Alguien pronunció su nombre, Cohen, que al oír su nombre anciano
se puso a temblar, yo me acerqué para tranquilizarlo, mientras un grupo de
inquisidores pasaba junto a nosotros, miro a mi alrededor como si aquella plaza la viera por primera vez,
entonces, descubro una bella torre de estilo gótico cubierta de hiedra,
destacando en ella un impresionante matacán sostenido por nueve ménsulas, me
quedo extasiada, adornando esta edificación única en su fachada se encuentran
dos ventanas góticas arqueadas y divididas
mediante columnas o pilastrillas.
Un
gorjeo, hizo que mirara hacia el muro que se encontraba pegado a la pared de
este matacán, entonces descubrí un precioso Pavo Real que con su cola
desplegada parecía llamar la atención de su pareja, éste ave se encontraba
junto a la Torre que pertenece a la casa de los Sande, familia con linaje.
Tampoco
calculé la hora ni el tiempo que pasó desde que salí de mi casa cuando decidí pasear por
esta ciudad, solo sé que ahora mis ojos se posan en el palacio de los Golfines
de arriba, en cuya fachada se pueden apreciar dos blasones que nos cuentan que
ellos los Golfines la construyeron, y en el que se encuentra en la fachada y a nuestra derecha según miré vi que existe un blasón que pertenece a los borbones, pero el de la izquierda era de los Golfin, siendo las armas de la casa de
Cerda, descendientes de la primogénita Casa Real de Castilla.
Sigo
mirando, mi curiosidad me hace osada y mi cabeza comenzó a recordar las clases
de historia que se impartían en el colegio, y disfruté regresando a mi pasado.
Esta casa fue construida por los Cerda y los García Golfin, primero la concibieron cómo una casa fuerte que luego más tarde se amplió adosando los inmuebles de su alrededor.
Después de haber estudiado la fachada pensé y, según mi criterio deduje que era excesivamente decimonónica con aires pseudoclásista; en la pared no observé ningún arco que destacase de forma especial, pero a mí siempre me pareció que esta fortaleza guardaba un delicioso sabor medievo, porque si se mira a su alrededor se pueden ver algunos de los mejores ajimeces, que son ventanas—balcón o mirador cerrado con celosía donde sin ser vistas las damas de la casa podían asomarse, llegando a ser de esta manera, testigos desde la clandestinidad de amores imposibles, que es lo que hace al hombre ser fiero o manso.
Entonces
no quise perderme aquel entorno, miro
buscando las cuatro torres que fueron en su inicio las que protegían la
fortaleza, pero me llama poderosamente la atención, solo una, la que se encuentra en el centro del edificio, llamada del homenaje, que no todas las fortalezas suelen tener, pues ésta fue especialmente salvada de ser desmochada en virtud de una real orden
concedida por Fernando el Católico.
Desconocía
las horas que llevaba caminando, estoy cansada, me encontraba en medio de una
incipiente oscuridad, parada, y sin fuerzas para seguir, enfilo la calle de los
Condes frente al palacio de los Golfines de Arriba, un jaleo de repiques de
campanas que comenzaron a tocar me sobresaltan, pues parecían disputarse el
convento y la iglesia de San Mateos la hora que convocaba a la
oración, pero por más que miraba y escudriñaba las estrechas callejuelas, yo no
veía a ningún feligrés que acudiera a esa llamada, solo sé que me palpitaban las sienes con tanta
algarabía, que un dolor inmenso parecía taladrar mis oídos.
De
pronto vi salir del palacio de los
Golfines una señora con aspecto de gran
dama, a su lado se encontraba un hombre vestido ampulosamente, sus calzas eran
de gamuza, herreruelo de raso negro de tafetán acuchillado y capota de gorgorán,
desde luego la indumentaria me llamó la atención. Nada más salir a la calle
aquel caballero se separó de la señora, yo, noté que la señora conducía su mirada con interés hacia donde mi
vista se perdía; muy amablemente se dirigió a mí, ¿Tanto le gusta esta torre? Yo la miré un tanto
desconcertada por aquella pregunta que no esperada, que era la del despiste como tengo por costumbre cuando me encuentro contemplando algo que hacía que acaparada toda mi atención.
Mi cabeza en esos momentos, se encontraba
haciendo conjeturas de cómo, habían podido proteger de las insidias del tiempo todo aquel patrimonio, testimonio del pasado, intacto.
En
esos momentos me sentí diminuta, necesitaba desaparecer, las pisadas de dos
ancianas me hacen despertar de mí ensoñación, ante mis ojos aparecieron con
vestimenta enlutada desde el pañolo a
las colondras, parecían dirigirse a la iglesia a su paso quedaron el fragante
olor a orines, tras ellas un villano rijoso cejas muy juntas y barba facinerosa
las seguía pero sus intenciones fueron fallidas al verme a la puerta de este
palacio, en compañía de una ilustre dama.
De
pronto una voz me sobresaltó ¿Le apetecería ver la torre por dentro?
Me quedé mirándola, no podía creer que
estuviera invitándome a visitar una de las estancias de su casa, pero, no obstante,
yo la seguí y, me vi subiendo junto a ella las escalinatas que conducen hacia el piso principal, a su lado me sentía
conmocionada, mientras tanto ella daba vueltas a una sortija que llevaba en su
dedo corazón, parecía indecisa sobre algo que intentaba querer preguntarme, yo
la miraba porque no encontraba palabras para agradecerle su gesto, entonces
ella rompiendo mi mutismo me comunicó que el palacio constaba de seis patios,
todos ellos rodeados con las características columnas de las casa griegas
helenísticas y de la época greco-romana.
Las
sombras de la noche comenzaron a apoderarse de las callejuelas que parecían
túneles tenebrosos donde no hay luz que ilumine el final.
Entonces
la señora –dijo-si te parece bien vamos a entrar en la torre que tanto veo que
te ha llamado la atención, esta torre es
llamada del Homenaje (bueno creo que sabes el porqué de esa distinción) esta
torre alberga una especial capilla que muchos cacereños ignoran su existencia por hallarse en una propiedad
que aún se encuentra habitada.
Una
vez dentro de la capilla, me pareció pequeña y evocadora, no pude expresar lo
que mi corazón sintió, entonces miré hacia el techo, y descubrí que su cubierta
era una atractiva bóveda de crucería.
Poco
después y con la emoción a cuestas, me encontré de nuevo en la calle, no sin
antes despedirme de esta señora con agradecimiento, pero, al llegar al portal y
antes de que me diera cuenta la señora había desaparecido de mi vista, entonces
supe, que existe un espacio de tiempo en la vida en el cual y en un instante lo
que contemplamos se puede convertir en algo mágico, en algo que puede llegar a ser
muy especial.
La
luna comenzó a iluminar con rayos punzantes a aquel recinto que parecía
hechizado, haciendo con su fulgor que la
vida se detuviera, los animales diurnos,
empezaron a aparecer haciéndose los dueños de la noche magnificando las sombras,
distorsionando los volúmenes, impregnando en su tarea, a la ciudad, en un halo de
misterio que hace que nuestras pupilas se dilaten y nuestros sentidos se agudicen.
Entonces
supe y sin lugar a dudas de que estas casonas fortalezas, guardaban dentro de
su seno unas joyas de incalculable valor
arquitectónico, sin olvidar que en sus entrañas reposan las aguas
oscuras y tranquilas de los Aljibes que alimentaban con sus aguas a sus
moradores.
Pero
y las fachadas… mi ojos se agrandaron, este nuevo descubrimiento hizo que se
produjera en mi cabeza un terrible estallido que llegó a conmocionarme, las
fachadas de los palacios eran diferentes a cómo yo las había conocido de niña,
pues lucían colores que jamás creí existieran en esta ciudad, mi mirada parecía
enloquecer al contemplar semejante cromatismo, ante mi, cada palacio lucía en sus fachadas un color diferente, unos destacaban el color ocre, mientras otros que se
encontraban en la misma calle brillaban con blancura nívea, también se encontraba el color albero.
No salía de mí asombro entonces asomé la
cabeza a un zaguán, la verdad es que no sabía que buscaba, lo único que sabía
era que mi mente necesitaba descansar.
Poco después
entro en uno de los zaguanes y para mi asombro, descubro, que en la
pared incrustada, se encontraba un escudo policromado con las armas del dueño
de la casa.
Salgo
conmocionada, necesitaba saber si los demás palacios también tenían su propio escudo
esculpido en aquel maravilloso policromado.
¿En
qué siglo me encontraba?
Me
toco los brazos, estoy viva.
¿Dónde
se encontraba la piedra palpitante y envejecida que me hacía soñar?
Pero
una voz del pasado me dijo, debes pensar que en la época en la que viviste tu
niñez, estos palacios ya no se necesitan
cal para desinfectar las fachadas, pues ya no existe la peste: aquello ya pasó.
¿Acaso
la piedra no te parece que es mucho más elegante que la cal?
De nuevo comenzaron a sonar las campanas, yo aturdida
ante tantas ensoñaciones deambulé por
una de las muchas y estrellas callejuelas entre escudos nobiliarios y torreones
casi derruidos aún sin recuperarse de la herida de haber sido desmochados.
Me
sentía azorada, por donde pasaba en esos momentos, allí mismo, se habían compartido tantas aventuras y
desdichas que no se podían decir de que hubieran sido resueltas, pues entre
esos muros de piedra gris que oprimen
las estrechas calles, se nota, se palpa en el ambiente todos aquellos
conflictos que vivieron sus vecinos. Que sin dudas fueron descabellados, pero, que aún siguen patente esa añoranza en todo aquel que se encuentra atrapado por el
encantamiento, eso sí, si sabe saborearlo.
Un
ruido de hierro, me sobresaltó, pues con el vertiginoso giro de sus ruedas, estas
con su traqueteo parecían limar los cantos del pavimento, miré para guarecerme
en algún portal, entonces mi vista se topó con un carromato entoldado y dos
hombres forzudos sentados en el pescante, uno de ellos con la fusta pegaba sin
piedad a los caballos que subían la cuesta
sin resuello, una voz, que creí oír que salía de debajo del entoldado, que
decía a gritos, muerte a los judíos, cuando se alejaron seguían gritando como
posesos.
De
repente tengo una visión que me hace temblar, me miro y no me reconozco, mis
ropajes pertenecen a otra época que no es la mía, una señora vestida de negro
parece custodiarme, creo que me dirijo a la iglesia, pues las campanas
repicaban hasta taladrar mis tímpanos.
¿Acaso
estaba viviendo un sueño, una realidad?
Al
salir de misa y, en la misma plazoleta de San Mateos, parecía estar reunida
toda la nobleza, las damas vestían con ricas vestiduras, los caballeros
engalanados con grandes sombreros de ala ancha, la fachada de la iglesia de San
Mateos se encontraba adornada con grandes colgaduras y escudos representativos de las grandes
familias.
Entonces
en uno de mis escasos descuidos, me perdí el motivo por el cual dos nobles
caballeros se enzarzaban en una refriega cuerpo a cuerpo donde todos los allí
presentes parecían desear derrotar al
que creían eran sus enemigos. Sin dudas era una lucha por la supremacía y el poder del territorio.
No
tardé en saber el motivo de aquella algarabía, pues no era otra cosa que un
concejo que se enfrentaba a consecuencia de sus banderías nobiliarias, que eran
las provocadoras de estos graves altercados.
En
este punto me paro a reflexionar, pues lo que creí estaba viviendo me lo contó
la reina Isabel la llamada Católica, una tarde de ensoñación.
Vuelvo
a la realidad y me encuentro sentada en el poyete que remata la fachada de la
Iglesia de Santiago, situada en el extramuros siendo la más antigua de la ciudad, frente a mí el palacio de
Godoy de grandes dimensiones donde tantos cacereños vinieron al mundo, me quedo mirándolo, era tan hermoso con su balcón esquinado, tuve un sentimiento de
pena, porque el que vio en su seno nacer vidas, ahora con el mismo desapego con
que en algunas ocasiones se trata a los mayores, al parecer este palacio se
encuentra olvidado, se está dejando morir, después de haber sido uno de los
inmuebles de extramuros con más historia.
Por
esta razón y por muchas más quiero rendir mi humilde homenaje a este pasado que
sin lugar a dudas hicieron de Cáceres una ciudad que fue, es, y seguirá siendo.
Una joya de un valor incalculable para la cultura.
FINAL

