Al despertar aquella mañana vi cómo un rayo de luz que
atravesaba las cortinas de la ventana de
mi alcoba, cuando miré el reloj éste señalaba las siete de la mañana, era un amanecer del otoño cacereño, que hizo
despertar en mi un montón de desenfrenadas ansias de vivir una aventura.
Desde aquel despertar
y después de mucho meditar, decidí embarcarme en aquel sueño que desde el despertar de aquel día y vi aquel rayo de luz entrar en mi alcoba, supe sin más que sería la aventura de “Mi vida”.
Un mes después, me adentraba en el corazón del desierto de
Siria vestido con ropas de árabe, la ruta que tracé desde Cáceres no pude llegar a realizar, pues tuve que desviarme por
seguridad, para seguir la ruta de las caravanas que atravesaban el
desierto de Sinaí, siempre, por supuesto acompañado por mi guía beduino,
mientras atravesábamos la arena ardiente del desierto, recordé el día en que lo
conocí. Cuando fui a contratarlo para que me guiara por el desierto, se encontraba
en una cabaña sentado encima de un camastro, el hombre parecía estar inmerso en
una pesadilla, pues se encontraba cabeceando, lo hacía repetidas veces parecía
querer convencerse de algo que le atormentaba, mientras su mirada la tenía fija
en algo inexistente, su quietud me hizo pensar que se encontraba cerca de la
muerte. Pero cuando le hable de atravesar el desierto montañoso de Wadi Araba,
el hombre pareció despertar de la pasividad que le embargaba.
Solo levanto su cabeza cuando oyó mi propuesta, su semblante
cambió tanto que hizo que brotara de sus arrugados labios una tenue sonrisa.
Inmerso en mis pensamientos y después de mucho caminar, por
casualidad llegamos a un lugar donde las arenas son de color rosa, éstas, rompían como olas de mar contra las montañas escarpadas haciendo
profundos desfiladeros en su corrido al
ser empujadas por el viento. El
espectáculo que ofrecía la naturaleza ante mis atónitos ojos me pareció
grandioso, mi beduino y guía parecía no darle importancia a lo que nos mostraba
la naturaleza y seguimos nuestra andadura, entonces nos dirigimos hacia un camino que resultó ser largo y
fatigoso, el calor se hacía cada minuto que pasaba más agobiante, pero me
tranquilizó al comprobar que el semblante de mi acompañante se encontraba
sereno a pesar de que yo sospechaba que empezaba a escasear el agua.
Casi al borde del agotamiento vimos un desfiladero, nos
adentramos en él, nos cobijamos bajo su sombra que me pareció benefactora a
pesar de encontrarse el suelo cubierto de una espesa vegetación, algunos
reptiles pasaban junto a mis pies ignorando nuestra presencia, el camino se presentaba angosto, pues parecía
juguetear serpenteando entre las altas y estrecha calleja aprisionada por las paredes verticales que configuraban las rocas, en ellas destacaba un bello color tornasolado. Mi corazón comenzó a
latir con fuerzas teniendo que beber agua para calmarlo.
Por aquel desfiladero anduvimos largo rato, era una senda tan
estrecha y profunda, que desde el suelo costaba ver el cielo, pues cuando
intentaba descubrir lo que se escondía tras aquellas altas paredes sólo
conseguía ver una hebra de hilo de un color azul intenso.
De repente, se interrumpió el silencio del desierto con un
murmullo de voces que iban acompañadas
de las fuertes pisadas de camellos que en su carrera hacían temblar la arena
cálida del suelo.
Parecían acercarse a donde nos encontrábamos, el espacio era tan
estrecho que parecía imposible que pudiéramos refugiarnos de aquel
tropel de camellos que parecían querer engullirnos. El guía ante esta situación
parecía mudo, pero por la expresión de su cara pude apreciar cómo en su
interior se mezclaba la agitación y el
terror. De pronto cómo si fueran fantasmas aparecieron tras uno de los recodos
del camino, eran cinco jinetes que
galopaban con desenfreno, entonces supe que todo lo que estaba viendo y
viviendo no era un sueño si, no, una realidad palpable.
Un grito que no pude ahogar me sobresaltó al magnificarse
como un extraño eco en aquel inmenso
desierto. Dos jinetes rezagados de la patrulla, llegaron a nuestra altura, eran
hombres vestidos de azul con turbantes que sólo dejaba ver sus ojos de color
azabache, y dirigiéndose a mi guía, nos dieron a entender, que yo no podía
seguir por aquel camino, era un camino sagrado.
Después de una intensa negociación por ambas partes, mi guía
les convenció diciéndoles que yo era sólo un explorador, poco después, nos
dejaron pasar escoltados por los dos jinetes.
Así anduvimos una hora bajo el sol abrasador y cuando parecía
haber terminado el camino, ante mis ojos pude contemplar algo parecido a una
visión extraordinaria, allí se encontraba esculpida en la masa de la arenisca
rosada, una majestuosa fachada, sobrecogido ahogué de nuevo en mi garganta una
exclamación en esta ocasión era de asombro.
Una vez dentro de aquel recinto y al caminar por las calles,
pude percibir que se respiraba una atmósfera misteriosa, y al mismo tiempo un silencio sobrecogedor, allí según los jinetes que nos acompañaban no se
podía hacer ningún sonido que pudiera ofender a sus callados moradores, yo,
miro hacia todos lados y no pude ver a ningún viandante en aquella que parecía
una cuidad sellada.
Aquella ciudad que tenía ante mí, se encontraban finamente
talladas en las rocas tumbas donde descansaban los Edomitas, estas tumbas
exhibían maravillosos capiteles puertas
y ventanas que se encontraban flanqueadas por la masa arenisca que encontramos
en el camino.
El sol, comenzaba a declinar, su luz parecía mágica pues empezaba
a tomar suaves tonalidades envolviendo el cielo con un manto dorado.


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