pero
esa es otra historia. Pero sí que he tenido que enfrentarme aún a mí pesar con
los nobles residentes en esta ciudad, que por cierto, si no llego a venir se
hubieran matados unos y otros, nada, tan solo por poseer más de lo que ya se
les ha otorgado, pero yo les he dejado en calzones—dijo con una mueca muy
significativa de triunfo—ya no pueden guerrear desde sus torreones, pues he
dado orden de que las desmochen desde ahora se tendrán que mirar a la cara
cuando quieran luchar; también te diré que acabo de terminar de bordar un pendón
que espero luzcáis en ocasiones especiales para que se sepa que estuve aquí en Cáceres hospedada en este palacio por sus
mercedes los Golfines de abajo, desde donde he impuesto mi soberanía.
Era
tan amable el tono de sus palabras que creí podía relajarme, entonces más
calmada pude apreciar que quizás fuera cierto lo que se decía de su aspecto
personal que sin duda era despreocupado
denunciándolo su olor corporal que tenía mucho que desear, entonces
pensé en la época, la disculpé, después de todo era una mujer de estado no una
muñeca de salón, pues intuí que podía ser la reina sin dudas, más poderosa de
España.
Me
siento mareada, no sé cómo pude bajar las escalinatas del palacio tapadas con
una alfombra hecha para la ocasión, cuando llego al patio de ese estilo mitad
romano llamado peristilo, traspaso la puerta enrejada que da
al zaguán, cuando una voz autoritaria hizo que me parara en seco, era la Reina
Isabel de Castilla y de Aragón por su matrimonio con Fernando que en esos
momentos decía, haz saber a todos los cacereños que no olviden, que yo, Isabel llamada La Católica, estuve aquí para
sembrar la paz entre los nobles.
Una
vez en la calle, sin saber qué hacer, me paro a contemplar la fachada de aquel
palacio, confusa, bajo la cabeza, para inmediatamente mirar de nuevo la
fachada, era la misma de siempre, pero…
¿En qué siglo me encontraba viviendo? Me froto
los ojos, no
Miro
de nuevo hacia arriba y sonrío, la verdad es que es uno de estaba soñando.los
palacios más bonitos de la cuidad,
entonces posé mis ojos en la torre cuadrada que da justo a
la esquina de la cuesta del Marques, que conserva un enorme matacán que se encuentra sujeto por
tres ménsulas, sigo sin saber qué me estaba pasando, allí inmutable se podía
apreciar con deleite una de las mejores labores más bellas y pétreas de
bolillos que puedan rematar un edificio, en realidad se presenta como una increíble crestería de estilo plateresco, que hasta ese momento
y, cuando me encontraba contemplándola embobada, descubrí que en sus encajes
se asomaban figuras de fantásticos animales como los que solían hacer
los plateros.
Había
empezado a anochecer en la plaza había una escasa y claudicante luz que
avanzaban lentamente filtrándose por las estrechas calles perfilando con su
sombra los palacios de Mayoralgo, y el palacio Episcopal, destacaba entre ellas,
unas sombras delgadísimas que como
agujas parecían querer pinchar la cúpula del campanario de la Con-Catedral, no sé
cómo, pero de repente me encontré sentada en el poyete que cómo zócalo remata
la fachada de la Con- Catedral.
Me
fue imposible recordar el tiempo que estuve en esta contemplación, pues no
aprecie que un anciano se había sentado a mi lado, en su tez morena destacaban
surcos cómo hendiduras, que al ser estas tan marcadas desfiguraban su cara, parecía de
amargura. Alguien pronunció su nombre, Cohen, el anciano se puso a temblar, yo
me acerqué para tranquilizarlo, mientras un grupo de inquisidores pasaban junto
a nosotros que, al ver que se encontraba
junto a mí el anciano, pasaron de largo.
No
entiendo cómo pudo pasar pero de pronto y, sin más me vi en la Plaza de San Mateos, miro a mi
alrededor como si la viera por primera vez, entonces descubro una bella torre
de estilo gótico cubierta de hiedra, destacando en ella un impresionante matacán
sostenido por nueve ménsulas, me quedo extasiada, adornando esta edificación
única en su fachada se encuentran dos ventanas góticas arqueadas y
divididas mediante columnas o
pilastrillas.
Un
gorjeo, hizo que mirara hacia el muro que se encontraba pegado a la pared de
este matacán, entonces descubrí un precioso Pavo Real que con su cola
desplegada parecía llamar la atención de su pareja, éste ave se encontraba
junto a la Torre que pertenece a la casa de los Sande, familia con linaje.
Tampoco
calculé la hora ni el tiempo que pasó desde que salí de mi casa para pasear por
esta ciudad, solo sé que ahora mis ojos se posan en el palacio de los Golfines
de arriba, en cuya fachada se pueden apreciar dos blasones que nos cuentan que
ellos la construyeron, el que se encuentra a nuestra derecha según miramos parece
de los borbones, el de la izquierda de
los Golfin, siendo las armas de la casa de Cerda, descendientes de la
primogénita Casa Real de Castilla.
Sigo
mirando, mi curiosidad me hace osada y mi cabeza comenzó a recordar las clases
de historia que se impartían en el colegio, regresando a mi pasado.
Esta
casa fue construida por los Cerda y los
García Golfin, primero la concibieron cómo una casa fuerte que luego más tarde
se amplió adosando los inmuebles de su alrededor.
La
fachada es, digamos y, según mi criterio excesivamente decimonónica con aires
pseudoclasista, en la pared no se observa ningún arco que destaque de forma
especial, pero a mí siempre me pareció que esta fortaleza guardaba un delicioso
sabor medievo, porque si se mira a su alrededor se pueden ver algunos de los mejores ajimeces,
que son ventanas—balcón o mirador cerrado con celosía donde sin ser vistas las
damas de la casa podían asomarse, llegando a ser de esta manera, testigos desde
la clandestinidad de amores imposibles, que es lo que hace al hombre ser fiero
o manso.
Entonces
no quise perderme aquel entorno, miro
buscando las cuatro torres que fueron en su inicio las que protegían la
fortaleza, pero me llama poderosamente la atención, solo una, la que se encuentra en el centro del edificio, llamada del homenaje, que no todas las fortalezas suelen tener, fue especialmente salvada de ser desmochada en virtud de una real orden
concedida por Fernando el Católico.
Desconocía
las horas que llevaba caminando, me encuentro con las piernas cansadas, pues me encontraba en medio de una
incipiente oscuridad parada, sin fuerzas para seguir caminando por la calle de
los Condes frente al palacio de los Golfines de Arriba, un jaleo de repiques de
campanas comenzaron a tocar, parecían disputarse la hora que convocaba a la
oración a unos fieles que yo no veía, me palpitaban las sienes con tanta
algarabía, que un dolor inmenso parecía taladrar mis oídos.
De
pronto vi salir del palacio de los
Golfines una señora con aspecto de gran
dama, a su lado se encontraba un hombre vestido ampulósamente, sus calzas eran
de gamuza, herreruelo de raso negro de tafetán acuchillado y capota de gorgorán,
desde luego la indumentaria me llamó la atención. Nada más salir a la calle
aquel caballero se separó de la señora, yo, noté que la señora conducía su mirada con interés hacia donde mi vista se perdía; muy amablemente
se dirigió a mí, ¿Tanto le gusta esta
torre? Yo la miré un tanto desconcertada, pues era costumbre en mi el despiste cuando me
encontraba contemplando algo que acaparara mi atención, mi cabeza, se
encontraba haciendo conjeturas de cómo, habían podido protegerse estos monumentos de las insidias del tiempo, sería para que quedara como patrimonio, y testimonio de un pasado para que pudiera admirarse intacto.
En
esos momentos me vi diminuta, necesitaba desaparecer, las pisadas de dos ancianas
me hacen despertar de mí ensoñación, ante mis ojos aparecieron con
vestimenta enlutada desde el pañolo a
las colondras, parecían dirigirse a la iglesia a su paso quedaron el fragante
olor a orines, tras ellas un villano rijoso cejas muy juntas y barba facinerosa
las seguía pero sus intenciones fueron fallidas al verme a la puerta de este
palacio, en compañía de una ilustre dama.


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