Las tres moscas, cada una de ellas se encontraban coronadas
por pequeñas gemas de diferentes colores en la cual parecían realzar unas
siglas, que para cualquier profano como él, eran totalmente ininteligibles.
Después de observarlo durante largo rato sin conseguir tener nada en claro, sigue sin
atreverse a sacarlo de la caja, se enoja consigo mismo al no tener la valentía
necesaria para llegar a una solución.
Después de cerrar la
caja, piensa que el contenido de esta era totalmente contradictoria a la madera
de la caja, pasa la mano suavemente por la superficie y no parecía pertenecer a
ninguna especie arbórea conocida y, a pesar de ser atemporal su procedencia.
No obstante el diseño de la caja era a todas luces especial, pues
tampoco había ningún rasgo especial de
que el diseño del estuche fuera el primitivo.
Eusebio se quedó por unos momentos pensativo, necesitaba
trabajar y, de pronto creyó ver la luz, desde ese momento su mente fue tan rápida que, decidió que esa investigación
que le proponían hacer, podía habérsele presentado como un reto, uno de esos
retos que sólo se presentan en escasas ocasiones, y que tal vez le catapultara a realizar en un
nuevo trabajo mejor remunerado.
Eusebio pensó que por
supuesto esta investigación era mucho mejor que el de perseguir a criminales
que a veces y después de una urda investigación, y cuando llegaba al resultado,
sólo eran historias inventadas o bulos tan rocambolescos que algunos llegaban a
ridiculizarlo.
Esta nueva etapa que
veía Eusebio en su vida se la imaginaba brillante, pues creía ser merecedor después de haber pasado tantas penurias una recompensa.
¿Sería que le había
tocado la mano de Dios? Aunque supo de
antemano que, todo parecía presagiar tener trazos de ser difícil de resolver.
Eusebio, con la caja encima de la mesa, mirándole le da mil
vueltas a la cabeza con respecto a si decidirse o no, la abre, su cabeza parecía
no razonar ante la necesidad que tenía de un trabajo, y piensa, y si lo que
guarda esta caja es una clave que esconde algún enigma impenetrable.
Se echa en la cama, pone la caja en la mesita de noche, no
cierra los ojos, pues desde el primer momento que la tuvo en sus manos y la
observó tuvo una vaga sospecha de que ese desfase que se podía apreciar sobre su conservación, la caja no encajaba con la antigüedad de la
joya, este detalle le alertaba de que pudiera estar ésta joya involucrada en algún robo importante, o, tal
vez en alguna trama que podía desembocar en un asunto turbio.
El detective ante esta incógnita, se levanta preocupado, hace
una llamada telefónica.
Una vez efectuada la llamada cuelga satisfecho, de nuevo va a
la sala de estar llevándose consigo la caja.
Poco después, Matilde,
entra en la calle donde vivía Eusebio, una calle que le pareció no tenía
principio ni fin y, buscando al fin encontró el edificio sin número donde se
había citado con su amigo.
El edificio era
antiguo con una fachada áspera, erosionada por falta de atención y cuidados, Matilde
entra en el portal, ante ella un ascensor de jaula de hierro salpicado de manchas
herrumbrosa, el cual se encontraba abrazado por unas claustrofóbicas escaleras,
desde donde se podía apreciar desde dentro, en el ascenso o descenso—según se
mire— no hacía falta mirar mucho pues se podía apreciar la desolada agonía del
edificio en el cual trabajaba Eladio.
Llama a la puerta, Eusebio la recibe con una sonrisa de
agradecimiento, pasa, espero me puedas ayudar, pues tengo un encargo que supone
para mí un enigma, y necesito que me ayudes a resolver antes de que acepte el
trabajo, sé que siempre te interesaron las antigüedades.
Matilde es una de esas jóvenes modernas y con un atractivo especial que al poseer una
abundante melena de color del cobre se hacía notar a donde quiera que fuere, en
esos momentos vestía una falda exageradamente corta, jerséis ajustado que
realzaba su busto, unas botas altas hasta taparle medio muslo, consiguiendo con
este atuendo que fuera aún más llamativa.
Matilde con la simpatía que siempre la caracterizó, con
desenvoltura, se acercó a la mesa, ¿Dónde está ese tesoro?, el detective le
muestra la caja, la abre, Matilde, nada más ver la joya y, sin haberla tocado,
sin tener conciencia de ello articuló unas palabras que al salir de su boca
tronó cómo si fuera una voz extraña que
ella desconocía; confusa buscó una silla para sentarse, cuando se serenó.
Entonces pudo decir, siento comunicarte que en este caso no
voy a poder ayudarte, no me veo con el suficiente conocimiento cómo para
desvelar de que siglo puede ser esta joya, sí que puedo decirte que el diseño
es único, jamás había visto uno igual, ni tan siquiera es parecido a ninguna de
las muchas fotografías que he visto en las revistas especializadas de la
antigüedad.
Eusebio al verla tan reticente, insiste para que la mire con
calma, sabes de que no puedo llamar a nadie que no sea de mi entera confianza,
pues mi trabajo requiere el más absoluto secreto, por favor, no me falles--le
suplicó—sólo confío en ti.
Matilde, no encontraba palabras que fueran disculpas razonables
para que su amigo no se enojase con ella.
Necesito que entiendas
que mi propósito no es el de escaquearme, en esta ocasión sé que no me
encuentro con la suficiente información, ¿acaso has pensado que este collar, o
lo que parece ser, puede llegar a tener hasta cinco mil años de antigüedad?
Eusebio la mira desconcertado, de repente sus ojos cambiaron de color dando la apariencia de un
ser de otro mundo, Matilde no pareció sorprendida ante el cambio radical de
aquellos ojos y, como si todo fuera de lo más normal salió a la calle
cabizbaja, un suspiro se escapó de su garganta que por unos momentos le alivió
el estrés que empezaba a dominarla, pero
antes de salir a la calle, retrocedió sobre sus pasos, entró de nuevo en el
despacho de Eusebio, que al verla, supo que estaba dispuesta a ayudarlo, aún y a
pesar de creer que aquel collar guardaba un enigma que si llegara a
descifrarlo, podía llegar a ser muy peligroso, Matilde tiembla, al desconocer
el poder que ésta podía tener.
Que este año la tierra se limpie de todos aquellas cosas que no nos hagan felices.


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