrosa se
había acurrucado en un rincón sentada en su silla de enea y Reme se miraba las
manos.
¡No se había pinchado con la aguja de la
máquina!
Cuando
Reme llegó a casa y contó lo sucedido el único que la creyó fue su hijo Gonzalo
que al término del relato contado por su madre dijo:
-
Mamá, eso es que habéis tomado algún
licor manipulado y como no estáis acostumbradas…
En
definitiva, hay misterios que subyacen en el cerebro, haciendo creer ilusiones,
temores y sueños.
Pero
la plancha ¿dónde estaba? y la tijera ¿qué hacía encima de la mesa si siempre
estaba metida en un cajón?
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