Como
cada mañana y asida fuertemente por la mano de mi hermana Tini, a la salida de
la calle de Caleros, subíamos a toda prisa la calle Hornillos estrecha y
empinada, a veces hasta cansina, siendo el preludio de muchas más cuestas por
subir hasta llegar a nuestro destino en los aledaños de la plaza de San Mateo,
mis piernas eran ágiles como plumas de un Águila, pues sabían sin que ellas
fueran consciente de ello que se iban a adentrar como cada día en un mundo
mágico y con ello volver a exasperar a mi hermana al no poder seguir mi ritmo,
también pasábamos como una exhalación
por el arco del Socorro, que para mi era algo peculiar—desconozco la razón--
también me llamaba especialmente la
atención al pasar por la calle Tiendas el palacio de Carvajal, siendo uno de los
muchos tesoros artístico que encierra esta especial ciudad.
Recuerdo que en primavera siempre había
alguien asomado al balcón de este palacio, un balcón muy singular, que a mí se
me antojaba que un dragón le había dado un mordisco, rompiendo con su fuerte
dentadura la elegancia armónica los muros de la edificación y, que al mismo
tiempo y sin quizás pensarlo este dragón, con su travesura quedó para la
posteridad un extraordinario balcón esquinado.
Eran
cosas mías.
Mi
hermana cansada de que tirara de ella por aquel desigual pavimento empedrado, a
veces me dejaba ir, mientras ella se unía a otras niñas de su misma edad, yo
mientras tanto, corría hacia un ventanuco que se encontraba un lateral del
palacio de Mayoralgo-- Cuya fachada doy gracias hoy de que se encuentre
intacta-- por aquel ventanuco se podía
ver parte de los despojos de esa casa señorial donde un fatídico día y a
consecuencia de una disparatada guerra sin sentido, lo hirió de muerte.
Mi
imaginación ante aquello que parecía un desaguisado, se desbordaba a pesar de
no haberlo vivido, pero me imaginaba que
podía haber sido una estancia donde posiblemente niños como yo jugaban cada día;
un día entré por la puerta principal que se encontraba entre-abierta y vi qué,
al igual a los demás palacios también poseía
un patio de columnas y el tradicional pozo en el centro, entonces me
sorprendió que en una de las esquinas
del patio hubiera un busto que inmediatamente pensé que se había librado de la destrucción, quizás por
encontrarse unos metros alejado de aquel desatinado bombardeo, pero luego pensé.
¿Por qué aquel busto no tenía cabeza?
Esto
era mi hacer diario, que creo que con mi conducta indisciplinada exasperaba cada
vez más a mi hermana, que me propinaba de vez en cuando un soberbio tirón de
brazo para que la siguiera, de nuevo las dos nos encontrábamos subiendo otra
cuesta, la de la calle Manga, ya casi sin resuello, porque aquí nuestras prisas se atenuaban al final de
la calle, siendo el lugar más divertido del itinerario colegial, pues había un
nexo en que los estudiantes se unían para después tomar la deriva a cada uno de su centro escolar, era
la confluencia de cuatro calles, en las cuales se configuraba cada día, un
digamos, tumulto infantil que alegraban el lugar con su normal algarabía, entre
los colegios que se hallaban cerca de aquella esquina se encontraban, Cristo
Rey, Corazón de Jesús, sito en la plaza de los Pereros frente al palacio
llamado de la Generala, siguiendo de frente y, junto a la Iglesia de la
Preciosa Sangre de los Jesuitas, adosado a ella y en la cuesta de la Amargura
dentro de la Plaza de San Jorge se encontraba el Instituto de Bachillerato. Creo
que había algún que otro centro de enseñanza más, pues yo era pequeña y, aquel era un tramo tan
transitado a las horas de entrada y salidas que no recuerdo el nombre de otros centros
docentes.
Pero si recuerdo que era un tramo muy divertido.
A
veces y en nuestro caminar mi curiosidad hacía que me asomara a la puerta de un
palacio llamado El Mono, situado justo en medio de esta confluencia juvenil, pues su esquina rompe
con suavidad la cuesta de Aldana, una
tarde ya me encontraba con el pie en la puerta de este palacio me encontraba
dispuesta a entrar, cuando mi atrevimiento
se frustró al ver la cara de mi hermana que se encontraba demasiado contrariada
conmigo, yo pensé que era por tener que aguantarme
día tras día, pero podía mucho más mi curiosidad y seguí mirando, haciendo este
gesto cuando tenía a mi alcance el mirar cualquier zaguán que tuviera sus
puertas abiertas y, pensé, algún día
vendré sola y espiaré lo que hay dentro.
Y
así fue y, no hace muchos días entré con un grupo turístico como oyente donde
un historiador, hablaba sobre el solar del palacio del Mono, dando su clase de
historia. El patio era diferente a lo que me había imaginado, creo que me
impresionó su pétrea austeridad, en la barandilla de las escaleras, como remate
del pasamano, se encontraba un mono encaramado y atado a un cordel, la mirada
de aquel primate me sobrecogió, más tarde supe la historia de los moradores de
aquella casa, que me hizo suponer debió ser aterradora.
Pero ese detalle lo dejo para los guías, que
saben hacer bien su trabajo.
A
la salida, de este palacio, me puse frente a él para mirar mejor la fachada,
ante mis ojos atónitos, pude apreciar unas esperpénticas gárgolas que penden
del tejado amenazadoras, agudizo la vista, una de ellas representaba a una
mujer doliente, no me gusta, --pensé-- no deseo volver a mirar, pero como
siempre la curiosidad de nuevo me domina y descubro que, también están
representados en diferentes gárgolas un anciano y un joven, y entonces supuse
que podían ser los personajes que protagonizaron la historia que encerraba esta casona, y
supuse que la historia tenía tintes de haber sido tétrica y oscura, tanto que se
me antojaba pudiera haber sido semejante a la mirada de aquel primate que desde
su sitio privilegiado parece aún seguir
vigilando al intruso que osa entrar en la casa y, como era de esperar
presidiendo la fachada se encuentra el escudo familiar flanqueado por dos
leones.
Vuelvo
a mis vivencias, paso la calle de los Condes, que parece presidir la calle su amplia
fachada de casa fortaleza llamada de los Golfines de Arriba, la dejo a un lado,
ni siquiera la miro, porque temo que
vuelva a llegar otro día tarde al colegio y la hermana portera, que la
tenía mosqueada con mis retrasos, podía llamar a mi madre para que me echase
una buena reprimenda.
Ya
soy una mujer adulta y, de nuevo me encuentro como otras tantas veces parada en
una esquina de la calle ancha, frente a mí, el palacio del Comendador de
Alcuescar, impresionante fortaleza.
Aquí voy a hacer un inciso.
Esto, que cuento, pasó cuando en uno de mis
juegos junto con mis amigas de colegio,
nos entramos en los palacios para jugar al escondite, aquella tarde, nos
colamos en el palacio del Comendador de Alcuercar muy decididas, entramos, a la izquierda del zaguán se encontraban las
escaleras con su balaustrada de piedra, encontrándonos en la casi penumbra,
frente el patio señorial, que con sus enormes macetas restaban claridad a las
escaleras, pero ese detalle nos pareció en esos momentos que era perfecto para
nuestros juegos haciéndolos más misteriosos, en el fondo de las escaleras y en
una de sus esquinas, se encontraba una lustrosa armadura de tamaño natural que
tapaba la cabeza con un yelmo, dando la
sensación de que no quería que le viésemos la cara; yo que parecía ser la más osada del
grupo, me puse tras la armadura para esconderme, pero una voz como un trueno, hizo que todas mis amigas de
juegos salieran corriendo menos yo, pues una de las cintas de mis trenzas se
enganchó en algún saliente de la armadura, fue tan fuerte el impacto que sintió
mi corazón que me quedé petrificada, pues creí que aquel guerrero me había
atrapado con garras de acero, el guarda
de la casa me liberó; no volviendo a entrar hasta que este colosal palacio se
convirtió en un elegante Parador Nacional.
Sigo
caminando, como dispongo de tiempo libre mis pasos son lentos cuando enfilo la
calle Ancha, indolente ante mis evocaciones, apoyo mi espalda en la pared bajo
la luz mortecina de un farol de esta ciudad que sin dudas para mí, sigue siendo
fascinante, al momento, pues sentí en mi espalda un hormigueo, doy un paso
hacia delante pero mi cuerpo sigue
pegado a la pared, y de pronto siento que traspaso la dura piedra y entonces
comienzo a notar cómo en mi cabeza
empezaban a bullir algo sobre aquellas querellas que eran propiciadas por las
intrigas de aquellos moradores, que, ante mí asombro se fueron convirtiendo en
un murmullo donde pude escuchar voces de
tiempos remotos, yo, en esos momentos creí estar contemplando la actuación de un mago que se recrea en sacar
a la luz las vidas de personajes
pertenecientes a la ficción. Entonces saque la conclusión de que tal vez, aquellas voces discordantes
podían ser la consecuencia de las disputas que frecuentemente mantenían los vecinos por conseguir el dominio absoluto de este
territorio, llegando incluso a matarse por tan solo… quizás para con ello disipar sus miedos y manías de creer que le podían arrebatar su
Mayorazgo.
De repente alguien me
habla, pero no tengo nadie a mí alrededor, pero aquella voz insiste, pase Huesa
merced, yo no podía entrar por aquella puerta, tampoco era una merced, miro
extrañada a mi alrededor, no conocía a nadie, pero, al mirar de frente pude
apreciar que una mujer de aspecto regio me miraba desde el fondo de un salón de
paredes enteladas y piso alfombrado que hacían 

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