La anfitriona parecía estar complacida ante este debate, pues
con la vista de águila analizaba cada palabra que salían de la boca de sus invitados, y
lo que estos debatían, pues al parecer se trataba de asuntos tan bochornosos, que solo eran digno de una
pandilla de maleantes, la mirada de la
señora cruzaba de vez en cuando con la de alguno de ellos, siendo semejanza a la de un
búho, pues rotaba la vista unos 180º para no perderse ni una sola sílaba de los que se encontraban allí.
Una vez terminada la cena, y los invitados comenzamos a retirarnos,
excepto un reducido grupo que se quedó rezagado, los cuales todos lucían los ojos
ensangrentados por el alcohol ingerido.
Sin pudor comentaban el tener que finiquitar cuanto antes el asunto que tenían pendiente, al parecer hablaban de un fraudulento negocio que les daría pingues beneficios con tan solo obtener una firma, una firma que al parecer les falló, pues al parecer se equivocaron de persona.
En aquel grupo todos hablaban atropelladamente al no ponerse de acuerdo en el reparto equitativo
de estos beneficios, de pronto se enzarzaron en una pelea dialéctica tan soez y burda,
que acabó con un herido de un botellazo en la cabeza, nadie sospecho que
mi marido y yo, nos encontrábamos
fumando un cigarrillo debajo de la ventana, comentando lo variopinta de los
invitados.
Al parecer estos personajes bien vestidos y estirados que
practicaban el pasteleo, en realidad eran solo unos burdos extorsionistas
disfrazados de caballeros.
Por la mañana, y después de un suculento desayuno, la señora
se acerca a mi marido, sonriente, le pide que firme en el libro de invitados,
para quedar inscrito como que había asistido al evento. Diego con su
serenidad característica, declinó ese honor, objetando que no era meritorio de
ese privilegio, entonces la señora sonrió no dándole importancia.
Poco después los que sabían montar les dieron un caballo, a
mi marido le dieron uno que parecía nervioso, yo monte en un Jeep de color verde musgo preparado para el evento. Y cada uno ya en sus
puestos comenzó la excursión, todo parecía transcurrir de una manera idílica, pero de pronto uno de
los jinetes se cruzó velozmente rozando el hocico del caballo que montaba mi marido,
este hecho estuvo a punto de derribarlo, pero Diego con destreza que yo desconocía supo dominar al animal, y
no pasó nada.
Subiendo la cuesta del castillo árabe, de pronto sorprende de nuevo a mi marido como le cae encima una serpiente que en su caída rozó las patas del caballo encabritándolo, este hecho estuvo a punto de que se precipitara por el acantilado hacia
el río Tajo. Entonces intuí que aquel accidente parecía estar preparado para que
mi marido tuviera un percance, sin dudas entre aquella gente se estaba cociendo
algo turbio. ¿Pero por qué mi marido?
Nadie comentó lo ocurrido, parecía todo muy normal.
Poco después nos dirigimos hacia una gran carpa instalada para el almuerzo y descansar, donde
se nos serviría una buena pitanza, las vistas desde donde nos encontrábamos eran
espectaculares, pues frente se encontraba una roca llamada El salto del Gitano,
y a sus pies el bravo río Tajo que parecía transcurrir sereno y sin prisas.
Dos cocineros se afanaban en la cocina preparando la comida,
que al ser una comida a la manera de los trashumantes, que por supuesto no faltaron las deliciosas
migas de pastor, al parecer la carpa carecía de lujos, pues el vino se
distribuyó en botas, las cuales se pasaban de mano en mano para que todos
bebieran y disfrutaran del caldo. La alegría era notoria por todas partes, pero a mí me pareció que reinaba la hipocresía, pues por el comportamiento que pude observar era similar a una reunión de bandoleros
que festejaban el haber conseguido un buen botín.
Seguirá.


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