domingo, 18 de octubre de 2020

Vivencias

 Alguien pronunció su nombre, Cohen, que al oír su nombre anciano se puso a temblar, yo me acerqué para tranquilizarlo, mientras un grupo de inquisidores pasaba junto a nosotros, miro a mi alrededor como si aquella plaza la viera por primera vez, entonces, descubro una bella torre de estilo gótico cubierta de hiedra, destacando en ella un impresionante matacán sostenido por nueve ménsulas, me quedo extasiada, adornando esta edificación única en su fachada se encuentran dos ventanas góticas arqueadas y divididas  mediante columnas o pilastrillas.

Un gorjeo, hizo que mirara hacia el muro que se encontraba pegado a la pared de este matacán, entonces descubrí un precioso Pavo Real que con su cola desplegada parecía llamar la atención de su pareja, éste ave se encontraba junto a la Torre que pertenece a la casa de los Sande, familia con linaje.

Tampoco calculé la hora ni el tiempo que pasó desde que salí de mi casa cuando decidí pasear por esta ciudad, solo sé que ahora mis ojos se posan en el palacio de los Golfines de arriba, en cuya fachada se pueden apreciar dos blasones que nos cuentan que ellos los Golfines la construyeron, y en el que se encuentra en la fachada y  a nuestra derecha según miré vi que existe un blasón que pertenece a los borbones, pero el de la izquierda era de los Golfin, siendo las armas de la casa de Cerda, descendientes de la primogénita Casa Real de Castilla.

Sigo mirando, mi curiosidad me hace osada y mi cabeza comenzó a recordar las clases de historia que se impartían en el colegio, y disfruté regresando a mi pasado.

Esta casa fue construida  por los Cerda y los García Golfin, primero la concibieron cómo una casa fuerte que luego más tarde se amplió adosando los inmuebles de su alrededor.

 Después de haber estudiado la fachada pensé y, según mi criterio  deduje  que era excesivamente decimonónica con aires pseudoclásista; en la pared no observé ningún arco que destacase de forma especial, pero a mí siempre me pareció que esta fortaleza guardaba un delicioso sabor medievo, porque si se mira a su alrededor se  pueden ver algunos de los mejores ajimeces, que son ventanas—balcón o mirador cerrado con celosía donde sin ser vistas las damas de la casa podían asomarse, llegando a ser de esta manera, testigos desde la clandestinidad de amores imposibles, que es lo que hace al hombre ser fiero o manso.

Entonces no quise perderme aquel entorno, miro  buscando las cuatro torres que fueron en su inicio las que protegían la fortaleza, pero me llama poderosamente la atención, solo  una, la que se encuentra  en el centro del edificio, llamada del  homenaje, que no todas las  fortalezas suelen tener, pues ésta  fue  especialmente  salvada  de ser desmochada en virtud de una real orden concedida por Fernando el Católico.

Desconocía las horas que llevaba caminando, estoy cansada, me encontraba en medio de una incipiente oscuridad, parada, y sin fuerzas para seguir, enfilo la calle de los Condes frente al palacio de los Golfines de Arriba, un jaleo de repiques de campanas que comenzaron a tocar me sobresaltan, pues parecían disputarse el convento y la iglesia de San Mateos la hora que convocaba a la oración, pero por más que miraba y escudriñaba las estrechas callejuelas, yo no veía a ningún feligrés que acudiera a esa llamada,  solo sé que me palpitaban las sienes con tanta algarabía, que un dolor inmenso parecía taladrar mis oídos.

De pronto vi salir  del palacio de los Golfines  una señora con aspecto de gran dama, a su lado se encontraba un hombre vestido ampulosamente, sus calzas eran de gamuza, herreruelo de raso negro de tafetán acuchillado y capota de gorgorán, desde luego la indumentaria me llamó la atención. Nada más salir a la calle aquel caballero se separó de la señora, yo, noté que la señora  conducía su mirada con interés hacia donde mi vista se perdía; muy amablemente se dirigió a mí, ¿Tanto  le gusta esta torre? Yo la miré un tanto desconcertada por aquella pregunta que no esperada, que era la del despiste  como tengo por costumbre cuando me encuentro contemplando algo que hacía que acaparada toda mi atención.

 Mi cabeza en esos momentos, se encontraba haciendo conjeturas de cómo, habían podido proteger de las insidias  del tiempo todo aquel  patrimonio, testimonio del pasado, intacto.

En esos momentos me sentí diminuta, necesitaba desaparecer, las pisadas de dos ancianas me hacen despertar de mí ensoñación, ante mis ojos aparecieron con vestimenta  enlutada desde el pañolo a las colondras, parecían dirigirse a la iglesia a su paso quedaron el fragante olor a orines, tras ellas un villano rijoso cejas muy juntas y barba facinerosa las seguía pero sus intenciones fueron fallidas al verme a la puerta de este palacio, en compañía de una ilustre dama.

De pronto una voz me sobresaltó ¿Le apetecería ver la torre por dentro?

 Me quedé mirándola, no podía creer que estuviera invitándome a visitar una de las estancias de su casa, pero, no obstante, yo la seguí y, me vi subiendo junto a ella las escalinatas que conducen  hacia el piso principal, a su lado me sentía conmocionada, mientras tanto ella daba vueltas a una sortija que llevaba en su dedo corazón, parecía indecisa sobre algo que intentaba querer preguntarme, yo la miraba porque no encontraba palabras para agradecerle su gesto, entonces ella rompiendo mi mutismo me comunicó que el palacio constaba de seis patios, todos ellos rodeados con las características columnas de las casa griegas helenísticas  y de la época greco-romana.

Las sombras de la noche comenzaron a apoderarse de las callejuelas que parecían túneles tenebrosos donde no hay luz que ilumine el final.

Entonces la señora –dijo-si te parece bien vamos a entrar en la torre que tanto veo que te ha llamado la atención, esta torre  es llamada del Homenaje (bueno creo que sabes el porqué de esa distinción) esta torre alberga una especial capilla que  muchos  cacereños  ignoran  su existencia por hallarse en una propiedad que aún se encuentra habitada.

Una vez dentro de la capilla, me pareció pequeña y evocadora, no pude expresar lo que mi corazón sintió, entonces miré hacia el techo, y descubrí que su cubierta era una atractiva bóveda de crucería.

Poco después y con la emoción a cuestas, me encontré de nuevo en la calle, no sin antes despedirme de esta señora con agradecimiento, pero, al llegar al portal y antes de que me diera cuenta la señora había desaparecido de mi vista, entonces supe, que existe un espacio de tiempo en la vida en el cual y en un instante lo que contemplamos se puede convertir en algo mágico, en algo que puede llegar a ser muy especial.

La luna comenzó a iluminar con rayos punzantes a aquel recinto que parecía hechizado, haciendo con su fulgor  que la vida se detuviera, los animales  diurnos, empezaron a aparecer haciéndose los dueños de la noche magnificando las sombras, distorsionando los volúmenes, impregnando en su tarea,  a la ciudad, en un halo de misterio que hace que nuestras pupilas se dilaten y nuestros sentidos se agudicen. 

Entonces supe y sin lugar a dudas de que estas casonas fortalezas, guardaban dentro de su seno unas joyas de incalculable valor  arquitectónico, sin olvidar que en sus entrañas reposan las aguas oscuras y tranquilas de los Aljibes que alimentaban con sus aguas a sus moradores.

Pero y las fachadas… mi ojos se agrandaron, este nuevo descubrimiento hizo que se produjera en mi cabeza un terrible estallido que llegó a conmocionarme, las fachadas de los palacios eran diferentes a cómo yo las había conocido de niña, pues lucían colores que jamás creí existieran en esta ciudad, mi mirada parecía enloquecer al contemplar semejante cromatismo, ante mi, cada palacio lucía en sus fachadas un color diferente, unos destacaban el color ocre, mientras otros que se encontraban en la misma calle  brillaban con blancura nívea, también se encontraba el color albero.

  No salía de mí asombro entonces asomé la cabeza a un zaguán, la verdad es que no sabía que buscaba, lo único que sabía era que mi mente necesitaba descansar.

 Poco después  entro en uno de los zaguanes y para mi asombro, descubro, que en la pared incrustada, se encontraba un escudo policromado con las armas del dueño de la casa.

Salgo conmocionada, necesitaba saber si los demás palacios también tenían su propio escudo esculpido en aquel maravilloso policromado.

¿En qué siglo me encontraba?

Me toco los brazos, estoy viva.

¿Dónde se encontraba la piedra palpitante y envejecida que me hacía soñar?

Pero una voz del pasado me dijo, debes pensar que en la época en la que viviste tu niñez, estos palacios ya  no se necesitan cal para desinfectar las fachadas, pues ya no existe la peste: aquello ya pasó.

¿Acaso la piedra no te parece que es mucho más elegante que la cal?

 De nuevo comenzaron a sonar las campanas, yo aturdida ante tantas ensoñaciones deambulé  por una de las muchas y estrellas callejuelas entre escudos nobiliarios y torreones casi derruidos aún sin recuperarse de la herida de haber sido desmochados.

Me sentía azorada, por donde pasaba en esos momentos, allí mismo,  se habían compartido tantas aventuras y desdichas que no se podían decir de que hubieran sido resueltas, pues entre esos  muros de piedra gris que oprimen las estrechas calles, se nota, se palpa en el ambiente todos aquellos conflictos que vivieron sus vecinos. Que sin dudas fueron descabellados, pero, que  aún siguen patente esa añoranza en todo aquel que se encuentra atrapado por el encantamiento, eso sí, si sabe saborearlo.

Un ruido de hierro, me sobresaltó, pues con el vertiginoso giro de sus ruedas, estas con su traqueteo parecían limar los cantos del pavimento, miré para guarecerme en algún portal, entonces mi vista se topó con un carromato entoldado y dos hombres forzudos sentados en el pescante, uno de ellos con la fusta pegaba sin piedad  a los caballos que subían la cuesta sin resuello, una voz, que creí oír que salía de debajo del entoldado, que decía a gritos, muerte a los judíos, cuando se alejaron seguían gritando como posesos.

De repente tengo una visión que me hace temblar, me miro y no me reconozco, mis ropajes pertenecen a otra época que no es la mía, una señora vestida de negro parece custodiarme, creo que me dirijo a la iglesia, pues las campanas repicaban hasta taladrar mis tímpanos.

¿Acaso estaba viviendo un sueño, una realidad?

Al salir de misa y, en la misma plazoleta de San Mateos, parecía estar reunida toda la nobleza, las damas vestían con ricas vestiduras, los caballeros engalanados con grandes sombreros de ala ancha, la fachada de la iglesia de San Mateos se encontraba adornada con grandes colgaduras  y escudos representativos de las grandes familias.

Entonces en uno de mis escasos descuidos, me perdí el motivo por el cual dos nobles caballeros se enzarzaban en una refriega cuerpo a cuerpo donde todos los allí presentes parecían desear  derrotar al que creían eran sus enemigos. Sin dudas era una lucha  por la supremacía y el poder del territorio.

No tardé en saber el motivo de aquella algarabía, pues no era otra cosa que un concejo que se enfrentaba a consecuencia de sus banderías nobiliarias, que eran las provocadoras de estos graves altercados.

En este punto me paro a reflexionar, pues lo que creí estaba viviendo me lo contó la reina Isabel la llamada Católica, una tarde de ensoñación.

Vuelvo a la realidad y me encuentro sentada en el poyete que remata la fachada de la Iglesia de Santiago, situada en el extramuros siendo la más antigua de la ciudad, frente a mí el palacio de Godoy de grandes dimensiones donde tantos cacereños vinieron al mundo, me quedo mirándolo, era tan hermoso con su balcón esquinado, tuve un sentimiento de pena, porque el que vio en su seno nacer vidas, ahora con el mismo desapego con que en algunas ocasiones se trata a los mayores, al parecer este palacio se encuentra olvidado, se está dejando morir, después de haber sido uno de los inmuebles de extramuros con más historia.  

Por esta razón y por muchas más quiero rendir mi humilde homenaje a este pasado que sin lugar a dudas hicieron de Cáceres una ciudad que fue, es, y seguirá siendo. Una joya de un valor incalculable para la cultura.

FINAL

                             

 




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