El teléfono de Juan no dejaba de sonar, recibiendo órdenes
para que pusiera su firma en documentos que al no entender de qué se trataba,
no se molestaba en leer.
Una noche que se encontraba con unos colegas del Ministerio
tomando copas en un lugar de moda de la capital ubicado en un antiguo y bello
teatro del siglo pasado, ya en desuso y que fue transformados en local de ocio,
el preferido de lo más selecto de la
sociedad.
Juan ocupaba uno de los palcos y departía con sus
colegas de Ministerio. se acercó un camarero,
Al grupo de hombres que ostentaban cargos relevantes en la industria del
cemento, se acercó un camarero y se dirigió a “Don Juan” como todos le llamaban
en las altas esferas. Ninguno de ellos se dignó levantar la cabeza y siguieron como si no hubiera nada más que
ellos en la platea, con su animada charla.
Antes que el camarero saliera de la platea, se
produjo un apagón. Ante la oscuridad inesperada se produjo un silencio
expectante, que le siguió un murmullo, pues los presentes esperaban ser
sorprendidos con una actuación espontánea. De repente un hombre entra en la
platea amparado en la oscuridad, el hombre sale sin ser visto por Juan y poco
después, al encenderse las luces, comenzó la algarabía festiva de nuevo.
Entonces, fue cuando pudo ver tendidos en el suelo a
sus acompañantes, sus rostros se mostraban blancos cómo la nieve, mientras las
cortinas del palco de color azul se mostraban manchadas de sangre cómo si
alguien se hubiera limpiado la boca, una boca manchada de sangre, después que
al parecer se había dado un festín.
¿Qué había pasado allí
¿Quién había osado entrar donde él se encontraba?
¿Dónde estaban sus guardaespaldas?
Antes de que Juan pudiera reaccionar, entraron en el
palco cuatro hombres que parecían estar
esperando el momento oportuno para retirar los despojos y alguien lo empujó
hacia la salida. Pocos minutos después el palco fue ocupado de nuevo por un
grupo de jóvenes con total normalidad, nadie se percató que la cortina de esa
platea era de un color diferente a las demás.
La prensa silenció el suceso, los políticos no
podían salir en las crónicas de sucesos, el Ministerio rechazó su propagación
aludiendo que sería nocivo para su negociado.
Dos días después de lo acaecido en aquel antiguo
teatro, Juan se encontraba en su despacho leyendo una revista de coches. No
quería recordar aquella noche que no se refería precisamente al apagón, si no
por lo que allí aconteció, él la llamó “noche negra”. Una llamada de su
secretaria le avisa que al otro lado del interfono se encontraba el jefazo,
Juan haciéndose el interesante espera unos segundos antes de coger la llamada.
-
Juan, necesito que te
pases por mi despacho lo antes posible, necesito hablar de algo concerniente a
lo acaecido aquella noche en el teatro.
Juanito no se alteró, sabía que tenía a todos los
jefazos atados de pies y manos, pues tuvo la osadía de guardar copias de todos
los documentos firmados por él. Satisfecho pensó que ya era imprescindible en el engranaje del
poder corrupto.
Pero, desde entonces empezó a padecer sueños
inquietos que no le dejaban descansar, cuando cerraba los ojos, ante él
aparecía una hechicera que desaparecía
cuando intentaba tocarla. En otros sueños se veía caminar junto a una vieja
harapienta extremadamente delgada, fea y repulsiva, que le decía:
-“Este
despojo que ves ante ti, eres tú”.
Juan no es que fuera impresionable, pero le
intrigaba de dónde le podían venir esos sueños, pues por lo demás se sentía
feliz cómo nunca lo había sido. Una noche desesperado por poder conciliar el
sueño, a pesar de ingerir fármacos que no le hacían el efecto deseado, salió a
la calle y se adentro por las estrechas y tortuosas calles de la Ciudad
Monumental cacereña, buscaba con ansiedad un bar donde ahogar su ansiedad, las
calles se encontraban solitarias, las luces de los faroles oscilaban con la
brisa, presagiando una luna llena, como una gran bola de sangre, imponiendo al
firmamento su terrorífica visión.
En una
esquina se encontraba sentado en el suelo un hombre, vestido con harapos, al
acercarse lo llama por su nombre, él lo mira sorprendido y cuando se levanta
del suelo le tiende la mano, una mano que por su aspecto había sido cuidada, le
comenta que el también trabajo en el mismo Ministerio donde él trabaja,
haciendo lo mismo que hacía en esos momentos él.
Asustado se aparta de él llamándolo charlatán con
desprecio. El hombre en voz alta le dice:
-
Lo que estás firmando
no es legal, ahora que puedes, debes denunciar a los corruptos que tienes por
jefes.
Al parecer aquel harapiento, mientras hablaba se
deleitaba con la contemplación de un Juan que se mostraba aterrado, encogiendo
su cuerpo cómo el paño de lana cuando se moja.
De una de las torres de la Ciudad Monumental, donde había
un nido de águilas que al divisar a Juan, bajan de la torre planeando hasta ponerse frente a él. Juan
cierra los ojos, necesitaba borrar esa pesadilla de su mente, pues en su subconsciente
quería pensar que se encontraba en la cama soñando.
Continuará...

