domingo, 24 de enero de 2021

Almas en las sombras.


Y mirando a su amigo ¿Sabes acaso por donde vamos a empezar? Eladio la miró, él también se encontraba perdido.

Matilde; sabes que necesito saber algún dato por insignificante que a ti te parezca, lo necesito para empezar.

Es desesperante, no hay datos tan sólo dispongo del collar—dijo Eladio con la voz entrecortada por el dilema que se le presentaba.

Matilde, resignada toma la caja en sus manos pero al contacto su cuerpo empezó a temblar

De pronto hizo una exclamación ¿O Dios mío que está pasando?

Eladio mira la caja, y espantados los dos vieron que de la caja empezaron a salir hilos de humo de diferentes colores, era parecido a un arco iris después de una tormenta, sus colores eran perfectos, y en unos segundos, todos aquellos colores envolvieron la habitación quedando los dos dentro de aquel círculo sin poder apenas moverse.

Suena el timbre de la puerta, no salen a abrirla se encontraba abierta, una persona entra directamente al despacho, que al verlos envueltos en una bolsa de colores, al instante quedó calcinado por un potente rayo.

Matilde y Eladio se miran espantados, y entonces se dieron cuenta de que eran dos seres extraños, que no se reconocían entre sí. A Matilde le da vueltas la cabeza, estaba siendo cierto   todo lo había sospechado sobre aquella joya, pues todo lo ocurrido había sido propiciado sin lugar a dudas por aquel enigmático collar.

De repente se oyeron unos pasos que se dirigían al despacho, Matilde quiere gritar para advertirles que no entrara nadie, pero Eladio con los ojos ensangrentados de un demente con ademanes les  invita a entrar, los dos clientes al presenciar aquel espectáculo se quedaron inmóviles, poco después los dos fueron empujados por una fuerza extraña haciéndolos desaparecer por las estrechas escaleras.

Entonces  y sin explicación el despacho empezó a cambiar, no sólo el color de las paredes que se tiñeron de color rojo fuego, haciendo que perdiera su primitivo color que, por cierto, no se diferenciaba si la  primitiva pintura de aquella pared si esta había sido  blanca o azul, pues siempre fue de un color  desvaído.

Un ruido infernal atronó los oídos de Matilde y, una neblina espesa asaltó el edificio que al rozar sus cuerpos notaron algo insólito al mismo momento que todo cambiaba en aquella habitación, los muebles parecían diferentes, quizás un tanto raro.

 Matilde cerró los ojos temiendo lo peor, cuando los abrió se encontró en un salón de cuyas columnas colgaban rosas marchitas, al fondo pudo ver un sitial o trono vestido de terciopelo negro, en aquel salón se encontraban solos ella y Eladio, parecían estar en posición de espera pero ¿Esperar qué? Tampoco sabían clase de magia que los había transportado hasta allí.

 De pronto se oyó el sonido agudo de una trompeta, entonces apareció un séquito de ocho personas vestidas con túnicas faraónicas que escoltaban a una adolescente, casi una niña con una mirada dura y despiadada.

La niña se sienta en aquel trono pero al hacerlo en sus modales  mostró qué carecía del lógico candor que posee una niña, sus gestos eran tan duros que demostraba saber hacerse obedecer.

Eladio mira a Matilde, ¿Tienes tú el collar?

 Matilde no responde a su pregunta.

Pero poco después Matilde le responde con otra pregunta.

 ¿Lo cogiste tú?

 Eladio nervioso  miraba en esos momentos a la reina, uno de su escolta se aparta del cortejo y se para ante él, y mirando hacia donde se encontraba aquella niña preguntó.

 ¿Dónde debo buscar mi señora?

 Quítale los pantalones deseo ver sus piernas. “Si es eso lo que desea su majestad” La mirada malévola de aquella criatura le hizo temblar, pero cuando el lacayo le desabrocha el cinturón del pantalón y, antes de que éste cayera al suelo, el collar hizo su aparición en el salón, que reposaba en un cojín acompañado por un  hacha ceremonial,

 Aquella aparición   inundó la estancia de un silencio mucho más terrorífico que las palabras hirientes que se pudieran escuchar nunca.

Con risas discordantes la reina, se abrió el escote y ordenó que le pusieran el collar en su cuello; pero algo tremendo pasó que espantó a todos los presentes pues  pudieron contemplar  que aquel bello collar cambiaba de color para convertirse en una horrible y gran tortuga de color granate y ojos de un intenso color azul y, que al roce con el cuello de aquella niña se adhirió de tal manera a su piel  que en ese instante las paredes empezaron a temblar y, entonces  se oyó una vos.

 Esa joya no te pertenece y, a propósito, ¿Quién te ha dado el permiso para que te sientes en un trono que no es tuyo?

 Pues solo yo, que ostento el título de Faraón  de los dos Egipto puedo ocupar ese lugar.

 ¿Acaso también  ignorabas a quién pertenece esta joya?

 Me pertenece a mí y, sabes perfectamente mi nombre, soy  Hatshepsut, hija del faraón Tumosis y de su gran esposa real Ahmes, mis padres gobernaron en el antiguo Egipto. Si mi padre me regaló este collar para que formara parte de mi ajuar, y así quedar cómo testimonio que existí en el mundo como Faraón, por lo tanto este collar me pertenece  al igual que pertenece la historia al origen de los tiempos.

Y mirándola aquella reina, tú has roto el orden que mi padre creó, por lo tanto esta joya sólo pertenece a mi ajuar funerario, pero como has dado muestras de que te gusta mucho, te doy la oportunidad de poder lucirlo para toda la eternidad puesto que para eso fue diseñada, tienes mi permiso para que te postres al pie de mi tumba, ya que no tendrás más oportunidad de usurpar algo que no te pertenece.

  Pero si sólo soy una niña, lloraba para conseguir el propósito de no ser castigada, pero, la voz solemne de Hatshepsut le mandó callar, tu nunca has sido una niña, sólo eres sencillamente la perdición del que te conoce, ahora, debes tener muy presente de que nuestra civilización siempre fue muy estricta con las reglas a seguir, por lo tanto, desde hoy te toca  aguantar una eternidad que será acompañada por un gran dolor por tu parte.

 Este collar que robaste de mi morada eterna con artimañas, por cierto, creo que son muy parecidas a las que son habituales en este remoto siglo.

¿Sabes que me dejas, no digo un poco, si, no, mucho, muchísimo consternada? por cierto.

 ¿Quién te instruyó para que perpetraras  semejante hurto?

 ¿Habías olvidado acaso que en nuestra civilización  nadie puede lucir una joya que no haya  sido diseñada en exclusividad para aquella a la que fue concebida?

Eladio, comenta en voz baja, baya con la niña.

Entonces dijo Matilde, Eladio no te das cuenta de que es un monstruo, no sé cómo  puedes fiarte de las falsas apariencias.

Pero ¿Quién te contrató para hacer ese trabajo? Dijo entre dientes Matilde.

 Fue a través de Internet y.

 ¿Aceptaste así cómo así, un trabajo que no sabías  de dónde procedía?

Poco después los dos amigos de nuevo se vieron envueltos en un mundo lleno de penumbras por donde comenzaron a caminar con pasos perdidos, así anduvieron tantas horas que ni ellos mismos supieron a donde se dirigían, ni cómo empezar a buscar de nuevo el camino de regreso.

Pero de pronto se vieron en el despacho de Heladio. Todo parecía estar en su sitio.

Heladio desde entonces se buscó otro trabajo, no volvió a dar caza a los hipotéticos ladrones ni a los culpables de unos  crímenes que nunca llegaban a resolverse.

Pero sí encontró en Matilde una compañera que le hizo saber que en la investigación de objetos antiguos hay que saber mucha historia para no caer en esas trampas que los egipcios supieron muy bien poner, para que nunca fuera perturbada su paz.

Porque las antigüedades tienen su propia vida y, la esencia para la que estas fueron  creadas.
FIN



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