Ante la tienda había una figura de hombre que erguido parecía
esperar a que le abriésemos, el pavor nos hizo pensar que era un aviso de que
se había producido algún accidente, sin pensar abro la cremallera, lo hice con
tanta precipitación que, del tirón que di a la pletina esta se rompió,
dejándonos tan solo un agujero para salir, la sonrisa de aquel hombre al vernos
gatear parecía tener una intención indescifrable.
Pero teníamos que salir de la
tienda como fuera, había llegado la hora de hacer frente a la situación. Mientras
las dos temblábamos sin poder evitarlo ante aquel ser nos quedamos quietas
esperando aquello que creíamos nos iba a comunicar, Anna tras mí no sabía más
que gimotear, el hombre ante nuestra pregunta que le hicimos sin palabras, tan
solo respondió con una mirada que hizo sobre mis pies descalzos (pues no me
pude calzar por las prisas) Anna seguía pegada a mi espalda.
Aquel hombre por gestos nos dio a
entender que le siguiéramos, sumisas y embargadas por una angustia atroz, pensamos
que nos conducía hacia donde se encontraban nuestros esposos, la incertidumbre
hizo que no cruzáramos mirada alguna entre Anna y yo durante el trayecto,
cuando llevábamos caminando unos doscientos metros, nos adentramos por un
paraje insospechado, nos encontrábamos rodeadas de pináculos rocosos y de verticales
laderas talladas por la erosión, aquel entorno tenía el efecto de ser mágico, y fue cuando nos miramos por primera vez
aliviadas. Ellos habían salido para recoger piedras, y allí las había en
abundancia.
Siempre tras él, seguimos adentramos
por entre centenarias y enormes capas de cenizas que se encontraban petrificada
que con el paso del tiempo se habían creado formas insólitas en la piedra,
aquel paraje nos empezó a parecer aterrador, teniendo que sortear alguna que
otra depresión del terreno, allí el silencio era tan espeso, tan condensado y
abrumador, que sentí la necesidad de llamarme con mi propia voz para
cerciorarme de que todo aquello que estaba viviendo era sólo una pesadilla. No
se veía a nadie por ninguna parte, la zozobra comenzó a torturarnos, la
desconfianza es mala consejera cuando no se sabe a dónde se va, pero, el golpe
que el hombre da con su talón a una roca plana nos pone en alerta.
¿Habríamos dado con un loco? Porque la roca al
contacto con su pie dejó abierta una oquedad, las dos nos miramos al creer que
estábamos presenciando un relato del cuento de Alíbaba y los cuarenta ladrones.
Con un gesto, nos invitó a entrar, la precaución nos hizo que mirásemos en
todas direcciones con necesaria inquietud.
Una vez dentro, nos encontramos
con un espacio que para cualquier turista le hubiera parecido onírico, el
recinto era tan rústico como era de esperar, pero en aquella penumbra tampoco
se podía ver más, de repente, el vuelo
de una bandada de murciélagos que al ser molestados se despegaron del techo de
la cueva y emprendieron un alocado vuelo
dando graznidos atronando nuestros oídos, entonces tuvimos la percepción de que
no sabíamos dónde nos encontrábamos, pero en nuestra desorientación, si supimos
que estábamos solas, aquel hombre había desaparecido de nuestra vista, miramos
atrás para volver por el camino andado, pero sólo pudimos ver tras una pared de
hojarasca que ocultaba una verja; retiramos las retamas y allí descubrimos que
era una puerta, empujamos, entramos, Anna se volvió hacia mí cuando el roce del
hierro oxidado nos avisó que la puerta
se había cerrado tras nosotras.
Nos encontramos dentro de una
oquedad que parecía una estancia bastante agradable a pesar de su tosquedad,
pues había un banco de corcho pegado a la pared y varios taburetes diseminados que
parecían estar preparados para celebrar alguna asamblea, el suelo se encontraba
tapado con virutas de corcho.
No hay comentarios :
Publicar un comentario