sábado, 31 de julio de 2021

Llegó el día


El jeep que conduzco por la escarpada y estrecha vereda que me lleva a la finca de mis antepasados se me hace interminable, pues la ansiedad que siento por llegar es indescriptible, esta sensación  hace que me sienta parte de este agreste paisaje, entonces este sentimiento me incita a que pise el acelerador hasta machacar sin piedad los amortiguadores.

La verja grande y pesada estaba abierta de par en par. La casona se encontraba abandonada desde hacía mucho tiempo, pero que curiosamente se encontraba en perfecto estado de conservación.

Con mano firme, abro el portón y al asir la aldaba de hierro que representa un león con su gran boca abierta, bajo la presión de mi mano me pareció oír un rugido, como el de un animal herido, que  me estremeció, a pesar de saber que el campo lo magnifica todo, pero que en aquel momento creí percibir que fue producido  por una garganta  hueca y seca.

 Entro en el amplio zaguán, amueblado con los mismos muebles de siempre desde donde se podía ver el ancho y oscuro pasillo que tantas pesadillas me había causado cuando jugando con mi hermana a los fantasmas, alguien nos apagaba la luz interrumpiendo nuestros juegos. Todo allí me traía recuerdos  de mi niñez…

Subo al piso superior, el suelo como siempre cruje bajo mis pies, provocando a cada uno de mis pasos que la madera del piso inferior, tuviera un sonido viejo y quejumbroso desprendiendo al mismo tiempo una desagradable tierrilla que a veces molestaba en los ojos de los que se encontraban abajo en el piso inferior. Los cuadros colgados en la pared siempre me parecieron que tenían ojos acusadores.

Entro en el salón que siempre me pareció enorme; pero que en estos momentos lo estaba viendo pequeño y lúgubre al encontrarse los muebles tapados. Entonces no entendí el por qué vinieron a mi mente  recuerdo como aquel día en que mi madre cogió mi mano mientras yo gimoteaba porque no quería ir al colegio. Yo sólo quería jugar en el jardín.

Ahora ante aquella soledad todo me parece un lugar fantasmagórico, tétrico, pues los muebles escondidos tras las sábanas parecen tener movimiento ante mis pasos a modo de saludo, y eso me aterra.

Me encuentro muy cansado, y tirando de una sábana descubro el sillón favorito de mi abuelo, me siento en él. Y siento que los recuerdos se aglomeran en mi mente, la cabeza empieza a dolerme, cuando pude sentir dentro de mi cabeza, como si hubiera sido ayer la voz de un niño que gritaba.

Mamá, mi hermana me ha quitado la pelota.

Mientras la niña corre con desenfreno, y en un traspié, cae por las escaleras rodando mientras llamaba mamá, mamá, con un hilo de voz agónico. Más tarde un silencio sobrecogedor se apoderó de la casa.

Y, recuerdo que mi madre ante la situación reacciona con un grito de desgarrador, una mano despiadada me apretó fuertemente por los hombros y me encerró  en mi cuarto.

Nunca supe los días que estuve encerrado con una vieja sirvienta, hasta partir sin más a un internado. Aquellas evocaciones me martillean  las sienes, me duele terriblemente la cabeza.

Desde entonces la casa está vacía, y yo, después de muchos años de ausencia vuelvo con mis recuerdos, aquí, en este salón, solo, rodeado de muebles tapados que parecen espectros. La luz del atardecer entra tímido por una rendija de la ventana cerrada, y me quedo dormido.

Una sombra se desliza por debajo de la puerta hacia mis pies, ante este contacto experimento  una rara sensación que hace estremecer  mi cuerpo.

La lámpara del techo se pone en movimiento, miro, y en ella se balancea una niña con sonrisa malévola que me mira regocijada.

En el sofá, una anciana dama, elegantemente vestida hace crochet, que con sus ojos profundos vigila con autoridad, una sirvienta entra con una bandeja y una tetera  humeante, son las cinco de la tarde, y la visita esperada se retrasa y, esto la contraría.

El guarda de la finca, un hombre tullido con nariz aguileña y tez extremadamente pálida se acerca y le comenta algo a la chica de servicio, que inmediatamente se lo transmite a la señora, que sin miramientos  le da un codazo que le hace salir del salón sollozando.

Después de presenciar esta escena en mi mente, miro hacia arriba, y veo a una niña que utiliza de columpio la lámpara, mientras se toca la cabeza partida por la mitad, poco después con sus manitas parece recomponer los ojos dentro de sus órbitas, las piernas partidas se movían sin control haciendo que sus huesos al chocar produjeran un sonido de castañuelas.

Una sombra que se encontraba acurrucada en una esquina, se pone en pie, se acerca a mí para posa su mano temblorosa y fría cómo un témpano sobre mi frente, un estremecimiento sacude mi cuerpo que sentía se encontraba inerte.

El Cavicornio que solía tocar mi abuela, empieza a sonar, la melodía es dulce y pegadiza, haciendo el ambiente agradable. El tío José se descuelga del cuadro una vez fuera, con parsimonia llena su pipa inundando con el aroma del tabaco  el salón.

La familia se va reuniendo, y pensé (sería esta la visita que esperaba la abuela) uno a uno van llegando, ya están casi todos no falta nadie, una vez reunidos, unos beben Jerez, otros juegan  al Mus, todos parecen estar inundados de felicidad, pero, mirando el panorama me doy cuenta de que faltaba yo, ¿acaso se habían olvidado de mí? Entonces alguien pronuncia mi nombre, pero yo no tengo voz para responder, no obstante esa voz sigue insistiendo, al fin reacciono, en mi torpeza, dejo caer de mi bolsillo una pequeña bolsita. En ese instante, una nube de espeso polvo cósmico nos envolvió a todos.

La voz de la abuela, sonó alta y clara. AHORA QUE ESTAMOS TODOS, YA, NI LA LUZ DEL SOL PODRÁ VENCER NUESTRA OSCURIDAD.




No hay comentarios :

Publicar un comentario