Anna residía en Cáceres, su edad
era, se podía decir indefinida, pues no aparentaba más de veintitantos años:
Una mañana, recibe una carta que
le sorprende al leer el nombre del remitente que le era totalmente desconocido
para ella, había sido enviada desde Moscú, la remitente era una mujer llamada
Natacha.
Anna rasga el sobre con
curiosidad y, comenzó a leer la misiva.
Querida Anna:
No sabes cuánto me ha alegrado la
noticia de saber que me vas a visitar en breve, te mostraré todo lo que te
pueda interesar de Moscú. Pero debo decirte que desde que nos vimos aquella
noche de ferias en una caseta cacereña que, por cierto bebimos hasta perder el
equilibrio, confieso, que no tenía ni idea de que te acordaras de mí; a lo que
se refiere a la capital moscovita, en todo caso me siento complacida de ser tu
anfitriona, creo que hay demasiadas cosas en este país que “quizás” tu
desconozcas.
Con mis mejores deseos, que
tengas un feliz y agradable viaje.
Con afecto.
Natacha.
Anna perpleja lee y relee aquella carta totalmente incrédula,
las señas no estaban equivocadas, el nombre era correcto, la dirección escrita
correctamente.
En unos momentos sin razón
aparente Anna se olvida de la carta, tirándola a la papelera que tenía bajo la
mesa de su escritorio.
Al día siguiente y mientras
tomaba su segundo desayuno con una compañera de trabajo (por hablar de algo) le
comenta la carta extraña que había recibido desde Moscú.
Su compañera de trabajo—le
dice—acaso no conoces a la remitente.
No, para nada, pero la verdad no
siento inquietud, pues parece que está
escrita en tono de amistad.
¿De veras no tienes idea de quién
pueda ser?
No, por esa razón me parece
extraña.
Cuando a las cuatro de la tarde
llega Anna a su apartamento, abre el buzón como tenía por costumbre, y de nuevo
fue sorprendida con otra carta que era de la misma remitente, al entrar en su
apartamento, la deja encima del mueble de la entrada olvidándola.
Después de prepararse una taza de
café, coge de nuevo la carta, en esos momentos, no pudo descifrar los
sentimientos que le produjo el tenerla en sus manos, tal vez sintió indignación
por saberse implicada en algo que no tenía ni idea, pero también sintió
curiosidad por saber qué era lo que guardaba aquella invitación que tan
cordialmente le hacía una desconocida moscovita.
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