No
entiendo cómo pudo pasar, pero de pronto y, sin más me vi en la Plaza de San Mateos, Que, ante mí
asombro y en mi cabeza algo hizo que aquel ambiente en el que me encontraba se fue convirtiendo en un murmullo donde pude escuchar voces de tiempos
remotos, yo, en esos momentos creí estar contemplando la actuación de un mago que se recrea en sacar
a la luz las vidas de personajes
pertenecientes a la ficción. Entonces y mientras escuchaba saqué la conclusión
de que tal vez, aquellas voces
discordantes podían ser la consecuencia de las disputas que con frecuencia solían mantener los vecinos por conseguir el dominio absoluto de este
territorio llegando a veces incluso a matarse por tan solo… pero quizás estas disputas no eran solo para que pudieran disipar sus miedos eran solo por el temor de que le pudieran arrebatar sus Mayorazgos.
De
repente tras de mí alguien me habla, pero no veo a nadie a mí alrededor, pero aquella voz
insiste, parece insistir en que obedezca, pues me decía pase Huesa merced, pero yo no podía entrar por aquella extraña puerta, ni tampoco era yo una merced, miro extrañada a mi alrededor, no conocía a nadie, pero, al mirar
de frente pude apreciar que una mujer de aspecto regio me miraba desde el fondo
de un salón de paredes enteladas y piso alfombrado que hacían confortable la
estancia, aquella dama era joven, vestía
una túnica bordada con hilos de oro, se encontraba sentada en un balancín,
mientras me hacía gestos muy expresivos y hospitalarios con la mano, diciéndome entra, una vez a su lado, con voz armoniosa me dijo, ya sé que eres un pozo sin fondo de curiosidad.
Yo me quedé sin palabras, pero entré, sin dudas algo cohibida, y cuando me encontraba a un palmo de la dama ésta me hizo una
pregunta que no supe contestar al encontrarme en esos momentos aturdida, no obstante mi intuición creía saber de quien se trataba, pero mi
raciocinio no lo admitía.
No
entiendo el por qué se ha resistido a entrar, aunque puede que imponga el saber que has entrado en mis
aposentos---yo ni me atrevía a mirarla a pesar de aquel ambiente cálido---
¿Qué
es lo que creías poder encontrar tras entre estos muros?
¿Buscabas
algo en concreto?
De
pronto se escucharon plañidos y gimoteos desgarradores que llenaron de ruido el
palacio, la dama, apretó los puños, pero su rostro se encontraba impasible, parecía sufrir mucho escuchando
aquella balumba de lloros, que sin remedio se le clavaban como garfios en su
corazón.
Y yo en esos momentos solo pude decir, quiero saber la verdadera historia.
¿Qué
es para ti la verdadera historia?
Ahora
la dama parecía disfrutar ante mí, pues yo una cacereña era en esos momentos solo era uno de sus súbditos que se encontraba ante ella
indeciso.
Aquella
gran dama, por un instante pareció que se desposeía de su grandeza al mirarme complacida, pero, no
podía disimular que poseía autoridad.
Yo
noté como si al mirarme estuviera sumida en una porfía, pues se translucía en su semblante, también me dio la impresión que su mente se encontraba inmersa en una pugna de alguien que se resiste a fracasar ante una decisión importante.
Los
lloros no cesaban.
Yo
me encontraba, aturdida.
Entonces—dije—en
uno de esos impulsos que me caracterizan.
No
entiendo el por qué tienen que ser expulsados los judíos y los moros de esta
ciudad si siempre han formado parte de esta comunidad.
La
gran dama, siguió sin alterar ni un solo
músculo de su cara, y sin apenas moverse me dijo.
¿Acaso
has creído que la historia de un pueblo se escribe con ñoñeces?
Esta
respuesta me pareció de su altura, pues estaba diciendo la verdad.
Poco
después, pareció olvidar el tema de las expulsiones.
La
dama en su mirada parecía esperar que le dijese otro motivo importante por el que me
hubiera visto inducida a encontrarme ante ella, y yo seguía manteniendo mi boca
cerrada, con mi mutismo, el rostro de la dama pareció dar muestras de
irritación, pero ésta irritación parecía
menor que su intriga. Y mirándome a los ojos –me dijo--entonces tal vez la
razón de tu presencia tenga yo que averiguarlo.
No tema, me dijo seguidamente, es mi forma de
distinguirla con mi afecto. Yo seguía en el limbo.
Mientras
ella siguió diciéndome, todo el mundo sabe que va para un mes que me encuentro en
Cáceres, bueno aquí en esta ciudad he tenido toda clase de problemas al
encontrarnos cerca de Portugal, pero esa es otra historia.
Pues debes saber que he tenido que enfrentarme y, aún a
mí pesar con los nobles residentes en esta ciudad, que por cierto, si no llego
a venir se hubieran matados unos y otros, nada, tan solo por poseer más de lo
que ya se les ha otorgado, pero yo les he dejado en calzones—dijo con una mueca
muy significativa de triunfo—ya no pueden guerrear desde sus torreones, pues he
dado orden de que las desmochen desde ahora se tendrán que mirar a la cara
cuando quieran luchar; también te comunico que acabo de terminar de bordar un
pendón que espero luzcáis en ocasiones especiales para que se sepa que estuve
aquí en Cáceres hospedada en este
palacio por sus mercedes los Golfines de abajo, desde donde he sabido como siempre imponer mi
soberanía.
Era
tan amable el tono de sus palabras que creí podía relajarme, entonces más
calmada pude apreciar que quizás fuera cierto lo que se decía de su aspecto
personal que sin duda era despreocupado pues le denunciaba su olor corporal que tenía mucho que desear; entonces
pensé en la época, y por supuesto la disculpé, después de todo era una mujer de estado no una
muñeca de salón dispuesta solo para el baile, entonces fue cuando intuí que podía llegar a ser la reina sin dudas, más poderosa de
España.
De
pronto me sentí mareada, al terminar aquella conversación no sé cómo pude bajar las escalinatas del
palacio que se encontraban tapadas con
una alfombra hecha para la ocasión, cuando llego al peristilo de ese estilo mitad
cacereño mitad romano con sus bellas columnas; traspaso la puerta enrejada que guarda el zaguán, cuando una
voz autoritaria hizo que me parara en seco, era la voz de la Reina Isabel de Castilla y
de Aragón por su matrimonio con Fernando. En esos momentos me decía con
solemnidad, haz saber a todos los cacereños que no olviden, que yo, Isabel llamada La Católica, estuve aquí para
sembrar la paz entre los nobles.
Una
vez en la calle, sin saber qué hacer, me paro a contemplar la fachada de aquel
palacio, confusa, bajo la cabeza, para inmediatamente mirar de nuevo hacia la
fachada, era la misma de siempre, pero…
¿En qué siglo me encontraba viviendo? Me froto
los ojos, no podía ser cierto.
Miro
de nuevo hacia arriba y sonrío, la verdad es que es uno de los palacios más bonitos de la cuidad, entonces posé mis
ojos en la torre cuadrada que da justo
a la esquina de la cuesta del Marques,
que conserva un enorme matacán que se encuentra
sujeto por tres ménsulas, sigo sin saber qué me estaba pasando, allí inmutable
se podía apreciar con deleite una de las mejores labores más bellas y pétreas
de bolillos que puedan rematar un edificio, en realidad se presentaba el remate de aquel palacio como una increíble crestería de estilo plateresco, que hasta ese momento
y, cuando me encontraba contemplándola embobada, descubrí que en sus encajes
se asomaban figuras de fantásticos animales como los que solían hacer
los plateros del momento.
Había
empezado a anochecer en la plaza había una escasa y claudicante luz que
avanzaban lentamente filtrándose por las estrechas calles perfilando con su
sombra los palacios de Mayoralgo, y Episcopal, entre ellos se podían apreciar
unas sombras alargadas y delgadísimas que como agujas parecían querer pinchar
la cúpula del campanario de la Con-Catedral, no sé cómo, pero de repente me
encontré sentada en el poyete que cómo zócalo remata la fachada de la Con-
Catedral.
Me
fue imposible recordar el tiempo que estuve en esta contemplación, pues no
aprecie que un anciano se había sentado a mi lado, en su tez morena destacaban
surcos cómo hendiduras, que al ser estas tan marcadas desfiguraban su cara, su aspecto
era de amargura.
Continuará


No hay comentarios :
Publicar un comentario