sábado, 8 de diciembre de 2018

El misterio del desierto

Yo, un cacereño, poseído por mi locura y empeñado en explorar lugares místicos y milenarios, acababa de descubrir la misteriosa cuidad perdida de la que había oído hablar durante mis viajes por Oriente.
Mi estupor se volvió en regocijo al adentrarme por aquellas calles que parecían dormir el sueño de la eternidad. De repente aparecieron inexplicablemente ante nosotros cinco nabateos que nos detuvieron, haciéndonos pasar dos días con sus noches en un lúgubre calabozo, cuando llegaba el cuarto día de nuestro encierro y haciendo un  calor insoportable, alguien se acercó al ventanuco de nuestro calabozo, yo, al  verlo me asusté pues su altura parecía considerable, entonces pude oír que nos hablaba con voz   queda, esa voz extraña y casi apagada pertenecía a un hombre que solo se podía apreciar su perfil pues tuve que imaginar una silueta incorpórea, mi guía y yo, nos separamos del ventanuco aterrados y, sin articular palabras aquel personaje nos ofreció gentilmente las llaves del calabozo invitándonos a que saliéramos de aquel lugar, en la huida mi corazón se desbocó, entonces sentí como mi cuerpo se mojaba con un sudor frío, extraño.
Una vez en la calle buscamos con desesperación unos camellos para poder alejarnos de allí, pero alguien de nuevo y con sigilo se acercaba a nosotros… sus facciones eran duras sus ojos nos miraban con fijeza eran como dos rocas negruzcas en medio de un río caudaloso.
Una amarga sensación de impotencia me volvió a embargar  mientras este individuo  nos invitaba a seguirlo, asombrados y temerosos, seguimos al hombre que nos condujo a una casa que se hallaba escavada en la cima de una roca, hasta allí subimos escalando por una cuerda preparada para el evento que se hallaba suspendida de un saliente rocoso, una vez dentro de la casa nos contó una leyenda  que parecía contribuir  a dar un aura más mágica si era posible a aquella ciudad,  desde lo alto pudimos admira cómo sus rocas eran una mezcla de diversos colores, amarillos claros, blancos, rosa, y rojos de distintas tonalidades que alternaban con azules, sin dudas una maravillosa composición cromática que era ofrecida por la naturaleza.
 Creí estar soñando era demasiado maravilloso para ser real, pero sí que noté que en el ambiente se podía respirar algo difícil de explicar, era parecido a una sustancia etérea que podía llegar a tocarse pero no se podía ver.
Aquel nabateo después de ofrecernos asiento, nos contó que había una tradición local la cual  situaba a la ciudad cómo el paraje bíblico en donde Moisés hizo brotar agua de una roca con su cayado, también nos aseguró que ese milagro había sucedido en el angosto desfiladero por donde habíamos pasado, la emoción me secó la garganta,.
De repente, un terrible rugido se apoderó de la ciudad, mientras tanto el viento se volvió virulento levantando la arena dorada cegando a unos jinetes que se hallaban junto a sus camellos, emprendiendo éstos una estampida; de pronto, un siniestro movimiento sísmico hizo temblar la tierra.
En unos instantes el cielo se tornó negro, como una mancha de tinta, mientras por el ventanuco de la casa donde nos encontrábamos comenzó a filtrarse una intensa claridad cómo si fuera de otro mundo, era amarillenta y fluctuante.
Desde fuera, una voz ronca como de ultratumba me llamaba lastimosamente, yo tiemblo. De nuevo alguien desde fuera nos pide que le sigamos.
La roca donde se encontraba enclavada la casa, comenzó a desmoronarse como si fuera una torre  de naipes, la arena poderosa se estaba haciendo dueña de la ciudad, parecía querer engullirla,  de pronto dejaron de oírse los relinchos de los camellos, el dueño de la casa dónde estuvimos momentos antes de que esta se desplomara la arrastró la montaña, de pronto nos encontrábamos  en la plaza, aquel nabateo  me miró con sus ojos negros y profundos cómo si presagiara que algo me iba a pasar, yo me inquieté, al instante y ante mis ojos su cuerpo se transformó en un enorme pájaro con plumaje negro, unas patas donde destacaban grandes garras, que posándose en el alfeizar de una de las ventanas que se encontraban esculpidas en la montaña, de repente y en posición de volar y emitiendo gruñidos levantó el vuelo en solitario rozando con sus alas las muchas tumbas que se hallaban escavadas en las rocas, que a su paso, eran abiertas sus  cavidades y por ellas  pudieron escapar del desastre las almas benditas que fueron las que siempre guardaron la ciudad.
Más tarde de nuevo volvió el silencio, allí, no quedaba nada más que soledad…
En unos minutos la ciudad se quedó sin vida, tal vez dormida, esperando quizás la llegada de un ángel bueno que con el toque de sus inmaculadas alas los despertara.
Un halo de color blanco intenso salió de la tumba de Aarón ( hermano de Moisés), pues él era el que fue designado por Dios  a ser el custodio de aquella ciudad por la  que siempre veló con celo.
Yo ante tanto acontecimiento y adormecido por lo que había vivido, quizás fuera mi destino, pues me quedé allí dormido  entre las arenas coloreadas  por la naturaleza esperando con ansiedad que llegara el día del despertar de esta ciudad. La verdad ignoro dónde me encuentro pues me invade un dulce sopor, pero eso no impide que espere con impaciencia, porque ahora veo desde mi espíritu, quizás desde el más allá que la leyenda se cumplió, y esta ciudad perdida, llena de una enigmática  belleza al fin despertó de la mano de un explorador, haciendo que se pudiera admirar su belleza,  al ser descubierta por un amante de lo bello, llamándola simplemente PETRA 

FINAL





  






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