Aquella tarde
y, cuando el sol se ocultaba tras la pequeña colina que se divisaba desde la
ventana de su apartamiento, el teléfono sonó haciendo estremecer su cuerpo, era
un seis de agosto y, durante todo el día el sol pareció que echaba lava y fuego
sobre la tierra de Extremadura.
Antes de
descolgar el teléfono Anna, sacude con desgana su larga y bien cuidada melena
morena, se encontraba desde hacía unos días deprimida y sin saber la razón de
su estado anímico. Coge el teléfono, una voz inesperada y conocida, le dice
desde el otro lado del hilo telefónico.
Anna ¿cómo estás? Álvaro, ante un silencio
prolongado, pregunta de nuevo.
¿Estás ahí?
Para Álvaro, aquel silencio se le hizo
insostenible.
Anna, no
estaba segura de haber escuchar aquella voz, aunque ésta le llegara a través de
un hilo telefónico, hizo que se desconcertara, no podía creer que fuera la
misma persona con la que tantas veces había soñado y, que tantas veces en la
soledad de la noche creía oír el timbre de su voz, en esos momentos de confusión creyó
que le hablaba muy quedo junto al “oído”
¿Era realidad?. Sabía que aunque en esos momentos estuviera escuchando su voz, que por supuesto era totalmente normal, que
para ella oyéndola le pareció percibir una caricia, disimulada bajo un susurro
y, así fue como Anna sintió aquella voz emitida por un hilo telefónico.
Álvaro al otro lado del hilo en su espera se
impacienta, Anna, me escuchas, acaso te ha molestado mi llamada.
Pero Anna, no podía hablar, sólo podía
escuchar con adoración, porque aquella voz la perturbó desde la primera vez que la escuchó.
De nuevo,
Álvaro insiste, en que diga algo, esta vez con voz preocupada.
Anna al fin contesta.
¡Sí! Estoy aquí—dijo—perdona, creo que tu
llamada me ha pillado por sorpresa, me encontraba en estos momentos dormitando,
ya sabes las consecuencias del calor—mintió—y siguió fingiendo una voz calmada que no sentía, y dijo, dime, ¿necesitas
algo de mí?
El motivo de
mi llamada, está relacionada con una invitación que voy a proponerte---si te
apetece, claro, ¿te gustaría acompañarme junto con tres amigos a visitar una
dehesa? No, no te preocupes, no, está lejos de Cáceres, creo que puede ser
interesante para todos los que vamos, sobre todo para ti cómo periodista
taurina, también podías darme tu opinión sobre lo que vamos a ver, y de paso puedes
escribir un artículo sobre los toros en libertad que acampan a sus anchas.
Pero Anna aún
incrédula preguntó, dime al menos para cuando está prevista esa visita y, al no
saber cómo seguir la conversación, tengo que saber sobre que es de lo que tengo
que opinar, mientras sonreía de una
manera que se hizo patente a través del teléfono.
Entonces, ¿Aceptas venir? Dijo Álvaro.
Si por
supuesto que acepto, iré con mucho gusto, ---bien dijo él—entonces te espero
mañana a las diez de la mañana junto al
templete del paseo de Cánovas. Ah, se me olvidaba, creo que no hace falta que
te diga la ropa que te tienes que poner para sentirte cómoda y, sobre todo no
olvides el calzado adecuados para andar
por el campo.
Anna poco
después supo que no se había enterado de casi nada de lo que le dijo Álvaro,
tan sólo supo que disfrutó de la caricia de su voz, aquella voz masculina, que
desde que lo escuchó hablar le robó el sueño. Anna cuelga el teléfono, mientras
recordaba la primera vez que lo vio subido ante un atril disertando como
ponente en una conferencia referente a la dehesa extremeña y a la que ella asistió y, que
desde ese mismo instante su timbre de voz fue para ella una daga dorada
e hiriente que se le clavó en el alma, no dejándole desde entonces tiempo para
el sosiego.
A la mañana
siguiente, al despertar sintió una excitación poco habitual en ella, abre el
armario, lo cierra al no encontrar los pantalones que pensaba ponerse, busca de
nuevo en otro armario encuentra los pantalones, una vez en sus manos, se
precipita sobre el mueble zapatero, busca unas botas camperas, de la cómoda
coge una camiseta que iba a tono con el atuendo, en la cabeza, pensó ponerse un
sombrero de ala ancha de paja.
Aquella noche
por supuesto no pudo dormir por la excitación
que supuso aquella invitación… pero ¿Cómo
había pensado en ella? Era nada menos que el famoso novelista que mencionaba en
la mayor parte de sus novelas las tierras de Extremadura, entonces a su mente
se precipitaron recuerdos de las veces que acudió para oírle hablar sobre
tauromaquia en el aula de cultural de la calle Clavellinas, y hablar de la vida de esos valientes
novilleros que impulsan con su valentía a que su fácil pluma pudiera escribir
sus avatares por los campos. Y,
siempre recuerda que finalizaba la disertación con palabras de aliento para que
éstos maletillas siguieran persiguiendo sus sueños.
Anna mientras
se tomaba un café con tostadas, lee en la presa uno de los muchos artículos
sobre la absurda manía de tienen algunos nuevos políticos que es la de abolir
las corridas de toros, estos,
articulistas que solo buscan la oportunidad de que alguien los lea,
aprovechan el momento oportuno de esta
moda que queda en entredicho su cultura. Estos artículos la ponían de mal
humor. Y cambiando de tema, se preguntaba ¿qué motivo habrá tenido para llamarme?,
se levanta de la silla y cómo una niña desvalida se acurruca en su bata de seda, mientras
piensa ¿Habrá sido un sueño? al instante se oyó el teléfono ¿Estás preparada?
Anna en unos
segundos se encontraba junto a los
amigos de Álvaro camino de la dehesa en un 4x4, en el trayecto desde Cáceres a
Trujillo, Anna parece perdida, allí, en
aquel vehículo y, junto a ella, se encontraban tres escritores de prestigio
venidos de Latino América, Anna no se
atreve a hablar se encontraba en estado de shock al sentir en su costado el
roce del brazo de Álvaro cuando el coche se tambaleaba al pasar por los socavones
de la tortuosa calleja que los conducía
a la dehesa.
La dehesa,
como es habitual en ella se encuentran
reses pastoreando; Anna siempre que se encontraba en ese ambiente se emocionaba allí, pues el campo para ella siempre tuvo un
magnetismo especial pareciéndole que todo se magnificaba cuando contemplaba la grandiosa
panorámica que ofrece generosa la naturaleza, algo que es havitual en el
variado paisaje extremeño.
Se bajan del 4x4, caminan por una vereda de
tierra que se encuentra flanqueada por
una tupida alambrada que hace imposible
la entrada en la dehesa.
A su llegada,
son recibidos por dos jóvenes peones junto al propietario de la dehesa, poco
después fueron obsequiados con un refresco para saciar la sed que produce el
intenso calor, después suben a una
camioneta dispuesta para que fueran
trasladados hacia un tentadero, pero antes hacen una parada para subir a
una torre encalada desde donde se podía divisar la finca que era un inmenso
alcornocal de fondo, con un suelo limpio por estar barrido cada día por
las reses evitando con ello los incendios forestales. El paisaje no puede ser
más duro y tierno a la vez, un binomio que quizás jamás tuvo ninguna tierra.


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