Desde ese momento el nerviosismo y la incertidumbre se apodero de todos
ellos, pues creyeron que se había infiltrado un infortunio que iría
germinando con la rapidez que se hacen las maldiciones, esto les asustó tanto que pensaron que todo lo malo, podía recaer sobre ellos.
Solo había pasado un día de la terrible noticia y en la soledad de la madrugada, el recepcionista
que hacía guardia, pudo ver en la penumbra de la noche cómo una sombra subía las escaleras, la sombra parecía pertenecer a un ser tullido, encorvado y con el cuerpo emplumado, que al subir los peldaños de las escaleras parecía tambalearse con una ebriedad aturdida, al igual a la que padecen
los enfermos al levantarse de la cama después de unos meses sin caminar. Y
cuando lleno de estupor quiso reaccionar ya había desaparecido la visión sin
dejar rastro.
El terror lo dejo mudo por unos instantes.
Alguien ya había dado el chivatazo a la prensa de lo ocurrido a un cliente del castillo en el acantilado cercano y, por la mañana el hotel se llenó de
periodistas sensacionalistas, intentando conseguir la información deseada.
Porque los más sagaces descubrieron que el hombre encontrado era japonés, y había estado hospedado en aquel hotel, pero que al inscribirse dio un nombre falso.
Inmediatamente la noticia fue infiltrada por la prensa sensacionalista,
unas horas después de esa infiltración llegó y sin poder remediarlo la policía tuvo que hacer un comunicado en el que decía
que había sido descubierto un cadáver de un excursionista en el fondo de un barranco que por fotografiar a un ave fortuitamente se precipitó en un abismo.
Cómo es de suponer todo salió en primera página en el diario de la mañana incluida una fotografía del fallecido, yo al ver aquella fotografía, quedé
perplejo era sin duda el japonés bajito el que había formado el revuelo dos
días antes en el hotel.
A mí hasta ese momento no había conseguido información de lo sucedido, pues para el castillo era todo un secreto, permitiéndome solo ser testigo de pequeños incidentes, pero el silencio con el que se llevó este suceso, fue incomprensibles
para mí.
Más tarde supe que al parecer aquel grupo de congresistas parecían adoptar indiferencia
ante a ese caso que sin dudas les concernía.
Mientras yo veía el ir y venir de
los agentes de policía con preocupación.
Desde que se difundió la noticia, no dejaron de llegar policías para
hacer averiguaciones que parecían ser exhaustivas, y sobretodo rigurosas cuando iban dirigidas a los congresistas
por tratarse de un colega que días antes les había hecho una visita poco,
apropiada.
Todos aquellos químicos fueron retenidos en el hotel hasta una nueva
orden del juez instructor del caso.
Pasaron dos días del hallazgo del cadáver del japonés, y los ánimos
seguían encrespados.
Eran las diez de la noche y habían pasado tres días del suceso, cuando en la
habitación número diecisiete, un componente del grupo farmacéutico francés se
dispone a descansar después de ingerir para calmar su sed una limonada que
cogió del frigorífico de su habitación, poco después comenzó a encontrarse mal,
un fuerte dolor de estómago lo dejó inconsciente, no pudiendo llamar a
recepción para que le mandaran un médico después (según el forense ) de dos
horas en soledad debatiéndose entre la vida y la muerte falleció, y fue encontrado en el cuarto de baño, arrodillado ante el wáter donde se suponía fue
a vomitar.
La policía aún no había abandonado el hotel, cuando se presenciaba en la
habitación numero diecisiete.
De nuevo todos aquellos hombres poderosos sin remedio se encontraban involucrados,
siendo requeridos por el comisario de policía para declarar por separado todos
los movimientos que se hicieron en ese día y, así demostrar su inocencia.
Un murmullo sórdido llenó de temor se adueñó de la sala en la que se
encontraban, los nervios cada momento se hacían más incontrolables.
Desde que fui informado de lo sucedido fueron días de vértigo para mí, no
tenía tiempo para descansar, la policía requería mis servicios constantemente
como intérprete.
Después de veinticuatro horas de vigilia todo parecía calmado y con
ilusión pensé que muy pronto podría dormir al menos dos días seguidos para
descansar.
Eran las diez de la mañana, cuando la mayoría de los sospechosos, que por supuesto, éramos todos, desayunábamos, cuando de la habitación once se oyó un grito
aterrador que salió de la garganta de la limpiadora, pues cuando entró en la
habitación para limpiarla, y después de hacer la llamada de rigor a la puerta y al no obtener respuesta, se
dispuso a abrir la habitación con la llave maestra.
Y se encontró con la terrible visión de ver, en este caso al químico ingles que se encontraba tumbado en
la cama con las piernas cercenadas y colocadas a ambos lados del cuerpo.
El revuelo que se formó ante esta
nueva noticia fue tremendo, invadiéndonos a todos los allí presentes una
terrible incertidumbre por lo que estaba aconteciendo.
Era difícil de digerir el contemplar cómo cada día, o cada noche como puede morir un hombre en extrañas
circunstancias
La policía empezaba a desconcertarse ya no abandonaban el hotel en ningún
momento, los interrogatorios se intensifican siendo cada vez más minucioso.
En realidad era muy extraño que desde aquel fatídico día del asesinato no
había salido ni entrado nadie del hotel, ni tampoco en la habitación de los asesinados, el pánico no nos salía del cuerpo a ninguno de los allí presentes
pues parecía que pasaban cosas paranormales.
Por orden de la policía no se podían entrar ni salir del, hotel tampoco
los abastecedores habituales, bajo ningún pretexto
Todos estábamos viviendo un ámbito que más que realidad era una ficción
por lo extraño de aquellos asesinatos
inexplicable.
Antes del almuerzo nos reunieron en a todos en una sala, que se
encontraba decorada con ricas pinturas al fresco, alusivas al Nuevo Mundo, tenía
ese aire expoliado y mustio de los salones que se hacen añejos sin apenas haberlos
usados, todo allí parecía irreal, entonces yo y para despejar la mente me entretuve a admirar el arte que allí se exponía del siglo XV, pero me di cuenta que ninguno de los que se encontraban en aquel salón no parecían tener ánimos para admirar ninguna pintura por muy bonito que ésta fuera.
A las diez de la noche, una noche cerrada y ventosa y cuando las nubes grises corren
por el cielo sin rumbo, todos nos encontrábamos en el comedor ante una cena
improvisada, el silencio era palpable.
Al terminar, y sin ningún comentario, nos dirigimos cada uno a nuestras
habitaciones, y cuando me dispongo a entrar la llave en la cerradura de mi
habitación siento que me da en la cara una ráfaga de viento helado, que me
desconcierta, miro con la rapidez de un felino hacia atrás y veo como el huésped
de la habitación de al lado, que se disponía a abrir su puerta, cae al suelo
fulminado como por un rayo, el terror se reflejó en los que nos
encontrábamos en esos momentos en el pasillo, donde se encontraban las habitaciones de los congresistas.
Como una estampida de elefantes todos bajamos las escaleras del primer
piso hasta el vestíbulo.
Media hora después, de nuevo el forense hace su trabajo y examinaba un
nuevo cadáver, que más tarde, con preocupación reflejada en su mirada, diagnosticó estrangulamiento.
Un murmullo de gargantas asfixiadas por el pánico, se apodero de la sala
en la que nos encontrábamos convocados.
Era horrible pensar que en cualquier momento puedes tropezar con un
asesino al cruzar el pasillo.
Desde ese momento nadie quería estar solo, y el hotel tuvo que habilitar
como improvisación una alcoba en una de
las salas, que se llenó de colchones para que todos pasáramos allí la noche,
pareciendo que estábamos de acampada.
Nadie pego el ojo esa noche, ni la noche siguiente.
Al amanecer y cuando la aurora tímida asoma por el horizonte una sombra
nos sobrecoge a todos ante nosotros se balanceaba un cuerpo que parecía encontrarse pendido de una lámpara, de nuevo, un
murmullo colectivo recorrió el salón, en esta ocasión se trataba del químico alemán.
La respiración de todos los presentes era apenas
audible, pero en aquel silencio adquirió una resonancia que hacían fluctuar la
realidad.
La situación se hizo tan insostenible
que nos tuvieron que dar sedantes para controlar la histeria colectiva, esto pasaba cuando la noche extendía su negrura como un pájaro negro extiende sus alas
sobre las cavilaciones.
Yo sentía, en esos momentos un
amasijo de pasiones incontroladas contra todos aquellos hombres.
¿Qué habían hecho?
La policía a las seis horas siguientes a la muerte del congresista
alemán, afirmó que a la hora de su muerte se encontraba drogado y borracho,
también se habían encontrado en su estómago pastillas para dormir.
Todo parecía que era una confabulación para desviar las sospechas sobre
otras cuestiones menos importantes que las que estaban acaeciendo.
Pero esto no llevaba a la conclusión de las pesquisas.
Desde el primer suceso se había puesto en marcha una maquinaria que no se
sabía quién la conducía.
La noche siguiente tampoco se pudo dormir, algo extraño estaba pasando
que nadie sabía como aclarar, y de nuevo, cuando cayó la noche, esta vez los que quedábamos fuimos congregados en una sala cercana a la cocina. La luz se apagó de repente, eran las
doce de la noche, el viento soplaba haciendo temblar los cristales de las
ventanas, alguien dijo, casi gritando de terror, esta es la hora de las brujas.
Nos quedamos en la oscuridad más absoluta durante unos minutos ya que la
noche era negra como el brocal de un pozo. De pronto, el viento cesó y todo
parecía pender de la nada. Un grito apagado suena en una esquina de la sala,
pero nadie se atreve a abrir la boca, de
pronto se oyó un golpe seco, todos nos pusimos expectantes, entonces pasa algo
inaudito, a uno de los congresistas le cae encima un cuerpo inerte que se enganchó fuertemente a su brazo.
Seguirá.


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