Para una mujer que dedica su vida a la educación de
sus hijos, siempre cree estar segura de
ocupar el lugar que le pertenece. La observación no es casual pues una
madre suele tener un especial talento para saber captar aquellos matices que
sin desearlo se desprenden del comportamiento de cada uno de ellos. Pero no es
capaz de poner bajo sospecha lo que éstos pueden esconder deliberadamente, que
puede ser el origen de una curiosa y misteriosa enfermedad que puede llevarlos
a cometer locuras.
Para Anna sus tres hijos eran su amuleto de la
suerte.
La madre siempre vivió una vida paralela, una vida
que no hacía mucho había tomado un desvío que le hacía vivir una vida que jamás
hubiera sospechado.
Dos de sus hijos terminaron sus estudios, pero el
pequeño Juan, desde siempre demostró ser decidido, avispado, no queriendo
implicarse en nada que tuviera que ver con el sacrificio.
Cuando comenzó su adolescencia, empezó a preocupar a
su madre por su forma de ver y vivir la vida. Hablaba demasiado por teléfono y
cuando su madre preguntaba él sacudía la cabeza
mientras decía:”Son cosas mías”.
En una ocasión en la que acababa de hablar le dijo a
su madre:
-
Mamá, no cojas el
teléfono, estoy esperando una llamada que seguramente sea para formar parte de
un grupo en el cual hay posibilidades de poder llegar a tener un hueco en la
política.
Anna lo miró en silencio. Aquella confidencia era
acaso una escusa para tranquilizarla, pero Juan no supo el efecto que causó en
su madre, fue todo lo contrario al parecerle una quimera para tapar algo, que desde
ese momento ella estaba dispuesta a desentrañar. Justo después de aquella fugaz
confidencia de Juan hubo cómo algo excepcional entre ellos, más flexibilidad en
la convivencia.
Todo pareció cambiar, Juan había iniciado una nueva
vida y con ella había implantado su nueva personalidad prefabricada, como saber
palmear en las espaldas de cualquiera que fuera importante. Mientras, su madre
analizaba su mirada, llegando a oír sus
pensamientos cómo si estos fueran cascabeles que anunciaban “yo algún día no muy lejano estaré con toda
seguridad más alto que todos estos a los que doy palmadas en la espalda”.
Su madre asustada pensaba que estaba atrapado en
nuevas creencias malsanas que sólo eran terrenales, pues había empezado a ser
un hombre de hielo, vacío, interesado, tan sólo le preocupaba esa huida hacia
adelante que no permite recordar lo andado, para así darse más facilidades para
conseguir la meta que se había propuesto.
Una tarde que se encontraba en casa, llegó su
hermano mayor, que al mirarlo notó en él una mirada cínica, llegando a
desconcertarlo. Y se dirigió a su madre:
-
Mamá, ¿qué le pasa a
éste?
-
No tengo ni idea, yo lo
veo como siempre – contestó Anna.
-
¿Ha encontrado trabajo?
Juan escucha sin decir palabra, mientras su madre
comenta por lo bajo:
-
Algo sí que sé que se
trae entre manos, debe ser algo bueno que le hace ilusión, yo lo veo feliz.
También tengo entendido, que va a emprender un viaje.
-
¿Qué me cuentas? ¿Acaso
pretende ir a Alemania? ¿Pero…si no tiene dinero?
Y dando la
media vuelta, entre dientes comentó:
-
Sólo los tontos sueñan con salir al extranjero
para hacer fortuna.
Pocos días después Juan empezó a viajar.
Una noche mientras la familia veía en el televisor
una de esas tertulias en donde los políticos o aspirantes a ello debaten sus
opiniones con periodistas e historiadores, a todos les llamó la atención que en uno de
los laterales de la mesa se encontraba Juan, sí, era él, interviniendo cómo un
tertuliano más, se veía ufano. En el cuarto de estar nadie dijo nada, sólo
escuchaban atentos a lo que podía decir Juan cuando le tocó el turno de hablar,
entonces abrió la boca y empezó a rebatir lo que aquellos historiadores y
periodistas acababan de decir. Todos en la familia estaban asombrados, estaba
defendiendo un partido político, lo estaba haciendo con tanto ardor que una de
las venas del cuello parecía le iba a explotar en cualquier momento.
Una vez recuperados de la sorpresa, la madre que
sospechaba que algo no estaba bien, fingió estar satisfecha por los logros de
su hijo pequeño. Desde aquella noche Anna decidió resolver aquella incógnita.
Un día supo con quien trabajaba, dejando en ella una desolación tan grande que
no pudo sentir por el más que desprecio. Se había vendido como sicario.
Meses después se convocaron elecciones para elegir
el Gobierno de la Nación. El partido del que dijo ser miembro, consiguió un
buen resultado gracias a sus patrañas televisivas. Poco después fue nombrado consejero
del ministro de Fomento.
Juan no cabía en sí de gozo, ya estaba llegando a la
meta deseada, sólo le faltaban unos cuantos peldaños fáciles de subir para
conseguir su propósito.
Con su astucia y poca ética, pronto se vio rodeado
de políticos corruptos que empezaron a confiarles misiones que por su sagacidad e ignorancia, era el
idóneo para cometer delitos inconfesables.
Continuará...


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