Y mirando a su amigo ¿Sabes acaso por donde vamos a empezar?
Eladio la miró, él también se encontraba perdido.
Matilde; sabes que necesito saber algún dato por
insignificante que a ti te parezca, lo necesito para empezar.
Es desesperante, no hay datos tan sólo dispongo del collar—dijo
Eladio con la voz entrecortada por el dilema que se le presentaba.
Matilde, resignada toma la caja en sus manos pero al contacto
su cuerpo empezó a temblar
De pronto hizo una exclamación ¿O Dios mío que está pasando?
Eladio mira la caja, y espantados los dos vieron que de la
caja empezaron a salir hilos de humo de diferentes colores, era parecido a un
arco iris después de una tormenta, sus colores eran perfectos, y en unos
segundos, todos aquellos colores envolvieron la habitación quedando los dos
dentro de aquel círculo sin poder apenas moverse.
Suena el timbre de la puerta, no salen a abrirla se encontraba abierta, una
persona entra directamente al despacho, que al verlos envueltos en una bolsa de colores, al instante
quedó calcinado por un potente rayo.
Matilde y Eladio se miran espantados, y entonces se dieron
cuenta de que eran dos seres extraños, que no se reconocían entre sí. A Matilde le
da vueltas la cabeza, estaba siendo cierto
todo lo había sospechado sobre
aquella joya, pues todo lo ocurrido había sido propiciado sin lugar a dudas por
aquel enigmático collar.
De repente se oyeron unos pasos que se dirigían al despacho,
Matilde quiere gritar para advertirles que no entrara nadie, pero Eladio con
los ojos ensangrentados de un demente con ademanes les invita a entrar, los dos clientes al
presenciar aquel espectáculo se quedaron inmóviles, poco después los dos fueron
empujados por una fuerza extraña haciéndolos desaparecer por las estrechas
escaleras.
Entonces y sin
explicación el despacho empezó a cambiar, no sólo el color de las paredes que
se tiñeron de color rojo fuego, haciendo que perdiera su primitivo color que,
por cierto, no se diferenciaba si la primitiva pintura de aquella pared si esta había sido blanca o azul, pues siempre fue de un color desvaído.
Un ruido infernal atronó los oídos de Matilde y, una neblina
espesa asaltó el edificio que al rozar sus cuerpos notaron algo insólito al
mismo momento que todo cambiaba en aquella habitación, los muebles parecían
diferentes, quizás un tanto raro.
Matilde cerró los ojos
temiendo lo peor, cuando los abrió se encontró en un salón de cuyas columnas
colgaban rosas marchitas, al fondo pudo ver un sitial o trono vestido de
terciopelo negro, en aquel salón se encontraban solos ella y Eladio, parecían estar
en posición de espera pero ¿Esperar qué? Tampoco sabían clase de magia que los había transportado
hasta allí.
De pronto se oyó el
sonido agudo de una trompeta, entonces apareció un séquito de ocho personas
vestidas con túnicas faraónicas que escoltaban a una adolescente, casi una niña con una mirada dura y despiadada.
La niña se sienta en aquel trono pero al hacerlo en sus
modales mostró qué carecía del lógico
candor que posee una niña, sus gestos eran tan duros que demostraba saber
hacerse obedecer.
Eladio mira a Matilde, ¿Tienes tú el collar?
Matilde no responde a
su pregunta.
Pero poco después Matilde le responde con otra pregunta.
¿Lo cogiste tú?
Eladio nervioso miraba en esos momentos a la reina, uno de su
escolta se aparta del cortejo y se para ante él, y mirando hacia donde se
encontraba aquella niña preguntó.
¿Dónde debo buscar mi
señora?
Quítale los pantalones
deseo ver sus piernas. “Si es eso lo que desea su majestad” La mirada malévola
de aquella criatura le hizo temblar, pero cuando el lacayo le desabrocha el cinturón
del pantalón y, antes de que éste cayera al suelo, el collar hizo su aparición en el
salón, que reposaba en un cojín acompañado por un hacha ceremonial,
Aquella aparición inundó
la estancia de un silencio mucho más terrorífico que las palabras hirientes que
se pudieran escuchar nunca.
Con risas discordantes la reina, se abrió el escote y ordenó que le pusieran el
collar en su cuello; pero algo tremendo pasó que espantó a todos los presentes pues pudieron
contemplar que aquel bello collar
cambiaba de color para convertirse en una horrible y gran tortuga de color
granate y ojos de un intenso color azul y, que al roce con el cuello de aquella
niña se adhirió de tal manera a su piel que
en ese instante las paredes empezaron a temblar y, entonces se oyó una vos.
Esa joya no te
pertenece y, a propósito, ¿Quién te ha dado el permiso para que te sientes en
un trono que no es tuyo?
Pues solo yo, que
ostento el título de Faraón de los dos
Egipto puedo ocupar ese lugar.
¿Acaso también ignorabas a quién pertenece esta joya?
Me pertenece a mí y,
sabes perfectamente mi nombre, soy Hatshepsut, hija del faraón Tumosis y de su
gran esposa real Ahmes, mis padres gobernaron en el antiguo Egipto. Si mi padre
me regaló este collar para que formara parte de mi ajuar, y así quedar cómo
testimonio que existí en el mundo como Faraón, por lo tanto este collar me pertenece al igual que pertenece la historia al origen de los
tiempos.
Y mirándola aquella reina, tú has roto el orden que mi padre
creó, por lo tanto esta joya sólo pertenece a mi ajuar funerario, pero como has
dado muestras de que te gusta mucho, te doy la oportunidad de poder lucirlo
para toda la eternidad puesto que para eso fue diseñada, tienes mi permiso para
que te postres al pie de mi tumba, ya que no tendrás más oportunidad de usurpar
algo que no te pertenece.
Pero si sólo soy una
niña, lloraba para conseguir el propósito de no ser castigada, pero, la voz
solemne de Hatshepsut le mandó callar, tu nunca has sido una niña, sólo eres
sencillamente la perdición del que te conoce, ahora, debes tener muy presente
de que nuestra civilización siempre fue muy estricta con las reglas a seguir,
por lo tanto, desde hoy te toca aguantar
una eternidad que será acompañada por un gran dolor por tu parte.
Este collar que
robaste de mi morada eterna con artimañas, por cierto, creo que son muy
parecidas a las que son habituales en este remoto siglo.
¿Sabes que me dejas, no digo un poco, si, no, mucho,
muchísimo consternada? por cierto.
¿Quién te instruyó
para que perpetraras semejante hurto?
¿Habías olvidado acaso
que en nuestra civilización nadie puede
lucir una joya que no haya sido diseñada
en exclusividad para aquella a la que fue concebida?
Eladio, comenta en voz baja, baya con la niña.
Entonces dijo Matilde, Eladio no te das cuenta de que es un
monstruo, no sé cómo puedes fiarte de las falsas apariencias.
Pero ¿Quién te contrató para hacer ese trabajo? Dijo entre
dientes Matilde.
Fue a través de
Internet y.
¿Aceptaste así cómo
así, un trabajo que no sabías de dónde
procedía?
Poco después los dos amigos de nuevo se vieron envueltos en
un mundo lleno de penumbras por donde comenzaron a caminar con pasos perdidos,
así anduvieron tantas horas que ni ellos mismos supieron a donde se dirigían,
ni cómo empezar a buscar de nuevo el camino de regreso.
Pero de pronto se vieron en el despacho de Heladio. Todo
parecía estar en su sitio.
Heladio desde entonces se buscó otro trabajo, no volvió a dar
caza a los hipotéticos ladrones ni a los culpables de unos crímenes que nunca llegaban a resolverse.
Pero sí encontró en Matilde una compañera que le hizo saber
que en la investigación de objetos antiguos hay que saber mucha historia para
no caer en esas trampas que los egipcios supieron muy bien poner, para que nunca
fuera perturbada su paz.

