martes, 9 de marzo de 2021

Castillos en el aire 1º

Anna cómo tenía por costumbre y, cada día desde que decidió instalarse en la casa de campo que heredó, según ella de forma  casual, por un pariente de su padre que nunca conoció. Cada mañana y después del desayuno se sentaba a contemplar el paisaje, en realidad no sabía el qué, tras un ventanuco estrecho que tenía la planta baja de la casa y hasta a veces soñaba, pues este ventanuco era muy particular porque la configuraban unos anchos muros, y también era especial por el forjado de hierro corrosivo en forma de cruz que la guardaba, aquel pequeño otero, no parecía precisamente adecuado para mirar, sobre todo, y teniendo en cuenta que en el primer piso lucía presidiendo la fachada principal un espléndido balcón, desde donde se podía divisar más allá del infinito.

Aquella mañana al levantarse Anna todo le pareció especial, tal vez maravilloso, pues el cielo se encontraba techado por una carpa gris, que impregnaba el ambiente de una especial melancolía, que Anna se dispuso a disfrutar por primera vez desde  que ocupaba aquella casa, pues en su disfrute se deleitó en algo muy especial, que era el ver poco después llover reposadamente, y como esta lluvia regaba los olivos, en su observación, también pudo apreciar cómo las ramas de los árboles al contacto con la lluvia se mecían en un éxtasis de placer ante la ducha divina.

También a veces se notaba inquieta al no poder recordar cómo había escogido aquella forma de vida tan diferente a lo que ella tenía proyectado vivir. Desde que decidió vivir en aquella casa no se preocupó de nada que no fuera el de mirar, por mirar.

 ¿Quizás el infinito?

Para ella era como si estuviera esperando algo que se demoraba demasiado en  llegar, a veces, con la mirada perdida, parecía escrudiñar el entorno como queriendo descubrir esos misterios que parece guardar con tanto celo el campo, a veces siente el pálpito de que muy cerca de ella se podía esconder un secreto importante, también intuía de que había algo extraño en aquel insólito paraje, entonces se preguntaba por qué ella una mujer urbana, paradójicamente supo adecuarse a ese ambienta totalmente nuevo.

Aquella mañana al no cesar la lluvia, los trinos de los pájaros se encontraban ausentes, Anna en la soledad, echó de menos la alegre algarabía cuando éstos saltan de rama en rama, pero, y a pesar de la ausencia de los pájaros, le pareció un día alegre ante el espectáculo de la lluvia, no haciéndole sentir nostalgia alguna, esa nostalgia de la que se cuenta imprimen los días lluviosos, de pronto dirige sus ojos hacia el jardín que se iluminaron al contemplarlo, no se atrevió a salir a pesar de encontrarse en la antesala a la casa, las flores parecían ante su contemplación despertar de ese largo letargo que produce la sequía, pues comenzaron a moverse los tallos de los rosales con armonía, mientras los pétalos aprovechaban la ocasión de saciar su sed con el agua generosa de la lluvia samaritana.

Nadie que la observara día tras día sentada tras aquel ventanuco con la mirada perdida, podía llegar a comprender cómo era capaz de despreciar el hermoso balcón que le ofrecía una panorámica infinita, pero ella prefería mirar por aquel pequeño ventanuco; quizás Anna es que se encontraba siendo fiel a sus convicciones, al preferir aquella lúgubre oquedad para observar…

Una mañana por primera vez un labriego se acercó a la casa, para darle la noticia  de que en breve recibiría una visita, su cuerpo tembló ante esta noticia inesperada, no preguntó de quien se trataba, sólo se levantó de su observatorio airada, aquella visita inesperada era una estúpida interrupción en su forma de vida, pues era obvio que era feliz con su soledad.

Mientras desconcertada pasea por la habitación, piensa ¿A qué se debía aquella visita?

¿Acaso alguien había olvidado que ella necesitaba soledad?

Pues su familia no había olvidado que para ella era vital el poder oler cada mañana al despertar el día el aroma de la tierra, y contemplar cómo se despereza de su letargo mientras la luna con cortesía  le cede el paso al sol.

Paseando su incertidumbre, el ladrido de un perro le sobresalta, interrumpiendo sus elucubraciones, haciéndole pensar que el visitante que se había anunciado ya había entrado en la finca.
 ¿Acaso el mundo se había propuesto que no tuviera descanso?
 Pronto salió de dudas, al ver pasar veloz frente a su ventana una liebre que estaba siendo perseguida por un enfurecido perro.



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