La noche, le estaba pareciendo mucho más corta
que de costumbre; no obstante, mira de nuevo hacia el techo, aquel nuevo
elemento que había aparecido colgado ante sus ojos, llegó a ponerlo nervioso, y si
era…entonces tuvo el impulso de encaramarse al armario de acero para poder ver más de cerca de qué se trataba y qué función desempeñaba aquella inesperada y rara vitrina. De repente
empezó a sentir un miedo que no sabía cómo dominarlo.
Ya parecían
asomarse los primeros albores del día, tenía que terminar su trabajo antes que
los cristales de las vidrieras inundaran de color aquella sala. Por su olfato
de detective, supo que se encontraba sólo, y eso le satisfizo. Sorpresivamente,
le pareció que el trabajo le estaba resultando quizás demasiado fácil; entra en
aquella habitación, que en su plano rezaba como el despacho del administrador,
la puerta se encontraba entreabierta, una vez dentro se mueve con mucha
precaución, en esta sala todo se mantenía en la más absoluta oscuridad, cuando
decide encender la linterna, se oye algo que le alarma, esto hace que tenga que buscar
un escondite a ciegas, palpando logra meterse bajo una mesa. Desde aquel
ridículo escondite, ve entrar a un guarda jurado seguido por el que supuso
podía ser el administrador, que por su aspecto desaliñado y su mal humor dedujo
le habían fastidiado algo de lo que estaba disfrutando y, que precisamente no
venía de un sitio muy recomendable.
Desde su
escondrijo, pudo oír para su sorpresa, cómo el administrador le decía al guarda
con voz cascada ¿estás seguro que no ha entrado nadie aquí?, el hombre pareció
encogerse, desapareciendo por unos instantes aquella apariencia de hombre duro
ante aquella pregunta inesperada. El administrador, cada vez más contrariado,
arremete contra el guarda jurado ¿sabías acaso, que aquí tú prioridad es
mantener este despacho fuera de cualquier ojo que no sea el mío? y, como si lo
único que le importara fuera su despacho, en dos zancadas, se planta ante un
cuadro que presidía la pared, Víctor desde su escondrijo pudo ver cuando el cuadro
fue alumbrado por la linterna que portaba el guarda, entonces fue cuando pudo observar de que aquel cuadro era una
muy mala copia del retrato del Papa Inocencio X, una sonrisa casi le hace
toser, al pensar que sí lo viera Velázquez seguro que le hubiera dado un
soponcio.
El hombre que
supuso Víctor era el administrador pulsa un botón, el cuadro se abre cómo si fuera la
hoja de un libro, mira la pared, para su sorpresa allí no había nada
parecido a ninguna caja fuerte, estaba seguro
al encontrarse demasiado cerca, pero sí pudo ver con total claridad, que lo que allí
se guardaba, eran algunos lienzos que parecían estar pegados en el dorso de
aquel cuadro, que, por cierto, de nuevo, le da la risa, ante la contemplación de aquella pintura esperpéntica,
sobre todo por encontrarse en aquel santuario de perfección y belleza. El
administrador, mientras manipula el cuadro, se afloja la bufanda que parecía
asfixiarlo
La incomodidad por la postura que había tenido que adoptar bajo la mesa, Víctor sintió un tirón en uno de los músculos de la pierna, que hizo, que al chocar el pie con la madera, ésta crujiera. Ninguno de los dos hombres oyó aquel ruido al encontrarse abstraídos en comprobar si seguían allí aquellos lienzos que desde hacía cinco meses estaban allí camuflados para, que supuestamente Victos hiciera el cambiazo en el momento oportuno, y que seguramente estaría previsto vender en el mercado negro.
Con tan sólo una ojeada, el administrador, supo, que todo se encontraba un perfecto orden, porque tras aquel horrible cuadro se escondía, una obra de verdadero arte.
Salen los dos
hombres de aquel despacho, el administrador, habla algo entre dientes, el
guarda jurado, le sigue sumiso. Víctor, no pudo oír lo que susurraron los
hombres, pero sí estaba seguro de que después de estar allí tenía que averiguar
lo que aquellos dos hombres se llevaban entre manos. Cinco minutos después y
una vez seguro de encontrarse solo sale del escondite; de nuevo se oyen pasos
que parecían acercarse al despacho, no tiene tiempo de volver a meterse bajo la
mesa, en la penumbra, descubre en una esquina una columna de mármol que
sostiene un busto de Napoleón; se pega a la pared para poder ponerse tras ella, y allí estuvo escondido casi sin respirar esperando a que aquellos pasos no
entraran en aquel despacho.
En la espera
angustiada, nota que algo se desliza por su cabeza, para segundos después,
pararse en su cuello, que le hace distraerse unos segundos, sin darse cuenta,
que los pasos que antes había escuchado, ya estaban dentro del despacho; por lo
tanto tenía que seguir inmóvil escondido tras la columna, sabía que no podía
quedarse a descubierto.
Víctor se había comprometido a sí, mismo, y
desde ese mismo instante, que tenía que desenmascarar lo que estaba pasando en
aquel palacio. Poco después, y cuando estaba a punto de salir de su escondite,
de nuevo entra el administrador, esta vez estaba sólo, en sus manos, llevaba un
cilindro o rulo de papel que parecía un manuscrito; abre uno de los cajones de
la mesa de despacho que se encontraba cerrado con llave, y precipitadamente deposita
allí aquel rollo de papel, en sus prisas ignoró que dentro de aquel cilindro
había otro más pequeño que cayó al
suelo.
Víctor cuando
estaba a punto de dar un brinco al notar en su cuello, algo que le pareció
podía ser un bicho que le andaba por la cabeza, pues notó que tenía más de dos
patas, entonces creyó que se trataba de
una araña de esas que suelen estar entre
los cajones de madera donde se guardan los lienzos que nunca son revisados por
los expertos y que esperan encerrados a que les llegue su momento de gloria.
De pronto suena el teléfono, el administrador,
lo descuelga para volver a colgar sin decir una sola palabra. Cuando el
administrador se acerca a la puerta para salir, aparece otro hombre, que lo empuja
hacia dentro, una vez los dos hombres dentro, el que fue el último en llegar, echa una
mirada circular por aquel despacho, Víctor expectante mira la escena, pero
ignora qué es lo que van a hacer aquellos hombres, pues algo raro pasaba porque ninguno de los
dos intentó pulsar el interruptor de la luz, uno de ellos encienden una
linterna que saca del bolsillo del pantalón, pero daba poca luz, no obstante sus siluetas reflejadas por
la claridad que entraba por una de las vidrieras que daban a la plaza que hizo que Víctor viera sus manejos, pues desde su escondrijo pudo apreciar cómo los dos hombres se miraban
cara, a cara, entre los dos parecía haber un odio que traspasaba los límites de
la oscuridad. En unos segundos, Víctor, dejó de percibir la silueta del
administrador, seguidamente aquella linterna se apagó, no pudiendo oír nada,
pero en un segundo un golpe seco que caía al suelo le hace sospechar lo que
allí estaba pasando.
Inmediatamente
aquel hombre sale del despacho arrastrando un cuerpo inerte que supuso era el
del administrador, pero en aquel silencio aparece un tercer hombre, entonces,
se oyó el chirrido de una cadena deslizarse por una polea.
Seguirá

