martes, 7 de enero de 2020

El campo misterioso

Después de un intenso día de trabajo de Beatriz como reportera al llegar a casa se dejó caer  encima de la cama como si su cuerpo fuera un fardo de paja mojada, su agotamiento hace que en unos minutos quedase profundamente dormida.
Al día siguiente, al levantarse, y con el sueño aún pegado a los ojos, sube la persiana  de la ventana de su alcoba, se quedó deslumbrada por el espectáculo del amanecer; por unos segundos se vio atrapada en el limbo, porque su mente dormida aún vagaba por las sombras de los sueños, mientras en el horizonte un resplandor dorado rasgaba la noche para darle paso al nuevo día.
Cuando sale a la calle, cargada con el equipo fotográfico, mira con curiosidad el firmamento, siempre tuvo la obsesión de poder captar la metamorfosis del cielo al amanecer, en el justo momento en el que los rayos del sol se apoderan de él, pues sabía que ante ella se mostraba una paleta de diversos colores como magenta, mandarina, limón y,  de ese color intenso de las cerezas cuando están a punto de madurar.
Sale a la calle y antes de pedir un taxi para que la lleve a la redacción, reflexiona,  se encuentra indecisa, no sabe si cumplir ese día con su trabajo o dejarlo, aún estaba a tiempo de hacer su sueño realidad, como el de vivir unos días libres en las montañas, viendo con sus propios ojos y desde otra ventana más amplia el rumbo del universo, y poder observar cómo danzan las estrellas sobre los ritos eternos de los pueblos y bajo la eterna vigilancia de un inmenso cielo cambiante.
Pensativa se atusa el pelo; vuelve sobre sus pasos, entra en el garaje, se dirige hacia su coche, un flamante Toyota  Auris de color rojo que la espera con el depósito lleno, esperando sus órdenes.
Minutos después sin más equipaje que su equipo fotográfico y una pequeña mochila, que en unos momentos llenó con los accesorios necesarios para su aseo personal, enfila la carretera de Extremadura, dejando atrás la capital de España sumida en el cáos diario que se forma en esas horas punta tan temidas para ella.
Camino de Navalmoral, Beatriz siente una pequeña liberación, y recuerda el día en que por primera vez llego a la oficina de  la que hoy es “jefa” reportera, luciendo una apariencia afable,--claro que lo que se proponía conseguir iba a ser a costa de hacer cualquier cosa para llegar el puesto deseado. 
Ya  en su entrada comenzó a desplegar un aura de buena profesional, saludando a diestro y siniestro, hasta llegar al extremo de hacerle un mimo al perro del “supremo”. La verdad es que a veces no podía disimular una sonrisa hipócrita que se adornaba con una  caja de dientes tan grandes que en el poco tiempo que estuvo con los futuros compañeros se los humedeció más de cien veces.
A  Beatriz aquella mujer le pareció  un sabueso olfateando  el mejor y más sabroso hueso. Después de un año de trabajar en la empresa ya había conseguido su propósito; tenía el mejor despacho, justo al lado del jefazo, eso sí, cada día  tenía que lamerle la mano, una mano que se mostraba sucia de inmundicias de esas que se van acumulado a lo largo de una  infecta y tortuosa vida. Pero Marta-- que así era llamada-- Era así, una de esas pelotas que son capaces de votar como un mono en un camino de gravilla solo para conseguir sus objetivos.

Desde el día que consiguió  llegar  a la dirección nada fue igual para los que componían el equipo.



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