Y
así fue y, no hace muchos días entré con un grupo turístico como oyente donde
un historiador, hablaba sobre el solar del palacio del Mono, dándonos una magistral clase
de historia. El patio era diferente a lo que me había imaginado, creo que me
impresionó su pétrea austeridad, en la barandilla de las escaleras, como remate
del pasamano, se encontraba un mono encaramado y atado a un cordel, la mirada
de aquel primate me sobrecogió, más tarde supe la historia de los moradores de
aquella casa, que me hizo suponer debió ser aterradora.
Pero ese detalle lo dejo para los guías, que
saben hacer bien su trabajo.
A
la salida, de este palacio, me puse frente a él para mirar mejor la fachada,
ante mis ojos atónitos, pude apreciar unas esperpénticas gárgolas que penden
del tejado amenazadoras, agudizo la vista, y una de ellas representaba a una
mujer doliente, no me gusta, --pensé-- no deseo volver a mirar, pero como
siempre la curiosidad de nuevo me domina y descubro que, también están
representados en diferentes gárgolas un anciano y un joven, y entonces supuse
que podían ser los personajes que protagonizaron la historia que encerraba esta casona, y
supuse que tenía tintes de haber sido tétrica y oscura, tanto que se me
antojaba pudiera haber sido semejante a la de aquel primate que desde su sitio
privilegiado parecía seguir vigilando al
intruso que osara entrar en la casa y, como era de esperar presidiendo la
fachada se encuentra el escudo familiar flanqueado por dos leones.
Vuelvo
a mis vivencias, paso la calle de los Condes, que parece presidir la calle su amplia
fachada de casa fortaleza llamada palacio de los Golfines de Arriba, la dejo a
un lado, ni siquiera la miro, porque temo que
vuelva a llegar otro día tarde al colegio y la hermana portera, que la
tenía mosqueada con mis retrasos, podía llamar a mi madre para que me echase
una buena reprimenda.
Ya
soy una mujer adulta y, de nuevo me encuentro como otras tantas veces parada en
una esquina de la calle ancha, frente a mí, el palacio del Comendador de
Alcuescar, impresionante fortaleza.
Aquí voy a hacer un inciso.
Esto, que cuento, pasó cuando en uno de mis
juegos y junto con mis amigas de colegio, entramos en los palacios para
jugar al escondite, aquella tarde, nos colamos en el palacio del Comendador de
Alcuercar muy decididas, entramos, a la
izquierda del zaguán se encontraban las escaleras con su balaustrada de piedra,
encontrándonos en la casi penumbra, frente el patio señorial, que con sus
enormes macetas restaban claridad a las escaleras; pero ese detalle nos pareció
en esos momentos que era perfecto para nuestros juegos haciéndolo más
misterioso, en el fondo de las escaleras y en una de sus esquinas, se
encontraba una lustrosa armadura de tamaño natural que tapaba la cabeza con un yelmo, dando la sensación de
que no quería que le viésemos la cara;
yo que parecía ser la más osada del grupo, me puse tras la armadura para
esconderme, pero una voz como un trueno,
hizo que todas mis amigas de juegos salieran corriendo menos yo, pues una de
las cintas de mis trenzas se enganchó en algún saliente de la armadura, fue tan
fuerte el impacto que sintió mi corazón, que me quedé petrificada, pues creí
que aquel guerrero me había atrapado con garras de acero, el guarda de la casa me
liberó; no volviendo a entrar hasta que este colosal palacio se convirtió en un
elegante Parador Nacional.
Sigo
caminando, como dispongo de tiempo libre mis pasos son lentos cuando enfilo la
calle Ancha, indolente ante mis evocaciones, apoyo mi espalda en la pared bajo
la luz mortecina de un farol de esta ciudad que sin dudas para mí, sigue siendo
fascinante, y nada más apoyar mi espalda en la pétrea pared, sentí en mi
espalda un hormigueo, doy un paso hacia delante pero mi cuerpo sigue pegado a la pared, de pronto
siento que traspaso la dura piedra empezando a notar cómo en mi cabeza empezaban
a bullir algo sobre las querellas que eran propiciadas por las intrigas de los
antiguos moradores.
Seguirá
