miércoles, 23 de enero de 2019

Y, después, qué

Aquella tarde, me encontraba sentada en mi cuarto de estar después de unos meses de encontrarme ausente; cuando tuve la sensación de que, por el pasillo cruzaba una fugaz sombra, fue como una ráfaga que, al notarla, me hizo sentir cierta incertidumbre, aunque sólo duró una décima de segundos, pero aquella desagradable sensación fue para mí como un detonante, porque de un impulso me incorporé del sillón con la certeza de saberme observada. Cuando me tranquilizo, me dirijo al pasillo, despacio, no sé si, innecesariamente aterrada, me pongo a mirar, pero no veo nada. Entonces cuando de nuevo me siento, quiero creer que tan sólo fue una de esas sensaciones que suelen ocurrir cuando se está padeciendo estrés, y el subconsciente te juega una mala pasada.
Una vez sentada intento olvidar esa desagradable visión, necesito echar una cabezadita, pero la inquietud que había despertado en mí esa llamémosla “sombra” me hizo pesar que estaría mucho mejor despierta por si volvía a aparecer. Entonces decido enchufar el televisor, la pantalla se mostraba en su totalidad cubierta por una neblina blanca y brillante, manejo el mando para cambiar de canal, pero aquellos puntos luminosos como la plata insisten en quedarse, al no tener en esos momentos nada que me pudiera distraer, miro la habitación, observo los cuadros, miro las cortinas y, entonces siento cómo me va invadiendo una extraña sensación que va tomando fuerzas hasta anidar en mí; para calmarme, decido salir a la calle, era la primera vez en mucho tiempo que no iba a estar acompañada por un guarda espalda, cojo las llaves de mi casa   y enfilo la acera sin rumbo. En mi caminar, noto que mi mente seguía ocupada como lo estaba  cada día, cuando un grito a mi espalda me sobresalta, entonces volví la mirada hacia atrás expectante. En esos momentos me sentí tan ridícula que de mis labios se escapó una tibia sonrisa, al comprobar que se trataba  de una pareja de enamorados que se encontraban haciéndose carantoñas.
Acababa de entrar en la Plaza Mayor desconociendo el porqué de mi conducta y, calculé la hora, en vez de mirar mi reloj de pulsera, o el del Ayuntamiento que se encontraba frente a mí y, sin más, deduje que serían las once de la noche, de repente me pongo a pensar y me doy cuenta de que desconozco el motivo exacto que me hizo salir de mi casa con tanta precipitación, pero no se me ocurre nada,  seguro que fue la estupidez como la de no funcionar el televisor.
Me extrañó ver la plaza vacía, más que vacía se encontraba desierta, ante esta soledad desconocida mi alarma se conecta.
 ¿Qué me estaba sucediendo?
 ¿Será un mal sueño?
 De repente, dejé de hacerme preguntas, porque un frío helador se apoderó de mi cuerpo que al instante se mezcló con el tufo de un  horrible olor a sangre que se propagó de inmediato inundando la plaza ante esta extraña situación, siento unas terribles nauseas al notar cómo ese olor aumentaba a cada segundo que pasaba y se hacía más insoportable, hasta llegar a darme la sensación que estaba aspirando algo pegajoso que hacía que fuera difícil el respirar. Mis piernas sin motivo alguno se paralizaron, entonces aumentó el temor de saberme perseguida por un ser invisible. Quiero correr, pero las piernas me lo impedían, me siento impotente ante la soledad y el silencio, miro hacia atrás y sólo pude percibir un terrible rugido de fieras, comencé a gritar, pero parecía que nadie escuchaba mí desesperación; ante tanta presión, me vi sola y desamparada, mientras en mi interior se debatían luchas de ambiciones y misericordias, pues me encontraba en desventaja al desconocer cuál podía ser mi enemigo.
Cuando al fin mis piernas pudieron caminar, entro como una exhalación en el primer portal que me encuentro abierto de la plaza, Un joven bien parecido me tiende su mano para que suba las escaleras, pero al llegar al rellano del primer piso, alzo mi mirada para agradecerle su amabilidad, y el joven parecía haber desaparecido.
Confusa y sin saber qué hacer, grité hasta quedar afónica; de mi boca sólo salía ira ¡ya es suficiente! Salga de su escondite, dígame lo que quiere de mí, pero el silencio en aquel rellano no se alteró ni con mis voces ni con mis gritos, pero estaba segura: aquel galante caballero tenía que encontrarse en alguna estancia de la casa.
La luz de un farolillo adosado a la pared parpadeaba como si estuviera a punto de apagarse por la escasez de gas, entonces decidí salir cuanto antes a la calle, pues nadie debe permanecer en la oscuridad, pero aquel impulso de salir corriendo, se frenó en seco al crujido de un papel al pisarlo que acaparó toda mi atención, pues ante mis ojos se presentaba un folio con un blancor impoluto, en él destacaban unos trazos de color rojo. Este detalle hizo que me  agachara a recogerlo, lo acerco al farolillo para saber de qué se trataba, allí se encontraba mi nombre escrito con grandes letras; entonces acudió a mi mente el pensamiento de que algo grave estaba pasando, allí en aquel trozo de papel decía que estaba citada. Me froto los ojos.
 ¿Estaba siendo verdad que era perseguida? Entonces pegué mi tembloroso cuerpo como  para protegerme en la pared que se encontraba desconchada y húmeda, miro al fondo del pasillo, pero todo parecía ser normal; entonces pude ver al fondo del pasillo un grupo de figuras silenciosas  que parecían caminar pidiendo clemencia, pero, de pronto, aquella visión desapareció y todo en aquel rellano seguía igual, en silencio, como si a nadie le importaran mis miedos. No recuerdo si fue el frío de la humedad de aquella pared lo que me hizo reaccionar o el chirrido de un riel de un archivador que me devolvió un poco de tranquilidad, pero no había forma de impedir que mi cuerpo dejara de temblar.
Inmediatamente busco una puerta abierta, entonces veo una delgada línea de luz bajo una puerta al final del pasillo, me acerco con cautela, me asomo, era una de esas salas que a veces hace la función de oficina aunque  aquella habitación tenía un aspecto más bien destartalado. Sentado en una silla giratoria  se encontraba aquel joven galante y, un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza. Observé y, lo que vi, no me pareció nada alentador, el sudor  comenzó a perlar por mi frente hasta mojarme la cara, el joven hablaba con alguien por teléfono, pero desde donde me encontraba  no alcanzaba a  oír la conversación, de pronto cambió su tono de voz, al salir de su garganta una carcajada jocosa.
Y, le dijo a su interlocutor ¿Eso es lo que crees que estoy haciendo?
El silencio del otro lado del teléfono lo puso nervioso.
Después de unos segundos de indecisión, él joven, contestó.
No te equivoques, y  mejorando su humor por momentos dijo, su  tono era seco, quiero que sepas que estoy haciendo un gran trabajo, espero ser bien recompensado, porque si, no,… (Y airado)  no, ni mucho menos, yo nunca amenazo, yo, ejecuto.
Un silencio fue la respuesta que obtuvo el joven.
Sigues ahí, decía el joven, este asunto que tenemos entre mano; si, puede que cuando se sepa  se produzca algún que otro huracán, pero cómo siempre, se dan cuenta demasiado tarde, no hay nada de qué preocuparse, cuando llegue lo nuestro ya no habrá nada que hacer, y nosotros estaremos a salvo de sospecha en alguno de esos paraísos terrenales que nos hemos fabricado para nuestro disfrute. Qué sabrán esos insulsos de los negocios,  pues el negocio, es el negocio,  así de simple.
¿……? La contestación era un largo silencio.
¿Te dije alguna vez que este  trabajito me está sentando bastante bien?
Un clip al otro lado del teléfono, cortó la comunicación.
Yo desde fuera y, en mi posición de vulnerabilidad, no podía dejarme ver, antes tenía que averiguar de qué se  trataba  aquella historia que parecía ser un entramado de esos que pueden terminar en algo muy pero que muy peligroso. Cuando una voz grave me despierta de mis lucubraciones, cuando llega a mis oídos una voz que sonó cómo un  trueno, mi mente no podía reaccionar se encontraba bloqueada, cuando volví a escuchar de nuevo aquella voz  me puse a la defensiva, pues se estaba volviendo autoritaria cuando dijo con rabia; entra de una puñetera  vez que te estoy esperando,  entro con el cuerpo encorvado y, noté que al mirarme  sus ojos marrones, desprendían un fugaz destello, que me parecieron de un niño travieso, esta observación me intranquilizó tanto, que al instante me puse erguida pues  supuse que podía tratarse de algo maquiavélico y yo, sin saber lo que se estaba tramando, supe que alguien  me estaba  involucrando en algo, que sin duda  era una vil  trama.
 Aquel joven, por su arrogancia supe que se creía el ganador de aquella batalla, y  echando la cabeza hacia atrás me miraba descaradamente mientras recorría su burlona mirada sobre mi anatomía, pero al ver que yo aceptaba  esa mirada desafiante, lanzó una grotesca carcajada, aquella risa ficticia tocó mi fibra sensible, y entonces supe, que algo sobrenatural me estaba pasando, yo nunca había querido creer en esas cosas, pero desde ese momento lo creí y, miré con altanería a aquel joven engreído y le dije: ¿ sabías acaso que  cada ser es dueño de su propio destino?
No le dio tiempo a responderme, pues una nueva llamada telefónica hizo que se distrajera, y precipitadamente descolgó el teléfono, segundos después, contestaba airado, pero, qué me dices, aún no he finiquitado esta operación.
Yo miraba de reojo la puerta esperando el momento oportuno para salir corriendo, pero necesitaba que aquel individuo se involucrara más en aquel asunto para poder saber cómo  desenmascarar aquello  que sin duda guardaba un oscuro propósito.
Como siempre hice, confiada en mi intuición, estaba a punto de conseguir que se dijeran.








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