domingo, 15 de diciembre de 2019

La convención Final

 Unos minutos después se encendían las luces, deslumbrando nuestros ojos cegados. En una esquina del salón uno de los farmacéuticos aparece atragantado con un gajo de naranja, su aspecto era  de terror.
Los hombres que se encontraban en aquella sala ya no eran hombres importantes, ahora eran simples mortales ante una amenaza invisible.
Un ruido extraño y tenebroso nos hizo a todos enmudecer, segundos después, la tierra empezó a temblar y la lámpara que pendía del techo cayó con estrépito al vacío llenando el suelo de la sala de diminutos cristales.
Nadie se movió ni un centímetro de donde se encontraba, tan solo se podían apreciar ojos desorbitados por el espanto.
Aquello parecía una auténtica pesadilla. Nos sentíamos acorralados donde  alguien tenía que ser el culpable.  Todos nos mirábamos con recelo y nadie confiaba en nadie, la situación llegó a hacerse insostenible.
Aquel día la policía decide trasladar a Madrid a todos los congresistas que quedaban con vida por su seguridad. Por la mañana y después del desayuno, un furgón blindado de la policía, se paró ante el hotel para trasladar a todos los que quedaban vivos a Madrid.
Una vez todos acomodados dentro del vehículo, parecían más calmados. Yo, me quedé en el hotel por orden de la policía, pues parecía que tenían que volver a interrogarme, era tan solo por si había oído alguna conversación fuera de lugar entre ellos.
Mientras estábamos en el interrogatorio, suena un teléfono en alguna parte yo, levanto la cabeza sorprendido de que nadie lo cogiera.
El comisario de policía después de reflexionar unos minutos me dijo que creía que había varias cosas que no le había contado y, él lo sabía. Yo me quede mudo dominado por la sorpresa y tembloroso por la acusación que veía venir.
Algo en mí se escapaba a mi capacidad de entendimiento.
Minutos después, el jefe de policía coge el teléfono indolente para ser informado por su interlocutor de un nuevo suceso acaecido en el itinerario que hacían en esos momentos los congresistas. Entonces oí decir: ¡No puede ser! y en su garganta se percibió un suave y casi pérfido estrangulamiento.
El policía consternado comentó que el chófer del coche celular, era nuevo y no había hecho nunca ese recorrido, por lo tanto desconocía las peculiaridades de la carretera la cual era excesivamente estrecha que además bordeaba un precipicio, y que cuando faltaba muy poco tramo para llegar a un desvío que los llevaría a la autovía de Madrid, una enorme piedra se desprendió de la montaña que cayó en medio del camino interrumpiéndoles el paso. De repente, una copiosa lluvia empezó a caer del cielo  y el coche comenzó a balancearse por la desigualdad de la carretera que, a consecuencia de la lluvia, se convierte en una riera improvisada de agua y barro.
El silencio dentro del coche se hizo patente, pues todos se encontraban en una situación muy peligrosa. El camino de barro empezaba a deshacer como un terrón de azúcar despacio, lentamente, mientras el furgón se deslizaba hasta quedar suspendido en una cornisa que milagrosamente había puesto la naturaleza.
La lluvia  había cesado pero una niebla pertinaz y espesa amenazaba con engullir todo lo que estaba a su alrededor.
El conductor pulsa tembloroso el botón que da la alarma a la comandancia para casos de emergencias, pero no recibe contestación.
Allí y suspendidos de aquella cornisa estuvieron más de una hora, que se les hizo una eternidad.
De repente, una mano misteriosa agita con brío la rocosa cornisa, haciéndoles sentir ante aquella agitación  que de un momento a otro podían  desprenderse de la roca para caer al vacío. El silencio dentro del coche celular, se podía masticar.
Más tarde, un helicóptero de la policía al no tener noticias de furgón sale en su búsqueda. El rescate fue laborioso por lo abrupto del terreno.
Después de saberse en el hotel lo sucedido, mis piernas empezaron a flaquear, no me sostenía en pie y mi cuerpo empezó a temblar como una hoja en día de viento. Y entonces caí al suelo desmayado.
Horas después despierto en mi habitación, siento sobre mi rostro una ráfaga de viento helado.
Ante mí, un cuaderno abierto me pedía que lo leyera, me encuentro solo y bajo los efectos de un suave sedante. Abro el cuaderno y con temblor en las manos leo.
El 4 de septiembre del 2001 se supone se puso en experimento una vacuna destinada a combatir la enfermedad llamada “Escorpión” este experimento fue por primera vez utilizado en seres humanos en una tribu perdida de Brasil.
Este experimento se hizo sin el consentimiento de las autoridades sanitarias, dado que no estaba totalmente perfeccionada. Este hecho ocasionó que la mitad de la tribu pereciera bajo sus efectos nocivos.
El brujo de la tribu al ver como su pueblo moría después de ingerir ese medicamento o poción que le daban esos extranjeros que se hacían llamar sanitarios, hizo un hechizo para que los culpables fueran castigados y, cumplió su venganza cuando supo de su reunión, haciendo que murieran uno tras otros devorados por su ambición.
Después de aquella lectura  cerré el cuaderno, y lo guardé en el bolsillo del pantalón  sin saber qué hacer con él,  entonces sentí como una tempestad se estaba desarrollando  en los paisajes recónditos de mi corazón.
Asustado pensé.
Mi idea nunca fue el verme involucrado en la fatalidad de la muerte       .
A la mañana siguiente y después del desayuno Margarita me esperaba en  la puerta del castillo con su Mercedes clase A.
Entro en el coche y me siento a su lado pensando en los congresistas, esos hombres que se creen ilustres, mientras hacen experimentos con seres humanos y, que  ahora solo se me antoja que son como fantasmas, impertinentes, como sombras que tienen el mal gusto de mostrarse ante la gente.
Tal vez yo salvé mi vida pero desde ahora nunca seré la misma persona.
Después de que el coche rodara unos metros y, me alejaba del siniestro escenario, miro hacia atrás para ver de nuevo el castillo que hacía de hotel. Ay antes mis ojos descubro con horror como una nube gris parda, se posa sobre las torres y en unos segundos ante mis ojos desaparece el edificio.
Dentro del coche y con la mirada perdida entre las sombras intenté apartar de mi mente el motivo que me angustiaba, y miré de frente. La magia nunca había sido mi fuerte.
Margarita puso su cálida mano sobre la mía con una sonrisa extraña que aún no he olvidado
A los sueños, sucede el despertar y al despertar, la realidad. Cuando te miras al espejo del lavabo para despejar tus legañas, sólo te queda el consuelo de que, quizás los malos sentimientos hayan sido, eso, solo un sueño.
Esta experiencia onírica, será la que me haga sentar la cabeza, para no buscar más aventuras.






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