El coche que conduce Beatriz sigue rodando por el paisaje
extremeño que, se le antoja misteriosamente cambiante, porque a veces el campo se le mostraba en todo su
esplendor dorado, y otras verde, en su contemplación deduce que había entrado en un remanso
de paz fascinante, sobre todo para ella que necesitaba sosiego. Entonces decide
plasmar en su cámara lo que siente ante la belleza de una tierra tan cerca y
tan lejos de cual quiera de las grandes capitales.
Poco después se encontraba llegando
a Monfrague, la belleza del paisaje se mostraba agreste, salvaje, una brisa
agradable alborota sus cabellos al bajar
del coche.
Mientras el río Tajo aparentemente manso pero caudaloso, fue y es testigo de
muchos avatares, que guarda misteriosamente con sus grandes silencios entre los
verticales y canchales que aprietan sus aguas en un abrazo de frenesí, haciendo
de este enigmático río de aguas profundas que sea aún más misterioso.
Beatriz aparca el coche en un mirador, saca el objetivo, y su
mente le hace creer que lo que está
captando su cámara no es otra cosa que la reencarnación de un pedazo del Edén.
Con la cámara, siempre en movimiento, ve cómo un águila lleva
en su pico una culebra común de la zona, balanceándola como si se tratara de un
trapecio, que hace que el cielo sea un espectáculo grandioso.
Ya empezaba a anochecer, la jara comienza a tener movimiento
como si tuviera vida propia, entonces siente vértigo, se encontraba sola en un
paraje solitario pero lleno de vida. Beatriz en su ansia de libertad no se preocupó de buscar
alojamiento, pero si sabe que tiene que salir de allí antes que el cielo se
cubra con su velo negro dejando en su complacencia que en la oscuridad sea salpicado por diminutas
estrellas, haciendo qué las veredas flanqueadas por densos zarzales, sirvan de puestos de vigilancia a
las alimañas para saltar en su momento oportuno sobre sus confiadas presas.
Después de aquel espectáculo y cuando Beatriz se acerca al
coche aparcado bajo una frondosa encina, nota que algo le humedece la cabeza,
haciéndola dar un salto de temor, todo el campo se encontraba en el más absoluta soledad, solo se
podía oír el aleteo de algún ave despistada que busca donde pasar la noche,
acompasada con el ruido tenebroso que produce el roce de los animales sobre las hojas secas del suelo, que toda ese movimiento unido a
la suave brisa, y el murmullo silencioso
del agua, componen una sinfonía que
arrulla a las almas.
Conduce ensimismada recordando lo que había visto, cuando
desde el coche divisa un hotel rural, se
dirige hacia él al encontrarse cerca del parque de Monfrague, una vez instalada
revisa el material fotográfico, en la habitación, improvisa un pequeño estudio,
y deja pasar las imágenes en su pequeña pantalla una tras otra, a cual más
idílicas, mientras el Tajo camina lento y majestuoso hacia su destino: Lisboa.
De repente algo en las fotos le llama la atención, aquella
foto no recordaba haberla hecho, pero sí recuerda que algo húmedo e inesperado le
mojó la cabeza haciéndole dar un brinco,
mira de nuevo una y otra vez con interés,
porque sigue sin saber exactamente lo que en realidad buscaba en aquellos
fotogramas, coge una lupa que guardaba en su mochila, mira con detenimiento. Sus
ojos se abrieron de par en par, algo como una nebulosa aparecía ante su cámara
lo examina, sin dudas era algo incorpóreo que se interponía en su objetivo,
ante tanta excitación espera a tranquilizarse, o, era una pequeña nube de esas que parecen de
algodón que a veces cubren las copas de las encinas.
Intrigada sigue
pasando los fotogramas, y en todas ellas empezaron a aparecer figuras
extrañas, como caballos cabalgando por
las montañas escarpadas; en otros fotogramas había figuras de mujer que vestían
con charchaf, como lo hacán las musulmanas. Pensando recuerda que muy cerca de donde había hecho
las fotos había las ruinas de un castillo árabe con reminiscencias Vizantinas…
Sigue, inspeccionando el material, pero llega el momento en
que su curiosidad se vuelve en ansiedad, y de nuevo recuerda aquella gota de agua que estando el
cielo despejado le cayó en la cabeza al abrir el coche, cuando decidió salir del parque, un escalofrío
recorrió su cuerpo al pensar que aquella gota podía ser una lágrima.
Todo era tan misterioso que Beatriz decidió olvidarse de su
nueva jefa y emprender otro camino, como el de desentrañar un misterio que sin
ella querer había sido elegida para desentrañar.
Desde aquel momento su mundo ya era otro, pues para ella sólo
comenzó contar desde ese momento en que enfiló la carretera de Extremadura con
su cámara al hombro, una cámara que le
había hecho ver en profundidad, que más importante que la avaricia era el poder contemplar el cielo como en un
espejo, y compartir lo bello que puede encerrar.
Más tarde llegó a ser una de las fotógrafas más admiradas,
pero nunca llegó a saber cómo en sus
fotografías siempre se dibujaba sutilmente, una silueta de mujer.
Esa mujer no era otra que su alma que se reflejaba en un
trabajo donde sin querer manifestaba que el mundo gira con tanta rapidez que a
veces creemos que parece se mantiene inmóvil, porque para ella y desde hacía
tiempo, y desde la caída de las torres gemelas de Nueva York, estaba viéndolo
todo desde el prisma de una materia vibratoria, donde el mundo se puede ver de
distintas maneras, pero ella lo veía con la intención de hacer un mundo mejor.
¿Lo lograría?
FINAL
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