sábado, 4 de abril de 2020

Nadie escapa de la justicia


Pronto comenzó todo a funcionar, y comenzaron a convocar fiestas para darse a conocer y, cuando llegó la primavera las luces de la fachada se encendían para dar paso a los invitados que eran recibidos con los ritmos de música peruana.
La casa al ser tan grande y al haber perdido en el camino a algunos de los criados, hubo que reclutar servicio del pueblo más cercano.
La planta baja, estaba dotada de un patio interior porticado  de donde salían puertas que disponían distintas estancias, como una sala de reuniones, un cuarto de estar otro de juegos y una sala de música, tras una de las puertas se encontraban unas escaleras de servicio con la barandilla de hierro que conducían al área de servicio.
Antes de entrar en el patio, y a la derecha de la entrada arrancaban unas suntuosas escaleras que daban acceso a la planta noble, donde se encontraba entre otras estancias donde destacaba un salón con una gran chimenea decorado con una corona con las iniciales de uno de los jefes indios  más destacados del país andino. En aquella casa no faltaba ningún detalle que no le diera carácter a la vivienda y que hablara del poderío económico de Javier.
Solo habían pasado unos meses de su llegada a la finca, y del placentero regocijo que  el dueño sentía, cuando una mañana se dio la alarma que una de las sirvientas se encontraba enferma aquejada de fiebre muy altas, avisado el médico este acudió de inmediato diagnosticando un catarro, y le aconsejó que guardase cama, en unos días todo parecía volver a la normalidad, cuando poco después otra de las sirvientas comenzó a tener los mismos síntomas que su compañera, de nuevo el médico se personó en la casa  recetándole  no salir de su habitación.
El médico sospechaba de una epidemia, algo que él no estaba preparado para curar, y estuvo unos días sin visitar la casa consultando libros para saber de donde podía venir aquel contagio, entonces y entre los criados que eran del pueblo  enseguida se difundió la alarma de que habían traído una enfermedad de las indias.
La noticia corrió como la pólvora por toda la comarca, nadie osaba acercarse a la casa, los proveedores de alimentos dejaron de servirles, el médico al tener contacto con los enfermos se contagió, todo era un caos, pues aquellos que en su día acudieron a sus fiestas, ni siquiera llamaban para interesarse por la salud de todos ellos, tenían miedo del contagio, el teléfono dejó de sonar, en realidad ningún médico de los que acudían a la casa sabían cómo atajar aquella enfermedad.
Poco después nadie llamaba a la puerta para ayudar, los niños fueron muriendo uno a uno sin tener asistencia médica, poco después de encontrarse sumidos en aquella soledad, la señora agonizaba en su alcoba, mientras su esposo expiraba sentado en el sillón de su despacho.
Pasaron algunos años, hasta que alguien contó la historia de aquel indiano cuya familia no se volvió a ver.
Pero un audaz periodista, ávido por contar historias un día se acercó a la finca, se atrevió a entrar,  y cuál fue su horror  cuando vio que la casa se hallaba sembrada de cadáveres.
Al salir de la casa se encontró a un ser desaliñado que vagaba por los alrededores de la casa, era el ser que había llevado el virus a la casa solo por venganza, todos murieron, pero aquel ser despreciable, ya se encontraba pagando su mala acción, pues no murió, pero su vida estaba siendo mucho peor que la de las víctimas que con su conducta había propiciado.
Pero lo que no pudo apagar aunque se lo propuso fue la luz de la vida que volvía con la primavera, y que cada año renace acompañada de los cánticos y trinos de los pájaros, y llega siempre acompañado con el aroma de las flores haciendo de su conjunto una sinfonía, que hace que la vida vuelva a ser maravillosa.
Pero nunca se debe bajar la guardia, pues existen seres que con los ropajes de humildes y buenas personas  saben camuflarse entre nosotros, sembrando la maldad.
 El reportero al salir de la casa y ver a aquel espectro que merodeaba por los alrededores de la casa, solo pudo decir con desprecio. Nadie escapa de la justicia Divina.
Porque hay un dicho, quien hierro mata hierro muere, por lo tanto seguirá vagando por la eternidad en una soledad que es más horrenda que la muerte.
FINAL
     



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