viernes, 9 de octubre de 2020

Vivencias

No entiendo cómo pudo pasar, pero de pronto y, sin más  me vi en la Plaza de San Mateos, Que, ante mí asombro y en mi cabeza algo hizo que aquel ambiente en el que me encontraba se fue convirtiendo en un  murmullo donde pude escuchar voces de tiempos remotos, yo, en esos momentos creí estar contemplando  la actuación de un mago que se recrea en sacar a la luz las vidas  de personajes pertenecientes a la ficción. Entonces y mientras escuchaba saqué la conclusión de  que tal vez, aquellas voces discordantes podían ser la consecuencia de las disputas que con frecuencia solían mantener los vecinos  por conseguir el dominio absoluto de este territorio llegando a veces incluso a matarse por tan solo… pero quizás estas disputas no eran solo para que pudieran  disipar sus miedos eran solo por el temor de que le pudieran arrebatar sus Mayorazgos.

De repente tras de mí alguien me habla, pero no veo a nadie a mí alrededor, pero aquella voz insiste, parece insistir en que obedezca, pues me decía pase Huesa merced, pero yo no podía entrar por aquella extraña puerta, ni tampoco era yo una merced, miro extrañada a mi alrededor, no conocía a nadie, pero, al mirar de frente pude apreciar que una mujer de aspecto regio me miraba desde el fondo de un salón de paredes enteladas y piso alfombrado que hacían confortable la estancia, aquella dama  era joven, vestía una túnica bordada con hilos de oro, se encontraba sentada en un balancín, mientras me hacía gestos muy expresivos y hospitalarios con la mano, diciéndome entra, una vez a su lado, con voz armoniosa me dijo, ya sé que eres un pozo sin fondo de curiosidad.

Yo me quedé sin palabras, pero entré, sin dudas algo cohibida, y cuando me encontraba a un palmo de la dama ésta me hizo una pregunta que no supe contestar al  encontrarme en esos momentos aturdida, no obstante mi intuición creía saber de quien se trataba, pero mi raciocinio no lo admitía.

No entiendo el por qué se ha resistido a entrar, aunque puede que  imponga el saber que has entrado en mis aposentos---yo ni me atrevía a mirarla a pesar de aquel ambiente cálido---

¿Qué es lo que creías poder encontrar tras entre estos muros?

¿Buscabas algo en concreto?

De pronto se escucharon plañidos y gimoteos desgarradores que llenaron de ruido el palacio, la dama, apretó los puños, pero su rostro se encontraba  impasible, parecía sufrir mucho escuchando aquella balumba de lloros, que sin remedio se le clavaban como garfios en su corazón.

Y yo en esos momentos solo pude decir, quiero saber la verdadera historia.

¿Qué es para ti la verdadera historia?

Ahora la dama parecía disfrutar ante mí, pues yo una cacereña era en esos momentos solo era uno de sus súbditos que se encontraba ante ella indeciso.

Aquella gran dama, por un instante pareció que se desposeía de su grandeza al mirarme complacida, pero, no podía disimular que poseía autoridad.

Yo noté como si al mirarme estuviera sumida en una porfía, pues se translucía en su semblante, también me dio la impresión que su mente se encontraba inmersa en una pugna de alguien que se resiste a fracasar ante una decisión importante.

Los lloros no cesaban.

Yo me encontraba, aturdida.

Entonces—dije—en uno de esos impulsos que me caracterizan.

No entiendo el por qué tienen que ser expulsados los judíos y los moros de esta ciudad si siempre han formado parte de esta comunidad.

La gran dama, siguió sin alterar  ni un solo músculo de su cara, y sin apenas moverse me dijo.

¿Acaso has creído que la historia de un pueblo se escribe con ñoñeces?

Esta respuesta me pareció de su altura, pues estaba diciendo la verdad.

Poco después, pareció olvidar el tema de las expulsiones.

La dama en su mirada parecía esperar que le dijese otro motivo importante  por el que me hubiera visto inducida a encontrarme ante ella, y yo seguía manteniendo mi boca cerrada, con mi mutismo, el rostro de la dama pareció dar muestras de irritación, pero ésta irritación  parecía menor que su intriga. Y mirándome a los ojos –me dijo--entonces tal vez la razón de tu presencia tenga yo que averiguarlo.

 No tema, me dijo seguidamente, es mi forma de distinguirla con mi afecto. Yo seguía en el limbo.

Mientras ella siguió diciéndome, todo el mundo sabe que va para un mes que me encuentro en Cáceres, bueno aquí en esta ciudad he tenido toda clase de problemas al encontrarnos cerca de Portugal, pero esa es otra historia.

 Pues debes saber que he tenido que enfrentarme y, aún a mí pesar con los nobles residentes en esta ciudad, que por cierto, si no llego a venir se hubieran matados unos y otros, nada, tan solo por poseer más de lo que ya se les ha otorgado, pero yo les he dejado en calzones—dijo con una mueca muy significativa de triunfo—ya no pueden guerrear desde sus torreones, pues he dado orden de que las desmochen desde ahora se tendrán que mirar a la cara cuando quieran luchar; también te comunico que acabo de terminar de bordar un pendón que espero luzcáis en ocasiones especiales para que se sepa que estuve aquí  en Cáceres hospedada en este palacio por sus mercedes los Golfines de abajo, desde donde he sabido como siempre imponer mi soberanía.

Era tan amable el tono de sus palabras que creí podía relajarme, entonces más calmada pude apreciar que quizás fuera cierto lo que se decía de su aspecto personal que sin duda era despreocupado pues le denunciaba su olor corporal que tenía mucho que desear; entonces pensé en la época, y por supuesto la disculpé, después de todo era una mujer de estado no una muñeca de salón dispuesta solo para el baile, entonces fue cuando intuí  que podía llegar a ser la reina sin dudas, más poderosa de España.

De pronto me sentí mareada, al terminar aquella conversación  no sé cómo pude bajar las escalinatas del palacio que se encontraban  tapadas con una alfombra hecha para la ocasión, cuando llego al peristilo de ese estilo mitad cacereño mitad romano con sus bellas columnas; traspaso la puerta enrejada que guarda el zaguán, cuando una voz autoritaria hizo que me parara en seco, era la  voz de la Reina Isabel de Castilla y de Aragón por su matrimonio con Fernando. En esos momentos me decía con solemnidad, haz saber a todos los cacereños que no olviden,  que yo,  Isabel llamada La Católica, estuve aquí para sembrar la paz entre los nobles.

Una vez en la calle, sin saber qué hacer, me paro a contemplar la fachada de aquel palacio, confusa, bajo la cabeza, para inmediatamente mirar de nuevo hacia la fachada, era la misma de siempre, pero…

 ¿En qué siglo me encontraba viviendo? Me froto los ojos, no podía ser cierto.

Miro de nuevo hacia arriba y sonrío, la verdad es que es uno de los palacios  más bonitos de la cuidad, entonces posé mis ojos en la torre cuadrada que da  justo a  la esquina de la cuesta del Marques, que conserva  un enorme matacán que se encuentra sujeto por tres ménsulas, sigo sin saber qué me estaba pasando, allí inmutable se podía apreciar con deleite una de las mejores labores más bellas y pétreas de bolillos que puedan rematar un edificio, en realidad se presentaba el remate de aquel palacio como  una increíble crestería  de estilo plateresco, que hasta ese momento y,  cuando me encontraba contemplándola  embobada, descubrí que en  sus encajes  se asomaban figuras de fantásticos animales como los que solían hacer los plateros del momento.

Había empezado a anochecer en la plaza había una escasa y claudicante luz que avanzaban lentamente filtrándose por las estrechas calles perfilando con su sombra los palacios de Mayoralgo, y Episcopal, entre ellos se podían apreciar unas sombras alargadas y delgadísimas que como agujas parecían querer pinchar la cúpula del campanario de la Con-Catedral, no sé cómo, pero de repente me encontré sentada en el poyete que cómo zócalo remata la fachada de la Con- Catedral.

Me fue imposible recordar el tiempo que estuve en esta contemplación, pues no aprecie que un anciano se había sentado a mi lado, en su tez morena destacaban surcos cómo hendiduras, que al ser estas  tan marcadas desfiguraban su cara, su aspecto era de amargura.

Continuará




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