El cielo empezó de repente
a salpicarse de manchas negras y yo creí encontrarme ante un abismo insondable,
al no tener respuesta nada de lo que estaba viviendo. Eran cuervos que con sus
graznidos hacían que todo fuera más insoportable, bajaban al suelo, posándose
como una capa negra y misteriosa para devorar los cientos de cadáveres de
cerdos que horas antes se encontraban cebando bajo las encinas y que ahora
parecían estar congelados, con sus lomos pegados al suelo y las cuatro patas
mirando hacia arriba. Era todo tan extraño, estos animales se encontraban en el
peso justo para el sacrificio y era una ruina. Ante tanta desolación tenía que
haber una explicación.
El purín ya había
empezado a descomponerse y el olor empezó a ser insoportable.
Regresé a la casa, el
horror no me dejaba pensar, estaba asustado. Con mano temblorosa llamo con mi
teléfono móvil al ayuntamiento del pueblo más próximo pero nadie responde a mi
llamada, insisto una y otra vez, pero parecía estar llamando al desierto. Mi
perro a cada momento se ponía más y más nervioso, con sus ladridos
descontrolaba mis nervios. Tenía que serenarme, esa era mi prioridad y entré de
nuevo a la cocina para sentarme ante la taza de café que ahora estaba frío y poco
apetecible. Miro la taza y me vienen a la mente recuerdos y conversaciones que
de niña escuché entre bastidores, cuando mis abuelos oyeron hablar de la compra
de la finca al bisabuelo. Lo que nunca entendí era el porqué nunca íbamos en
verano a pasar allí las vacaciones, como tampoco entendía el porqué todos los
mayores se ponían serios cuando se comentaba algo sobre la finca pareciendo
consternar a toda la familia.
Mi bisabuelo después
de comprar la finca, comentaban mis padres que inmediatamente y con prisas se
hizo construir esta casa que no pareció gustarle a nadie, nunca ningún miembro
de la familia puso los pies en ella, algunos ni tan siquiera sabían de su
existencia. Ahora en mi cabeza parecía aflorar todo lo que tenía almacenado,
recordando el día en que mi padre después de una celebración y con exceso de alcohol
en la venas me dijo, con voz que parecía vacilante, que no pisara nunca la
finca. Allí siempre hubo algo misterioso y siniestro, quizás esta fuera la
razón por la que nunca mis familiares quisieron ir a ella, ni tan siquiera heredarla, pero, ¿tan
grave era lo que creían los miembros de la familia que estaba sucediendo allí?
Ahora paradójicamente
la única dueña de todo aquello era esa tía-abuela con pinta de bruja que
ejercía de dama caritativa y ayudaba con un sueldo mísero mi maltrecha economía
de mujer soltera pero licenciada en ingeniería agrónoma para gestionarle los
trabajos de la finca. Una finca que no se me ocurrió pensar, desde que empecé a trabajar en ella,
que se encontraba distante de cualquier punto de concentración urbana.
De repente, aquellas nubes negruzcas humedecieron
el aire que empezó a cargarse de una sustancia que se esparció por todas partes
oprimiéndome los pulmones. Ahora, dormida y al mismo tiempo muy viva, veía
clara lo de la existencia de aquella leyenda que siempre me intrigó y que
llevamos todos los descendientes de aquel bisabuelo extraño.
Sentí la necesidad
urgente de salir de allí, la casa se me antojaba ahora un conjunto de mentiras,
esas que siempre quisieron los mayores que escucháramos, haciéndonos caminar
por la oscuridad más profunda. Mientras pensaba en todo aquello, sentí aterrada
como se agitaban los cimientos de la casa, ya no me importaba alertar a las
autoridades, con suerte quizás algunos
de aquellos hombres habían dado la alarma.
Cuando subí a mi
coche llamé a mi perro pero no aparecía por ninguna parte, no podía dejarlo
aquí a su suerte, silbé, lo volví a llamar y oí un gemido que parecía salir del
muro de la casa. Me acerqué pero no veía
nada, detrás de las buganvillas estaba mi perro, en un pasillo, donde al fondo se
podía apreciar una gran sala. Mi perro
me miraba asustado mientras arrastraba su barriga hacia la luz que había en el
fondo. No me atrevía a entrar y mis pies se clavaron en la tierra.
Una voz conocida para
mí insistía zalamera y me invitaba a entrar pero no podía, el terror me lo
impedía.
Continuará...
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