Este relato está
basado en hechos reales.
Cualquier parecido
con la individualidad de personas, es pura coincidencia.
Hoy en día parece que las gentes
han cambiado de actitud: Es como si la sociedad en la que vivimos hubiera dado
un giro de 180º, y que las buenas formas están
pasadas de moda, por lo tanto no se practica eso que se llama ética,
educación, respeto al prójimo, estamos viviendo inmersos en la grosería, en el
destacar cómo sea aunque esto nos lleve a ser desagradables.
Esta historia me fue revelada una
tarde bajo un parasol en una cafetería
tomando un café con mi amiga Anna.
Aquel día se encontraba inquieta,
entonces le pregunté pues nunca la había visto tan triste. Después de pasado
unos minutos de indecisión, mirándome a la cara se atrevió a contarme algo que
si no la hubiera conocido bien podía haber pensado que era uno de esos relatos
que se suelen escribir en los blog.
Y su relato comenzó así:
Una
mañana al levantarse de la cama se encontró con la sorpresa de que las piernas
parecían pesarles en demasía, se tomó un analgésico, pero al ver que su dolencia no mejoraba, aquel mismo día
visitó a su médico de cabecera; por suerte, le dijo que no había nada por qué alarmarse,
recetándole que hiciera más ejercicio.
Anna deambuló por todos los
gimnasios, pero ninguno se ajustaba a sus necesidades, entonces comenzó a hacer
pesquisas y, decidió solicitar a un centro municipal una plaza donde se impartían estas clases, especialmente
para mayores.
Después de mucho esperar y,
cuando lo tenía casi olvidado, una mañana suena el teléfono, para su sorpresa
había sido aceptada para comenzar su tan necesario ejercicio. Anna hizo un
receso en su relato, se tomó un sorbo de café respiró hondo, yo esperaba
impaciente.
Lo que me contó a continuación me
dejó sin palabras; aquel primer día que Anna acudió a las clases de aquel
gimnasio municipal, comenzó siendo algo insólito, hasta se podría decir
torticero, pues Anna se vio ultrajada y humillada por la conducta de un grupo
de las que se hacen llamar “señoras” mi amiga se avergonzó de estar allí, pues
ni siquiera le pudo poner un calificativo a aquella conducta de unas cuantas,
que se sumaron a una que se decía llamar portavoz de una élite que ella llamó
docencia.
Aquella situación parecía estar
sacada de una comedia de opereta, pues no faltaba la primera actriz con su
comparsa, tanto que llegó a pensar que no podía ser verdad lo que le estaba
pasando, pues se vio como si estuviera siendo atacada por una pandilla de
gamberros en una solitaria callejuela.
La miraban como una intrusa. Pues
el primer día, en vez de ser recibida con un saludo cortés, la denominada
abanderada de esta innecesaria contienda, le preguntó:
Tú eres nueva ¿Verdad? A la cual
Anna contestó, sí, es la primera vez que vengo.
Tú no eres maestra ¿Verdad? No,
contestó Anna, ¿acaso debía serlo?
La líder con voz de saberse con
todos los derechos a hablar –dijo--¿Pues qué haces aquí?
La monitora, para salvar la
situación que se estaba poniendo insostenible---pues el resto de las alumnas se
mantenían calladas---le presentó la documentación de Anna en la cual decía que
había sido admitida. En esos momentos toda la camarilla parecían buitres a
punto de devorarla.
Durante la clase, todas aquellas
“señoras” que decían dedicarse a la docencia, le hicieron tal vacío, que
aquella mañana si no hubiera sido porque Anna dominó su carácter, se hubiera
echado a llorar.
Al día siguiente, de nuevo Anna
entra en la clase, la situación volvió a repetirse pero, con una salvedad que ésta
por llamarlas de alguna manera pandilla de indocumentadas se fueron por su
cuenta y riesgo a averiguar porqué Anna había sido admitida sin ellas tener
conocimiento de ello pues, según voceaban, había muchas amigas suyas maestras
esperando para ser admitidas, pero sólo
por el mero hecho de ser maestras.
La situación iba empeorando, la líder parecía haber
perdido la dignidad llegando a tratarla con tan poco respeto como se trata a
una impostora.
Parte de aquel grupo, dándose
cuenta de que esa actitud no era normal se alejaron de la líder.
Con este relato sólo quiero dar
testimonio de que mi amiga Anna, sólo quería hacer ejercicio, no robar a nadie
un puesto que le fue otorgado por solicitud.
Y, así fue, como me lo contaron
lo cuento, por lo tanto, pongo en conocimiento de que estos comportamientos no
se deben permitir en una democracia, y mucho menos practicar esas conductas
dictatoriales contra un ser humano.
Lo único que satisfizo a Anna, es
que al menos estas llamadas “maestras” ya se encuentran jubiladas, y nuestros
nietos no las tendrán como ejemplo, pues gentes cómo estas estropean el futuro de
España.
Menos mal que esta clase de gente
son una milésima parte de esta digna profesión que siempre fue respetada, aun a
pesar de que de vez en cuando les salga una mácula. Pero esas máculas hay que
limpiarlas de raíz.
La realidad de nuevo superó a la
ficción.
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