domingo, 2 de diciembre de 2018

El misterio del desierto

Al despertar aquella mañana vi cómo un rayo de luz que atravesaba las cortinas  de la ventana de mi alcoba, cuando miré el reloj éste señalaba las siete de la mañana, era un  amanecer del otoño cacereño, que hizo despertar en mi un montón de desenfrenadas ansias de vivir una aventura.
Desde aquel despertar  y después de mucho meditar, decidí embarcarme en aquel sueño que desde  el despertar de aquel día y vi aquel rayo de luz entrar en mi alcoba, supe sin más que sería la aventura de “Mi vida”.
Un mes después, me adentraba en el corazón del desierto de Siria vestido con ropas de árabe, la ruta que tracé desde Cáceres no pude llegar  a realizar, pues tuve que desviarme por seguridad, para seguir la ruta de las caravanas que atravesaban el desierto de Sinaí, siempre, por supuesto acompañado por mi guía beduino, mientras atravesábamos la arena ardiente del desierto, recordé el día en que lo conocí. Cuando fui a contratarlo para que me guiara por el desierto, se encontraba en una cabaña sentado encima de un camastro, el hombre parecía estar inmerso en una pesadilla, pues se encontraba cabeceando, lo hacía repetidas veces parecía querer convencerse de algo que le atormentaba, mientras su mirada la tenía fija en algo inexistente, su quietud me hizo pensar que se encontraba cerca de la muerte. Pero cuando le hable de atravesar el desierto montañoso de Wadi Araba, el hombre pareció despertar de la pasividad que le embargaba.
Solo levanto su cabeza cuando oyó mi propuesta, su semblante cambió tanto que hizo que brotara de sus arrugados labios una tenue sonrisa.
Inmerso en mis pensamientos y después de mucho caminar, por casualidad llegamos a un lugar donde las arenas son de color rosa, éstas,  rompían como olas de mar  contra las montañas escarpadas haciendo profundos desfiladeros  en su corrido al ser  empujadas por el viento. El espectáculo que ofrecía la naturaleza ante mis atónitos ojos me pareció grandioso, mi beduino y guía parecía no darle importancia a lo que nos mostraba la naturaleza y  seguimos nuestra andadura, entonces nos dirigimos hacia un camino que resultó ser largo y fatigoso, el calor se hacía cada minuto que pasaba más agobiante, pero me tranquilizó al comprobar que el semblante de mi acompañante se encontraba sereno a pesar de que yo sospechaba que empezaba a escasear el agua.
Casi al borde del agotamiento vimos un desfiladero, nos adentramos en él, nos cobijamos bajo su sombra que me pareció benefactora a pesar de encontrarse el suelo cubierto de una espesa vegetación, algunos reptiles pasaban junto a mis pies ignorando nuestra presencia,  el camino se presentaba angosto, pues parecía juguetear serpenteando entre las altas y estrecha calleja aprisionada por las paredes verticales que configuraban las rocas, en ellas destacaba un bello color tornasolado. Mi corazón comenzó a latir con fuerzas teniendo que beber agua para calmarlo.
Por aquel desfiladero anduvimos largo rato, era una senda tan estrecha y profunda, que desde el suelo costaba ver el cielo, pues cuando intentaba descubrir lo que se escondía tras aquellas altas paredes sólo conseguía ver una hebra de hilo de un color azul intenso.
De repente, se interrumpió el silencio del desierto con un murmullo  de voces que iban acompañadas de las fuertes pisadas de camellos que en su carrera hacían temblar la arena cálida del suelo.
Parecían acercarse a donde nos encontrábamos, el espacio  era tan  estrecho que parecía imposible que pudiéramos refugiarnos de aquel tropel de camellos que parecían querer engullirnos. El guía ante esta situación parecía mudo, pero por la expresión de su cara pude apreciar cómo en su interior se  mezclaba la agitación y el terror. De pronto cómo si fueran fantasmas aparecieron tras uno de los recodos del camino, eran cinco jinetes  que galopaban con desenfreno, entonces supe que todo lo que estaba viendo y viviendo no era un sueño si, no, una realidad palpable.
Un grito que no pude ahogar me sobresaltó al magnificarse como un  extraño eco en aquel inmenso desierto. Dos jinetes rezagados de la patrulla, llegaron a nuestra altura, eran hombres vestidos de azul con turbantes que sólo dejaba ver sus ojos de color azabache, y dirigiéndose a mi guía, nos dieron a entender, que yo no podía seguir por aquel camino, era un  camino sagrado.
Después de una intensa negociación por ambas partes, mi guía les convenció diciéndoles que yo era sólo un explorador, poco después, nos dejaron pasar escoltados por los dos jinetes.
Así anduvimos una hora bajo el sol abrasador y cuando parecía haber terminado el camino, ante mis ojos pude contemplar algo parecido a una visión extraordinaria, allí se encontraba esculpida en la masa de la arenisca rosada, una majestuosa fachada, sobrecogido ahogué de nuevo en mi garganta una exclamación en esta ocasión era de asombro.
Una vez dentro de aquel recinto y al caminar por las calles, pude percibir que se respiraba una atmósfera misteriosa, y al mismo tiempo un silencio sobrecogedor, allí según los jinetes que nos acompañaban no se podía hacer ningún sonido que pudiera ofender a sus callados moradores, yo, miro hacia todos lados y no pude ver a ningún viandante en aquella que parecía una cuidad sellada.
Aquella ciudad que tenía ante mí, se encontraban finamente talladas en las rocas tumbas donde descansaban los Edomitas, estas tumbas exhibían maravillosos capiteles  puertas y ventanas que se encontraban flanqueadas por la masa arenisca que encontramos en el camino.

El sol, comenzaba a declinar, su luz parecía mágica pues empezaba a tomar suaves tonalidades envolviendo el cielo con un manto dorado. 




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