Querida Anna:
Solo unas letras más para
decirte que es un honor para mí y mi
familia el que por fín hayas decidido
Viajar a esta mi país precisamente en el mes de
Agosto; creo que has elegido bien, pues en invierno es casi imposible transitar
por la acumulación de nieve que hay en las calles añadiéndole el frio intenso,
también por esa fecha hay otro inconveniente que hay que sumar el intenso
tráfico, aunque eso no te debe preocupar, pues disponemos de una extensa red de
metro que sin duda tendríamos que coger; de todas formas puedes venir cuando lo
creas conveniente.
Mis mejores deseos.
Quedo a ti disposición.
Natacha.
Anna con la carta en la mano tuvo
una negación de la realidad.
Se detuvo unos momentos en el
pasillo antes de entrar en su pequeño estudio, en un impulso, de dos zancadas
se puso ante su mesa de trabajo, y se dispuso a buscar la primera carta que
había recibido el día antes, pero no la encuentra, desolada no recuerda haberla
tirado a la papelera, la mira, se encontraba vacía.
Aquella noche le invadió una
terrible inquietud no pudiendo pegar ojo en toda la noche, en el insomnio en su
cabeza empezó a cernir una gran
incertidumbre que le hacía de imán incitándola a aceptar aquella insólita invitación.
Por la mañana se encontraba extenuada
ante el insomnio sufrido, se levanta de la cama, y al poner el pie en el suelo
siente que se encuentra débil de cuerpo y alma, y empezó a dudar de todo lo que
le rodeaba, achacando todo su mal a aquellas dos cartas que había recibido;
algo le pasó, que de repente sintió que
con precipitación era conducida hacia un purgatorio desde donde se podía ver el
infierno.
Anna se horroriza ante los
recuerdos de uno de los pasajes de la novela de La Divina Comedia, ¿estaría
acercándose al infierno? Pero en esta
travesía no tenía a nadie que le acompañara, ella no era Dante, ni tampoco
Virgilio, porqué ella, precisamente ella, caminaba por laderas escalonadas y
redondas atravesando el purgatorio.
Sin apenas saber qué era lo que
hacía decidió averiguar quién le había escrito aquellas misivas que habían
desconcertado su vida, pues se veía atrapada por un ente invisible.
Poco después se encontró
conduciendo su pequeño utilitario hacia el aeropuerto de Adolfo Suarez para
embarcar rumbo a Moscú.
No supo cómo pero de repente se
encontró en una gran plaza donde los carros se amontonaban, para vender las
mercancías que llegaban de los campos los labradores, eran sacos de heno, verduras, animales en venta,
todo cabía en aquella enorme plaza.
¿Pero qué era todo aquello?
Cuando Anna miraba desorientada
aquel entorno, una garganta profunda , invisible—le dijo—yo soy una sombra que
te sigue, Anna se quedó casi sin aliento, entonces, y sin pensarlo comenzó a
correr desesperadamente, aquella plaza…..no podía ser, no se parecía en nada a
la plaza Roja, que ella había visto en muchas publicaciones donde se hablaba de
Moscú, Anna recuerda el sinónimo en ruso
quiere decir , “bella” pero allí no se veía ninguna belleza, solo desolación y
gritos de desesperación.
En la cabeza de Anna empezó a
bullir como en una hoya a presión episodios pasados que creyó que no le eran
ajenos. Recuerda mientras corría hacia la nada, que todo aquello que estaba
viviendo transcurrió en los siglos XVIII, Y XIX, en el que el hombre pudo al
fin abrir su mente a las nuevas tecnologías,
mecanización, y un conjunto de inventos
científicos de unos cuantos ingenieros, entre ellos se encontraba un español
llamado Agustín de Betancourt que creó
máquinas increíbles, viajó por muchos países para importar su reciente
tecnología, terminando sus días en Rusia, al ser requerido por el Zar Pedro I.
Requerido por el Zar para que lo
acompañara al litoral del golfo de Finlandia, el Zar le propuso a Betancourt,
apenas llegar, que deseaba allí mismo en una pequeña isla en la desembocadura
del río Neva, fundar una nueva ciudad que sería la nueva capital de Moscú y que
le pondría por nombre San Petersburgo, el zar le propuso a Betancourt que fuera
el arquitecto de si magno capricho, pues
odiaba con todas sus fuerzas Moscú.
Pero aquella región tenía un
grave inconveniente, era pantanosa y de clima insalubre. Cuando comenzaron las
obras, Agustín de Betancourt aun a pesar de los enormes sacrificios de hombres que morían cada día,
llegando a reclutar a la fuerza a
campesinos y a obreros reclutados por todo el imperio ruso. Cuando se terminó
la ciudad muy similar a la de Ámsterdam, pues así era el deseo del Zar.
Anna seguía corriendo sin
entender que le estaba pasando sus pies se movían inseguros al pisar los
troncos flotantes que constituían la cimentación de una ciudad que clamaba
justicia para sus muertos. El barrizal se convirtió en una ciénaga
intransitable, pero Anna no podía echar marcha atrás, las casas de madera
flotaban hacia el mar, uno de los troncos era llevado a gran velocidad por la
corriente, en él llevaba cadáveres adheridos de lapas como circulan las ballenas por el mar.
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