Yo, un cacereño, poseído por mi locura y empeñado en explorar
lugares místicos y milenarios, acababa de descubrir la misteriosa cuidad
perdida de la que había oído hablar durante mis viajes por Oriente.
Mi estupor se volvió en regocijo al adentrarme por aquellas
calles que parecían dormir el sueño de la eternidad. De repente aparecieron
inexplicablemente ante nosotros cinco nabateos que nos detuvieron, haciéndonos
pasar dos días con sus noches en un lúgubre calabozo, cuando llegaba el cuarto día de nuestro encierro y haciendo un
calor insoportable, alguien se acercó al ventanuco de nuestro calabozo,
yo, al verlo me asusté pues su altura
parecía considerable, entonces pude oír que nos hablaba con voz queda, esa voz extraña y casi apagada pertenecía
a un hombre que solo se podía apreciar su perfil pues tuve que imaginar una silueta
incorpórea, mi guía y yo, nos separamos del ventanuco aterrados y, sin
articular palabras aquel personaje nos ofreció gentilmente las llaves del
calabozo invitándonos a que saliéramos de aquel lugar, en la huida mi corazón
se desbocó, entonces sentí como mi cuerpo se mojaba con un sudor frío, extraño.
Una vez en la calle buscamos con desesperación unos camellos
para poder alejarnos de allí, pero alguien de nuevo y con sigilo se acercaba a nosotros… sus facciones eran duras sus ojos nos miraban con fijeza eran como dos
rocas negruzcas en medio de un río caudaloso.
Una amarga sensación de impotencia me volvió a embargar mientras este individuo nos invitaba a seguirlo, asombrados y
temerosos, seguimos al hombre que nos condujo a una casa que se hallaba
escavada en la cima de una roca, hasta allí subimos escalando por una cuerda
preparada para el evento que se hallaba suspendida de un saliente rocoso, una
vez dentro de la casa nos contó una leyenda
que parecía contribuir a dar un
aura más mágica si era posible a aquella ciudad, desde lo alto pudimos admira cómo sus rocas
eran una mezcla de diversos colores, amarillos claros, blancos, rosa, y rojos
de distintas tonalidades que alternaban con azules, sin dudas una maravillosa
composición cromática que era ofrecida por la naturaleza.
Creí estar soñando era
demasiado maravilloso para ser real, pero sí que noté que en el ambiente se podía respirar algo difícil de explicar, era parecido a una sustancia etérea que podía llegar a tocarse pero no se podía ver.
Aquel nabateo después de ofrecernos asiento, nos contó que
había una tradición local la cual situaba a la ciudad cómo el paraje bíblico en
donde Moisés hizo brotar agua de una roca con su cayado, también nos aseguró
que ese milagro había sucedido en el angosto desfiladero por donde habíamos
pasado, la emoción me secó la garganta,.
De repente, un terrible rugido se apoderó de la ciudad,
mientras tanto el viento se volvió virulento levantando la arena dorada cegando
a unos jinetes que se hallaban junto a sus camellos, emprendiendo éstos una estampida; de
pronto, un siniestro movimiento sísmico hizo temblar la tierra.
En unos instantes el cielo se tornó negro, como una mancha de
tinta, mientras por el ventanuco de la casa donde nos encontrábamos comenzó a
filtrarse una intensa claridad cómo si fuera de otro mundo, era amarillenta y
fluctuante.
Desde fuera, una voz ronca como de ultratumba me llamaba
lastimosamente, yo tiemblo. De nuevo alguien desde fuera nos pide que le sigamos.
La roca donde se encontraba enclavada la casa, comenzó a
desmoronarse como si fuera una torre de
naipes, la arena poderosa se estaba haciendo dueña de la ciudad, parecía querer
engullirla, de pronto dejaron de oírse
los relinchos de los camellos, el dueño de la casa dónde estuvimos momentos
antes de que esta se desplomara la arrastró la montaña, de pronto nos encontrábamos en la plaza, aquel nabateo me miró con sus ojos negros y profundos cómo
si presagiara que algo me iba a pasar, yo me inquieté, al instante y ante mis
ojos su cuerpo se transformó en un enorme pájaro con plumaje negro, unas patas
donde destacaban grandes garras, que posándose en el alfeizar de una de las
ventanas que se encontraban esculpidas en la montaña, de
repente y en posición de volar y emitiendo gruñidos levantó el vuelo en solitario rozando con
sus alas las muchas tumbas que se hallaban escavadas en las rocas, que a su
paso, eran abiertas sus cavidades y por
ellas pudieron escapar del desastre las almas benditas que fueron las que siempre guardaron la ciudad.
Más tarde de nuevo volvió el silencio, allí, no quedaba nada
más que soledad…
En unos minutos la ciudad se quedó sin vida, tal vez dormida,
esperando quizás la llegada de un ángel bueno que con el toque de sus inmaculadas
alas los despertara.
Un halo de color blanco intenso salió de la tumba de Aarón (
hermano de Moisés), pues él era el que fue designado por Dios a ser el custodio de aquella ciudad por la que siempre veló con celo.
Yo ante tanto acontecimiento y adormecido por lo que había
vivido, quizás fuera mi destino, pues me quedé allí dormido entre las arenas coloreadas por la naturaleza esperando con ansiedad que
llegara el día del despertar de esta ciudad. La verdad ignoro dónde me
encuentro pues me invade un dulce sopor, pero eso no impide que espere con
impaciencia, porque ahora veo desde mi espíritu, quizás desde el más allá que
la leyenda se cumplió, y esta ciudad perdida, llena de una enigmática belleza al fin despertó de la mano de un
explorador, haciendo que se pudiera admirar su belleza, al ser descubierta por un amante de lo bello,
llamándola simplemente PETRA
FINAL


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