sábado, 14 de noviembre de 2020

El detective

Víctor  hacía más de un mes que recorría la Piazza de Navona de Venecia en Roma: Desde fuera, cada día estudiaba la estructura de uno de los palacios que configuraban la plaza, poniendo especial atención en el llamado Capitolino, este es un palacio barroco, que era poco visitado por los turistas a pesar de estar declarado cómo museo.

Este palacio, se encontraba situado en la Vía del Corso, el cual había pertenecido aún príncipe del siglo XVII, cuyos descendientes y, aún a pesar de los años transcurridos se encontraba en un interminable litigio con el gobierno por la potestad y explotación de las obras de arte que allí se atesoraban y, que habían pertenecido a los descendientes  de aquel palacio.

Víctor, aquella noche había entrado en aquél palacio por un agujero inmundo,  después de haber recorrido parte del subsuelo  de la ciudad y pasar por malolientes alcantarillas que le hicieron dudar  de aquel trabajo ante los peligros que tenía el tener que  atravesar recodos traicioneros que suelen esconder fosas  insondables. 

Pero Víctor  llegó a la hora que había previsto. Estaba empezando a anochecer y el palacio se encontraba desierto. Después de haber escondido en el sótano la ropa que había usado en su recorrido; se viste con un mono de trabajo negro, minutos después llegaba  al punto exacto, donde estaba previsto tenía que encontrar las instrucciones a seguir.

Aún no había recobrado el dominio de sus nervios; pero a pesar de todos sus temores, ya se encontraba dentro de aquel palacio. Después de subir las escalinatas que conducen al piso principal; intenta situarse, en aquella casi oscuridad, pues se encontraba desorientado, las luces de emergencia  no daban para mucho, pero ese detalle ya lo había previsto; no era el momento de flaquear, tenía que mantenerse lúcido y con grandes dosis de astucia, hasta que sus ojos fueran adaptándose a la escasa luz. Ahora, tenía que confiar plenamente y sin dudas en el plano que previamente había confeccionado después de ojear archivos clandestinamente por el cual tuvo que hacer algún que otro soborno a los funcionarios que eran mal pagados.

El palacio como todos los del siglo XVII era complicado en lo a la arquitectura se refiere. Una vez dentro, sigue fielmente las instrucciones del plano, que va leyendo alumbrado con una diminuta linterna pero, para él enormemente eficaz.

 Se introduce en un salón que le hizo pensar que era de grandes dimensiones, y supuso que se encontraba en el sitio adecuado de lo que estaba buscando. Sus ojos, al poco tiempo de encontrarse allí, se adaptaron a la poca luz que desprendían unos pequeños ojos rojizos que salpicaban caprichosamente el techo.

De repente, encontró en la oscuridad y a la luz de su linterna surgidos como de un mundo de tinieblas, ante él se encontraba un hermoso sueño, la incredulidad le hizo dudar, no podía alejarse de su cometido por aquella belleza que tenía ante él, aunque las paredes de ese inmenso salón, se encontrara tapizado de cuadros con maravillosas pinturas;  ilumina con precaución con su linterna el entorno; ante sus ojos el primer cuadro que tiene ante él, estaba firmado por Haus Memling, entusiasmado, sigue alumbrando con su linterna, allí también había cuadros de Tiziano, Rubens, Tintoretto, Caravaggio; Víctor tiene que coger aire, sus pulmones, se encontraban escasos de oxígeno por la emoción, ahora empezaba a comprender el encargo que le habían hecho, pero no debía dejarse enredar, su misión era otra, aunque tampoco cuando le hicieron el encargo  le dijeron con exactitud qué era lo que en realidad tenía que investigar aunque ahora parecía que todo empezaba a encajar. Ante él se encontraba los más grandes maestros de la pintura de todos los tiempos. Aquel palacio, guardaba un gran tesoro.

Víctor, empieza a darse cuenta de lo arriesgado que empezaba a ser todo aquello; recorre la vista tras su linterna, y encuentra una puerta, a su lado un armario de acero, que parecía estar  estratégicamente previsto para algo concreto, y deduce que estaba cerca la puerta por donde tenía que entrar.

 Era la entrada al despacho del administrador y cuidador de todo el palacio; antes de entrar echó una mirada de desconfianza hacia una vitrina que colgaba del techo, esa vitrina, no estaba recogida  en su plano cuando le dieron el encargo; reacciona, no podía perder ni un segundo en cavilaciones, ya pensaría más tarde lo que tenía que hacer al respecto con aquella vitrina.

SIGUE




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