Mira a su
alrededor intentando amortiguar el miedo que sentía, cuando descubre ante ella
algo indescriptible, toda la montaña se encontraba salpicada de cerezos con el
fruto maduro que esparcía un intenso color rojo sobre el campo, dando la sensación que la
montaña se encontraba salpicada con gotas de sangre. Espantada, quiere pensar
que todo es producto del agotamiento. Mira el suelo, aquella vereda por donde
habían subido se encontraba cubierta de
huesos fósiles, fue cuando supo de donde venía aquel ruido extraño, que oyó
bajo sus pies mientras caminaba, ahora lo sabía, era el extraño crepitar de
huesos, horrorizada vio cómo el suelo de
la vereda era un osario.
Esos huesos
que en su caminar iba pisando empezaron a cobrar vida, se asusta, debía estar
soñando ¿podía acaso, hipotéticamente hablando, que fuera posible que a sus pasos estuvieran resucitando criaturas muertas?
La tierra parecía
temblar bajo sus pies, mientras seguía implacable el mismo ruido del crujir de los
huesos. Entonces, y ante sus ojos estos seres se disponían con total normalidad
a ensamblarse, eran unos huesos que ante ella
se mostraban jugosos mientras se iban configurando, transformándose en la
estructura de unos seres humanos extraños. ¿Acaso todos los componentes de esa
extraña excursión estaban viendo lo mismo que ella? Se queda por unos momentos
pensativa, porque al mirarlos pudo ver por su expresión que no parecían darle
importancia a lo que a ella le estaba causando pavor.
Poco después
pudo oír pasos que parecían seguir tras los suyos, mira hacia atrás desconfiada
y, estos seres estaban allí, junto a ella, se encontraban alineados cómo un
ejército disciplinado que se dirige al campo de batalla. Anna se pasa la mano
por la frente que se encontraba empapada en un sudor frío, casi cadavérico,
entonces supo que se encontraba perdida.
Un ruido
inesperado le hace creer que había entrado en el infierno, un enjambre de
insectos, negros, brillantes, de procedencia desconocida se estaban acercando
escandalosamente hacia ellos. Ya estaban a punto de entablar aquella batalla imposible
de poder ganar contra aquellos seres volátiles que eran numerosos, pero de
momento todo cambió cuando mira hacia la dirección por donde desaparecen los
insectos, y entonces pudo ver cómo aparecía en la cima de la montaña, un hombre
alto, vestido con túnica de color granate; sus ojos eran cómo dos azabache que
nadaban en un cuenco de sangre.
El efecto que
este hombre causó en Anna casi le hace desvanecer, cuando minutos después coronan
la cima fatigosamente, ve a otro hombre que se hallaba sentado en una piedra
redonda que giraba con parsimonia aplastando el fruto del olivo. El ruido que
hacía el jugo de la aceituna al caer en uno de los contenedores subterráneos,
era tan escalofriante cómo aquel desolado lugar.
El hombre que parecía el jefe que ante
sus invitados parecía sentirse contento, cuando dirige la mirada hacia su criado, éste se acerca al ver la señal que aquel hombre poderoso le hacía con la mano, que con este gesto le ordena
acercarse, el criado al instante aparece portando una bandeja con pequeñas tazas que contenían una
pequeña porción de aceite, entonces invita a beber a todos los presentes, el color del aceite era verdoso la textura era
espesa, el sabor áspero y amargo, Anna se asusta después de haber bebido un sorbo, aquel caldo no
tenía el clásico olor a la aceituna recién exprimida, era otro olor, raro, pero para ello no era muy difícil de identificar. Ante esta
revelación, Anna siente que el mundo se hunde a sus pies, aquel aceite olía a
sangre.
El hombre poderoso mira hacia donde se encontraba aquel extraño ejército de huesos vivientes, que con un gesto les hace mirar hacia un lado de la montaña, donde se encontraba un olivo centenario con sus ramas secas que milagrosamente conservaba la fruta en perfecto estado y a la espera de ser recogida. De pronto Anna siente un tremendo temblor en su cuerpo cuando las ramas de aquel olivo intentan abrazarla.
El instinto de conservación hace que Anna corra montaña abajo, el descenso casi perpendicular hizo acelerar aún más su loca carrera, que al ser también accidentado no nota que sus pies van tropezando constantemente con objetos resbaladizos y punzantes.
Cuando ya se
encontraba cerca de la vereda que conducía a la carretera, ante ella aparece el
dueño de una almazara, a la cual la empresa que ella regentaba le compraba el aceite, el hombre tenía un aspecto harapiento, desnutrido, pero a Anna, no le importó su aspecto, solo se regocijó al verlo, pues creyó que era su
salvación.
El hombre se
acerca a Anna con un vaso de aceite, la invita a beber, Anna da un paso atrás, aquel
hombre que siempre creyó era pacífico la taladraba con la mirada que era tan profunda
que parecía perdida, tras ella otra voz le dice con tono imperativo “bebe”, y
el vaso de Anna se quedó a la altura de su boca sin haber bebido ni una sola gota.
Anna entonces
comprendió que para llegar ser ejecutiva en una importante empresa, y fue cuando reconoció que adulterar los productos, sólo para obtener “medallas” no era ético.
Pero aquellos
huesos se encontraban cada vez más cerca de ella, y en un instante comenzaron a danzar a su alrededor Anna no
podía creer que fuera verdad lo que estaba viviendo.
Y seguidamente
apareció de nuevo aquel olivo centenario, que al acercarse, sin más, la estrangula con
sus secas y débiles ramas, mientras se oía una voz que mascullaba; nadie puede adulterar los
frutos del olivo, porque es sagrado, tanto que hasta es destinado para ser
derramado, como bendición sobre los cadáveres.
Anna en su
agonía quiso pedir perdón por su deplorable acción, pero ni el viejo olivo, ni
los huesos de las personas que bebieron el aceite adulterada, parecían tener compasión de ella.
Poco después
se presenta ante ellos una furgoneta desprendiendo un olor intenso a aceite rancia,
que traslada el cuerpo inerte de Anna hacia un cementerio nada usual, pues fue depositado en una
vieja almazara abandonada, su cuerpo fue puesto bajo la piedra cilíndrica de la
molienda que se encontraba mugrienta por estar en desuso, que aun así, parecía estar
preparada para que su cuerpo fuera
triturado.
La misma noche
que Anna desapareció como ser viviente, por las escaleras de su apartamento subía una legión de huesos entró en su
apartamento, que al entrar demolieron todo cuanto allí se encontraba, sin omitir las obras de
arte que se encontraban manchadas por las manos sucias por la avaricia de una joven ambiciosa.
Mientras las
vecinas murmuraban tras la mirilla de las puertas cómo un ir y venir de gentes
extrañas sacaban objetos. Una de las vecinas comentó a otra al día siguiente que mientras subían en el ascensor el portero les
comentó.
Anoche en el tercero, hubo mucho movimiento, creo que
la joven estirada que vive en ese rellano cambió de nuevo la decoración de la casa.
Nadie volvió a
comentar nada de ella.
FIN

