Anna con voz que parecía serena contestó:
-
¿Quién le ha dado este
número? El no vive aquí.
-
¿Pero lo conoce? - Dijo
el que hablaba al otro lado del teléfono.
-
Sí le conozco, pero le
digo que no sé nada de esa persona desde hace tiempo.
Cuando Anna intentó colgar el teléfono, la voz de su
interlocutor se hizo autoritaria:
-
No se haga la inocente,
este número estaba escrito en su agenda cómo número preferente.
Anna ante esta afirmación no sabe qué decir, por
unos instantes se le quedó la mente en blanco.
-
Oiga ¿me escucha?
Anna reacciona:
-
Estoy aquí… primero, dígame ¿Qué es lo que quieren de mí?, ya le
dije que hace tiempo no tenemos ninguna relación.
-
Dentro de unos minutos
pasará a recogerla un coche de policía, para que declare en la comisaria, no se
resista, es un consejo.
-
Pero… ¿le ha pasado
algo grave a Javier para que me involucren en su vida?
-
Señora, Javier ha sido
hallado muerto dentro de un coche en dudosas circunstancias.
Anna se levanta de la cama de un salto, se quita el
abrigo, lo sacude y, mecánicamente se lo vuelve a poner, se atusa con
nerviosismo y sale corriendo hasta
llegar al portal donde un coche policial la esperaba.
Mientras el coche rodaba hacia la comisaría, recordó
el pacífico y maravilloso idilio que vivió con Javier durante el último curso
que estuvo en la Universidad, animados por largos cafés que se prolongaban hasta
el infinito, embriagados por la voz melodiosa de Julio Iglesias y también
cuando le decía al oído con complicidad “¿sabes
que creo que eres? Una chica insidiosamente brillante, por ese motivo te adoro…”
Un frenazo del coche le hizo despertar.
Al entrar en la comisaría el jefe de policía parecía
esperarla, ambos se miraron, sus miradas tenían diferentes razones, la del
policía, analítica, la de Anna era de impaciencia pues esperaba que le
aclarasen el porqué se encontraba allí a las cinco de la mañana.
El policía después de pasear unos minutos en
silencio, se rasca la cabeza, parecía buscar la pregunta que le tenía que
formular. De repente se acerca a la mesa, cogiendo una pinza levanta de una
bandeja al aire un pañuelo de seda.
El policía le
pregunta:
-
¿Lo reconoce?
Anna por unos
segundos abrió los ojos como platos, ese pañuelo era suyo, al menos era igual
al que ella creyó perdido. Sin pedir permiso se sienta y entonces recordó
aquella fatídica noche en que después de tomar un refresco le dijo a Javier que
tenía que regresar a Cáceres por un asunto familiar, entonces y sin respuesta, él
se fue calle abajo sin mirar atrás y hasta más tarde no se dio cuenta que no
llevaba puesto el pañuelo en el cuello
¿Se lo
llevaría él? Pues desde ese momento
no volvió a ver aquel pañuelo.
Pero sí supo que desde entonces su vida se tornó
monótona, tanto, que dejó de mirar el mundo como algo que se le podía presentar maravilloso.
¿Qué le
estaba pasando? ¿Porque tiene el policía en sus manos aquel pañuelo que tenía
olvidado?
El comisario se sienta frente a ella, Anna ignora el motivo
por el cual al encontrarse cerca de aquel hombre se siente como si estuviera en
territorio minado, pues sigue sin tener ni la más pequeña intuición del porque
se encontraba allí.
El policía dirige su mirada hacia ella escudriñando
con descaro sus ojos, Anna le sostiene la mirada, era un reto, que instaba al
policía a que le aclarara de una vez qué era lo que pasaba.
Entra otro policía, que habla con el que la estaba
interrogando, lo hace en tono bajo pero Anna pudo escuchar: “Hemos encontrado algo”.
Continuará...


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