En el cielo una nube lenticular
de geometría perfecta, indicaba un
inminente vendaval.
Dentro de una vieja mansión de
campo, se oían voces discordantes: No consiento que me eches la culpa de que
todo haya salido al revés de lo que tú y tu madre teníais planeado, al fin y al
cabo fue tu madre, ella la que te incitó a que cometieras este reprochable
acto, que pesándolo mejor no deja de ser una auténtica barbaridad, todo fue
injusto, sí, yo no estuve nunca de acuerdo con lo que pensabais hacer, y me vi
comprometida a dejarle las llaves de mi coche para que tu descerebrada madre se pudiera alejar de aquí hasta que se
aclaren los hechos.
Justo en ese momento en que se encontraban
discutiendo por lo acontecido unas horas
antes en uno de los salones de la mansión; una voz tras ellos sonó como un
bombazo que retumbó en sus oídos como una declaración de guerra.
Tras ellos se encontraba Juan con
una rodilla ensangrentada, y cojeaba
apoyado con dificultad en una vara de olivo, que no restó para nada su
imponente altura a pesar de encontrarse
encorvado a causa del dolor que sentía y, que hizo con tan solo su presencia
temblar al matrimonio.
¿Me estabais esperando?
El esposo de Anna dio un respingo
al mismo que tiempo que mascullaba entre dientes algo que era ininteligible.
Juan con voz potente –dijo--¿De qué demonios estabais hablado no te he entendido?
O ¿Es que no te funciona la lengua al igual que tu cerebro?
Anna y su esposo temblaron, Juan
con su rudeza aparente podía ser capaz
de hacerles algo mucho peor de lo que había intentado hacerle su madre a él, y
sentándose en uno de los sillones se quitó las botas con dificultad.
Jacinto el esposo de Anna e hijastro de Juan, ve aterrado cómo Juan,
sacaba una pequeña daga que escondía en el bolsillo interior de la chaqueta con lo que desveló una cascada de billetes
que se precipitó a sus pies, mientras los obsequiaba con una sonrisa llena de
ironía.
¿Qué os parece? Esta simpleza la
llevaba tu madre en un ridículo bolso de mercadillo, y que yo, un aparentemente
muerto se lo arrebaté.
A lo largo de las paredes de
aquel salón de principio del siglo XVIII, colgaban cuadros de muchas épocas
entre ellos, imitaciones casi perfectas de
pintores modernistas como de Picasso y del surrealista Dalí. Juan sonríe al mirar aquellos
cuadros, pero, donde estaban las tablas que se encontraban encima de la
chimenea que representaban imágenes bíblicas y apocalípticas, que contrastaban
visiblemente por su luminosidad a lo que en realidad representaban, al ser pintados al estilo Naif.
Entonces, recuerda que minutos
antes de tomar como hacía habitualmente un té con un bizcocho dorado, que no
terminó de ingerir porque le llamó la atención ver cómo salía su esposa
precipitadamente de la mansión con dos
cilindros bajo el brazo y, que se metía en su coche desapareciendo velozmente
enfilando la vereda que conduce atrochando al aeropuerto, se toca la rodilla,
le dolía demasiado. ¿Acaso sabéis dónde se encuentra vuestra madre? Sí, esa
mujer desdentada, desdentada, hasta que yo le pagué una dentadura nueva con la
venta de uno de los cuadros que perteneció a esta familia desde hace muchas
generaciones y, que ella decía odiar,
esa mujer, que un día me engañó haciéndose pasar por una buena mujer, y que
hace unos momentos quiso quitarme la vida, Juan al ver sus caras de asombro
¿Tanto os asusta el saber que estoy vivo?
A pesar de la fortaleza que Juan
demostraba, comenzó a notar que por momentos podía derrumbarse, pues sentía una especie de vértigo, era como si estuviera
deslizándose hacia una profunda fosa de la que no había salida.
Los ojos de Anna al notar que
flaqueaba, se hincharon como dos globos a punto de explotar por la ira. Juan
abrió los suyos con dificultad, y entonces supo que aquella partida la tenía
perdida, pues frente a él se encontraba el hijo de su esposa desafiante y,
dispuesto a todo por quedarse con su patrimonio, mientras Anna al otro extremo
del salón vigilaba los movimientos de su esposo, y cuando Juan estuvo a punto
de desplomarse, cambió de repente la
escena que se auguraba podía
desarrollarse y, que no parecía predecir nada halagüeño para Juan, al tener
tintes de acabar en tragedia.
Pero aquella casa, sólo la
conocía Juan por ser miembro en tercera generación de los dueños de aquella
mansión, por lo tanto y a pesar de su aturdimiento, supo que algo trágico podía
pasar, porque aquella casa siempre estuvo poblada de extrañas presencias y
emociones que a veces parecían surgir
del mismísimo infierno, Juan se encontraba difuso, inconexo, para él era como
volver a revivir su niñez como cuando vivía con su familia en aquella mansión,
donde siempre supo que ningún miembro de la familia quería vivir en ella , pero,
por alguna razón poderosa se vieron
abocados, tal vez empujados por un
sentimiento inconcebible haciendo a todas
las generaciones permanecieran en ella hasta que morían.
Todo parecía encontrarse a favor
de Anna y su esposo, cuando algo inesperado les desbarató sus planes
preconcebidos, pues un siseo, proveniente de la embocadura de la chimenea les alertó, cuando volvieron la cabeza
horrorizados pudieron ver que de ella salió un manojo de serpientes tan grandes
que se aterrorizaron, estas se
encontraban unidas entre ellas por un
nudo que les hacía moverse frenéticamente al sentirse aprisionadas, con sus silbidos atronaban sus
oídos, al intentar deshacerse de aquella ligadura, en uno de los coletazos de
una de ellas hizo caer al suelo el cuadro de Dalí que se hallaba colgado en la
pared, en los ojos de aquella pintura
pudo apreciar Anna que los miraba llenos
de odio y, espantada reconoció que aquellos ojos eran los de la madre de su esposo, Juan seguía
inconsciente, mientras Anna y su esposo intentaban salir por la ventana que se
encontraba atascada, mientras las serpientes libres de sus ligaduras pululaban
a sus anchas por el salón.
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