domingo, 21 de febrero de 2021

Cuando despierta la bestia. 1º parte.


 

Aquella noche Anna llega más tarde de lo que le era habitual a su casa se encontraba cansada, mal humorada, el trabajo realizado aquel día no había sido todo lo fructífero que ella había deseado.

Cuando llega a su apartamento, cierra la puerta con el pie, seguidamente, dirige su dedo índice hacia el botón del contestador cuya luz roja tintineaba con insistencia. Aquel día, no le interesaba para nada los recados que aquellas llamadas gravadas podían contarle.

Mientras tanto se adentra por el pasillo camino de la alcoba para cambiarse de ropa mientras escucha sin interés algunas de aquellas llamadas, que casi siempre eran de las mismas personas, las cuales no le decían nada importante.

Apoyada en la pared se quitaba los zapatos. Una voz hartamente conocida para ella, le decía con voz gangosa, Anna soy Pedro ¿Cuándo puedo verte? Es urgente, clic.

Se desabrocha los botones de la blusa, se baja la cremallera de la falda, mientras, indolente  la deja caer quedándosele suspendida entre las piernas, una falda que se mostraba tan arrugada cómo en esos momentos se encontraba su alma.

De repente una voz nueva para ella le hace parar en seco, entonces escucha con atención el contestador, estaba siendo invitada a un evento por una persona que no reconocía; se acerca al contestador, pues al parecer creyó recordar vagamente ese acento, después de hacer un recordatorio fugaz de los días pasados, piensa que podía ser un chico gallego que le presentaron en una exposición cultural. Y este chico ahora la estaba invitando a una cata de aceite. Después de escuchar, Anna se queda por unos momentos pensativa, no entendía el motivo de su invitación cuando solo mantuvieron entre los dos una fugaz conversación, que no le daba licencia para llamar a su casa ¿Quién le había dado su teléfono?

Poco después y cuando se disponía a cenar, decide aceptar la invitación, pues necesitaba desconectar del agobiante ambiente del trabajo en el cual se encontraba atrapada. Aquella invitación podía ser su salvación aunque fuera solo por un fin de semana.

Descuelga el teléfono, sigue las instrucciones de aquella voz metálica que salía de una centralita, que sin hacer preguntas le da el número desde donde le habían hecho la llamada, marca el número gravado, enseguida se pone en contacto con el autor de la llamada. Después de mantener una insulsa conversación por tratarse de dos desconocidos, quedan para el sábado de la semana próxima, la hora, 9,30 de la mañana.

Anna no supo de donde pudo sacar en esos momentos esa mística, que siempre creyó sólo la podían padecer los tontos desocupados cuando se sienten acogidos por un grupo que creyendo que éstos podían superar sus expectativas. Pero a pesar de su euforia desmesurada, seguía sin entender el porqué de su aceptación, pues sólo sabía del aceite que consistía en hacer un buen márquetin para que el producto se vendiera mejor, y que el aceite sale de la aceituna, ante esta manifestación, Anna empezó a reír cómo hacía tiempo no hacía.

Siempre supo que lo suyo era el asfalto, las luces de neón los restaurantes caros, tenía que demostrar que pertenecía a la llamada élite de gerentes de empresas que son los que deciden cómo vender los productos para que su empresa tenga mayor rentabilidad.

Cuando llegó el día señalado, la invadió la incertidumbre, no se sentía segura de querer acudir a aquella cita que denominó “a ciegas”, pues curiosamente no recordaba ni el aspecto ni tan siquiera el rostro de aquel individuo.

Aquella mañana el amanecer ya había presagiado un día espléndido, el sol parecía querer lucir sus rayos dorados  quizás para ella con más atrevimiento que nunca, pues su luminosidad parecía clavarse con ardiente ahínco en sus brazos mientras caminaba hacia la cita. No supo el motivo por el cual se sentía pletórica, con una sensación placentera que le dio la impresión de que se había metido en cada poro de su piel, haciéndole vivir una rara y explosiva euforia desconocida hasta ese momento para ella.

Poco después el encuentro se produjo en una pequeña placita solitaria de la periferia, allí en un todoterreno la esperaba un hombre que parecía poco locuaz.

Después de montar en el vehículo, empezó a sentirse incómoda, arrepentida de haber tomado aquella precipitada decisión.

Habían rodado unos cuantos kilómetros, alejándose cada vez más de la población cuando el cielo empezó a cubrirse, unas terribles nubes grises se apoderaron del cielo construyendo un techo oscuro y amenazante. Anna se atreve a preguntar.

 ¿Estamos llegando? pero el hombre no parece haber oído la pregunta, sólo la mira mientras se encajaba los auriculares en las orejas.

Anna ya no se siente segura, deseaba salir cuanto antes de aquel coche que parecía asfixiarla, su acompañante no le hacía recordar para nada de quién podía ser su anfitrión.

 En un viraje brusco se desvían hacia un camino terroso, a unos kilómetros y después de un insufrible traqueteo de unos amortiguadores duros al fin, pudo divisar un llano donde  un helicóptero parecía esperarlos. A pie del aparato, tres personas la saludan, suben todos al helicóptero, este se pone en marcha.

Cuando la tarde empezaba a declinar, Anna se pone  alerta por si podía captar algo entre sus acompañantes, pues necesitaba tan sólo un gesto para al menos intuir de qué iba todo aquello. Tal vez espera una sonrisa que le pudiera dar una pista de tranquilidad a su desorientación, pero  no percibió nada, aquella gente parecía hipnotizada y ella había perdido la noción del tiempo. Poco después se dio cuenta de que no había probado bocado desde que salió de su apartamento.

Aquel cielo, al carecer de luna hizo que la noche fuera presa de una oscuridad tenebrosa, los relámpagos que parecían surgir de una lejana montaña se hicieron cómplices aumentando su desasosiego, pues con su resplandor nos cegaba a los ocupantes del aparato.

Ya llevábamos dos horas navegando por el centro de un cielo de las más altas oscuridades cuando el piloto por primera vez vuelve la vista hacia ella, sus miradas se cruzaron, esa mirada de aquel hombre a Anna le causo una impresión escalofriante, aun así se atrevió a preguntar ¿Dónde nos encontrábamos? El silencio fue la respuesta. De repente empezaron a descender para poco después aterrizar en un llano sembrado de maíz, descendimos los ocupantes, todos en silencio, mientras el helicóptero levanta el vuelo para minutos después desaparecer en el horizonte.

Anna se encuentra desolada cuando ante aquella situación recapacita y entonces cree saber pero demasiado tarde, el motivo por el cual había sido invitada a aquella cata.

Pero ¿qué motivos oscuros la indujeron a aceptar?

¿Era acaso una llamada urgente de su conciencia, que le pedía dejar de comercializar, con la salud de los consumidores?

Cuando Anna mira a su alrededor, se encontraban los tripulantes y ella en medio del campo bajo un techo enorme de nubes amenazantes, alguien en esos momentos con voz seca, ordena que recojan del suelo cada uno de ellos una mochila, estas se hallaban alineadas en el suelo como cuando los colegiales van de excursión. Todos obedientes cargamos con la mochila a la espalda, Anna sigue sin comprender de que va todo aquello, quiso creer que se trataba de una broma pesada. Aún no había logrado que ninguno de los “invitados” abriera la boca para decir algo aunque fuera una incongruencia, pues en esos más que nunca necesitaba saber cuál de ellos tenía acento gallego.

Alguien ordena que comiencen a caminar, entonces algo extraño se produce en el ambiente, pues Anna vio cómo todos incluso ella, comenzaron a andar dóciles como autómatas, adentrándonos por una estrecha senda flanqueada por arbustos punzantes, era tal la oscuridad reinante, que en su caminar sólo podía distinguir las siluetas difuminadas de sus compañeros de viaje.

Después de un largo trecho  caminando a ciegas, empezaba a clarear el día, fue cuando vio que estaba situada en la falda de una montaña, que en desigual simetría había unos escalones que en su cansina ascendencia parecían ser interminables; cuando llevaban escalado unos cien peldaños, Anna se siente desfallecer, su ritmo cardiaco se encontraba demasiado acelerado, se para unos segundos para aspirar aire, cuando de pronto se empezó a oír el chillido escalofriante de las hienas, que parecían salir de cada uno de aquellos peldaños, haciendo con su presencia que el ascenso a cada paso fuera más insoportable.



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