Anna había llegado
a sus treinta años a vivir un momento dulce culminado al completar su vida cómo
diseñadora de joyas. Aquella mañana, se levantó de la cama con una alegría que
sobrepasaba su carácter de chica seria y reflexiva. Después del desayuno se
dirige a una de las joyerías más prestigiosas de Madrid donde desde hacía poco
tiempo era colaboradora en diseños de
vanguardias que allí se venden.
Al entrar en
la tiendo se sorprende al no ver a la dependienta tras el mostrador, con paso
seguro se dirige a la trastienda, pero, en esta ocasión no llama a la
dependienta cómo tenía por costumbre para que ésta avisara al joyero, cuando ésta no se
encontraba en su puesto; antes de llamar y asir el pomo de la puerta del
despacho para empujarla, se sorprendió ver al joyero, a través de la
rendija de la puerta al encontrarse ésta
entre abierta, vio sorprendida que el joyero se encontraba sentado
tras su mesa en posición de alerta con las dos manos encima de la mesa, que al
verla, le hizo un gesto extraño con los ojos cuando los clavó en ella, Anna, en
esos momentos intuye de que algo no va bien, duda si entrar, mira hacia atrás ¿Pero dónde se encontraba la dependienta? pero
su asombro fue cuando vio que alguien tenía en sus manos un tubo plateado que
parecía apuntar hacia la mesa donde se encontraba sentado el dueño del
establecimiento.
Anna entonces
se da cuenta de la situación, y, da un paso atrás con todo el sigilo que
permite un estado extremo de excitación, su zapato de tacón choca con la peana
de una preciosa lámpara de bronce que se hallaba expuesta justo al lado de la puerta del
despacho, el ruido se hizo tan perceptible para los que se encontraban dentro
del despacho, que se desató la alarma haciéndoles salir precipitadamente tras el autor del
ruido, para saber de quien se trataba,
pero Anna fue mucho más rápida, pues en unos segundos salió a la
calle, mezclándose entre los viandantes que abarrotaban la céntrica calle.
Llega a su
casa, presa del pánico no acertaba pensar en lo que acababa de vivir. No se
atreve a ir a la policía, tampoco sabía nada de los negocios de su jefe, y
entonces decidió esperar hasta saber
algo en las noticias de las dos.
¿Qué podía haber pasado?
Se sienta ante
el transistor que trasmitía en esos momentos una tertulia de esas que sólo
hablan de tonterías que no van a ninguna parte, decide apagar la radio, pero su
ánimo se encontraba tan excitado que parecía oponerse a todo lo que pudiera
pensar en esos momentos al encontrarse inmersa en la idea de que aquella situación
que estaba viviendo era como si de repente su vida se hubiera convertido en un
ferrocarril en marcha y sin dirección, a punto de chocar con otro tren de mayor
potencia, este pensamiento no le dejaba reaccionar ni ver claro cómo debía
solucionar el problema, haciéndole creer que esta situación podía acarrearle
quizás consecuencias impredecibles para ella, todos estos nefastos pensamientos
le impedía que viera la realidad. Dudando si esperar hasta que llegara la hora en que
emitieran las noticias, le consumía
la ansiedad, poco después sobresaltada escucha un adelanto en las noticias, en
la cabecera destacaba el suceso de un atraco a una joyería dónde el joyero propietario
había sido asesinado en su despacho, también se buscaba el
paradero de la dependienta que al encontrarse desaparecida sin lugar a dudas
podía ser otra víctima.
Al joyero lo habían encontrado muerto sentado
ante la mesa de su despacho, el cuerpo tenía signo de haber sido sometido a
tortura.
Anna aunque esperaba
que la noticia no fuera muy halagúeña, si
esperaba que pudiera haber sido un atraco sin mayores consecuencias, pero esto
era totalmente diferente, un gemido de impotencia salió de su garganta, aquel
asesinato podía ponerla a ella también en peligro, pues en esos momentos al
estar citada con el joyero, éste debía tener sus bocetos encima de la mesa
firmados por ella.
Anna se
encuentra en un estado de excitación tal, que llegó a pensar que si el
atracador la había visto y podía ir tras ella, con intención de matarla al ser un
posible testigo.
Poco después,
llaman a su puerta de su apartamento, tarda en abrir se encontraba presa de
pánico, una voz autoritaria-- dice-- sabemos que estás ahí, abre la puerta o
estaremos obligados a tirarla, somos de la policía, mientras uno de ellos
enseña su placa de identificación, minutos después Anna abre la puerta.
Al flanquearles la puerta, nunca se sintió tan
vulnerable, por su aspecto, parecía que había tenido un accidente de tráfico,
ya, en el salón los policías le hacen algunas preguntas, que, a Anna no le
parecieron coherentes, sobre todo por lo directamente escuetas que estaban
siendo formuladas, por unos instantes le parecieron contundentes a pesar
de presentarlas adornadas con un halo de solemnidad que a Anna no le satisfizo pues parecían dar a entender
que toda precaución era poca ante lo que tenían que comunicarle; el policía que
parecía llevar la iniciativa, vacila
ante la pregunta que tenía que formular, pero al mirarla a los ojos, sólo pudo
decirle que se habían encontrado indicios de que ella había estado en el lugar
del crimen.
Poco después
se encontraba en la comisaría, el comisario al verla entrar, la mira con una
seriedad que rayaba a la tragedia. La invita a tomar asiento, después de unos
segundos que a Anna le parecieron eternos, el comisario le pregunta
directamente ¿Vio algo o a alguien cuando se encontraba dentro de la joyería?
Anna con los nervios a flor de piel narra lo sucedido. De nuevo el comisario
calla, y cuando abre la boca --le dice—que suerte tuvo usted al no a entrar en
ese despacho. Ella no sabe que a pesar de encontrarse presa de su aturdimiento, presentía que lo que estaba pasando en aquella comisaría no
era precisamente el resultado de su ofuscación, era porque no entendía nada de lo que decían
aquellos policías.
¿Pero, quién
les dijo a los policías que ella no llegó a entrar en aquel despacho?
Anna se alarma ante esta reflexión, y pone
cara de perplejidad al mirar al comisario, pero el comisario al comprobar su actitud comprendió que Anna empezaba
a dudar entonces --le dice-- no se preocupe, tenemos en nuestro poder una cinta que se
encontraba oculta en un cajón, en la cual está gravado todo lo que ocurrió
aquel día en ese despacho.
Por el cual
sabemos que mientras estaba siendo sometido a tortura, el joyero dijo su
nombre. Anna abrió los ojos ¿LLevaba usted en su cartera alguna joya que fuera
a entregar al joyero? La reacción de Anna fue un estremecimiento. No se inquiete, aún no sabemos si fueron uno
o dos los atracadores, solo le preguntamos, porque cuando llegamos pudimos ver
encima de la mesa una ficha con todos sus datos y la hora en la que iba a ser
recibida por el joyero para que le entregara su última creación, por lo tanto
pensamos que pudiera llevar consigo alguna joya ya realizada de esas que
suele hacer usted. Anna temblaba, pero
aún no era consciente de que aquello podía tener algún sentido.
El comisario de
repente le dice, hasta no averiguar lo sucedido debe usted desaparecer de
España, al tratarse de un caso extraño, al tratarse de que en el atraco no se llevaran
ninguna de las valiosas joyas allí
expuestas.
Antes de salir
de la comisaría, el comisario le vuelve a sugerir que debía irse lo más lejos
posible de España, ahora la mirada del comisario pareció cambiar para decir con voz
indulgente, yo me atrevería sugerirle
que hiciera un viaje a Asia, mis hombres le pueden escoltar hasta que salga de
Madrid, la comisaría ya se ha permitido sacarle
un pasaje para mañana. Debe saber que tiene que hacer escala en el
aeropuerto de Ataturk de Estambul, una vez allí, tomará el vuelo que le llevará
a Kuala Lumpur. Anna lo mira perpleja, el comisario al verla tan perdida le
anima, sólo será una temporada hasta que
se aclare todo. Anna contesta, pero, y mi vida, mi trabajo. El comisario con
una voz que parecía decir, esto es lo que hay, le guste o no le guste tiene que
aceptarlo, (Pero solo dijo) por ahora, es lo que hay, necesitamos vía libre para la investigación,
por lo tanto es importante que se crea que usted ha desaparecido.
No obstante
antes de salir de la comisaría el comisario le dio una advertencia, no podía
llamar a nadie por teléfono, ni mandar correos electrónicos, este gesto si lo
hace, puede llevarle a la muerte.
Al día
siguiente y sin despedirse de nadie sale inmediatamente de su apartamento, sin
apenas equipaje se dirige hacia el aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez,
para tomar el vuelo, que le haría hacer
escala en el aeropuerto de Atakurk en
Estambul. Una vez en Estambul, espera la
llamada de su vuelo. Se entretiene mirando las exóticas tiendas del aeropuerto
turco.
Mientras su
estancia en el aeropuerto de Estambul, empezó a pensar cómo iba a ser su vida desde el momento que
llegara a su destino, parada ante una tienda de ropa, pudo ver en el reflejo
del escaparate una cara que parecía mirarla con
insistencia, camina unos pasos, intenta tranquilizarse, ella era rubia
de ojos azules, seguro que si la miraba era por resultarle exótica.
Sube al avión,
al otro lado de su asiento, una mujer morena y de mediana edad, rechoncha que apoyaba sus brazos en sus enormes pechos, parece mirarla insistentemente. Una
azafata le ofrece un kiosco de Internet, la azafata la mira extrañada al
rechazarle el servicio, no obstante le informa de que puede mandar desde el
aire todos los correos electrónicos a cualquier país que deseara. Anna estuvo a punto de sucumbir a la tentación y
aceptar esa proposición, se encontraba sola, perdida, entonces recordó lo que
le dijo el comisario, que no debía ponerse en contacto con nadie, porque era
necesario no ser descubierta.


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