Aquella mañana, al asomarme a la
ventana vi unos suaves y lentos copos que caían sobre Madrid tiñendo de blanco
las calles y las avenidas; salgo de mi casa para ir a la oficina, me dirijo a
desayunar, entro en la churrería de siempre que se encuentra a unos metros de
donde trabajo, mojo el churro en el café y, a través del cristal miro hacia la
calle como si fuera la primera vez que veía el ir y venir de la gente que
caminaba apresuradamente por la acera, tomo el último sorbo de café, sin llegar
a apurar el contenido de la taza, me encontraba un poco inquieta sin tener
motivo aparente, pago, y cuando me dispongo a salir un hombre se interpone
entre la puerta y mi cuerpo, yo lo miro con una mirada glacial al recibir el
golpe que me propinó en la cadera con el portafolios que llevaba en la mano, él
me obsequia con una sonrisa angelical que me heló la sangre.
No sabía de quién se trataba,
pero ante su actitud creí entender que pretendía algo raro y salí impactada de aquel encontronazo.
Una vez fuera de la churrería y ante la imposibilidad de ir
caminando, no siendo mi calzado el adecuado, subo a un taxi que en esos
momentos paraba junto a donde me encontraba,
que me lleva a mi trabajo, cuando poco después entro en mi despacho donde presto mis servicios cómo administrativa
en el ministerio de cultura; miro la mesa y, como siempre, una pila de informe
esperaban mí revisión, con desgana cuelgo el abrigo en el perchero, saco la
agenda de mi bolso donde tengo los
números de teléfono que puedo necesitar.
Mi estado de ánimo al encontrarse
bajo mínimos me hace trabajar sin descanso hasta las once, la hora que suelo
hacer un receso en el trabajo para tomar café; como siempre entro en la cafetería
más próxima, pero antes de entrar me lo pienso mejor y decido ir a otra
cafetería necesitaba caminar unos metros
para despejar mi mente, pero cuando pido un café con tostadas al camarero, veo
a aquel hombre que de nuevo me mira,
clavando su mirada angelical en mi persona; sin llegar a tomarme el café,
salgo de la cafetería precipitadamente, mientras observo por la cristalera, que
me miraba sonriendo, era cómo si me conociera de toda la vida.
Corro como una exhalación en la
sede de mi trabajo sin mirar atrás, cuando entro en el ascensor donde se encontraban
dos chicas jóvenes que al verme tan excitada, me preguntan si necesitaba ayuda
¡Nada, contesté lacónica y muerta de miedo!
Poco después y cuando me
encuentro sentada ante mi mesa de trabajo, cojo la agenda que tenía encima de
la mesa, busco un número de teléfono, marco, al otro lado del hilo una voz
masculina me tranquiliza, cuelgo después de haber mantenido una conversación
insulsa, y así esperé con ansiedad a que terminara la jornada.
Cuando llego a mi casa sigo
encontrándome inquieta, la jornada había sido muy dura, empeorando la situación
aquel hombre extraño que parecía estar siguiéndome a todas partes, mi instinto
parecía alertarme que ese hombre buscaba
algo de mí.
Me encuentro sin apetito, me echo
en el sofá, al atardecer me tomo un vaso de leche y una madalena, me acuesto,
el sueño parece abandonarme, suena el teléfono, no lo cojo, no quería hablar
con nadie, pero vuelve a insistir, entonces lo desconecto, y me involucro en la
difícil tarea de dormir.
A la mañana siguiente, al
asomarme a la ventana descubro con mal humor de que seguía nevando, el ir
a trabajar caminando se hacía una tarea
difícil, llamo a un taxi ya que los autobuses urbanos sus paradas quedan lejos
de mi caca, mientras me voy acercando a la oficina, pienso en la monotonía diaria,
necesitaba caminar para despejarme, el ir en taxi a trabajar me causaba un gran
trastorno pues no podía entrar en la churrería de siempre para desayunar. Al no
haber desayunado, a las once de la
mañana el estómago empezó a protestar y
tuve que salir a tomarme un café, entro en la
cafetería cercana a la oficina vacilante,
y en una mesa estaba él, mi corazón se me encogió de ansiedad “quien era aquel
hombre” ¿Qué quería de mí? y para no estar sola me acerqué a un grupo de
compañeros, entre charlas insulsas, me tomé a sorbos el café más amargo de mi vida.
Así transcurrieron unos cuantos
días, mi novio no estaba enterado de la intranquilidad que me producían los
encuentros fortuitos con aquel
desconocido al encontrarse cómo siempre de viaje, pero cada vez que nos veíamos,
parecía mirarme preocupado, y siempre me preguntaba si tenía algún problema, yo le contestaba que
sólo me encontraba nerviosa por el mucho trabajo que tenía en la oficina.
Una tarde cuando llegaba a mi
casa ubicada en el barrio antiguo del Madrid
de los Austrias, cuando estaba acercándome a la puerta de mi casa, desafortunadamente para mí aquel
día no hay mucho tráfico, entonces lo veo de nuevo, las piernas me empezaron a
flaquear hasta el extremo de que creí que caía al suelo, el hombre se acercó a
mí con soltura y, cogiéndome del brazo, me obliga a subir a un coche de color
amarillo, que se encontraba aparcado justo delante de mi portal, ante esta
agresión no pude gritar, pues la voz se me estranguló del pánico que sentí.
Una vez dentro del coche, y antes
de dejar atrás la parte antigua, me taparon los ojos con un antifaz, por el movimiento del coche
supe qué nos encontrábamos rodando por una carretera asfaltada y sin curvas,
después de una hora de recorrido que se me antojó una eternidad, se para el
coche, me quitan el antifaz, yo no veía nada presa del pánico que sentía se me
había nublado la vista, sólo sabía de
qué me encontraba en un lugar donde se almacenaba chatarra, pues el olor que se
respiraba en aquel recinto que era a mugre
y a hierro corrosivo.
Me obligan a entrar a una nave
destartalada, un hombre orondo y de aspecto huraño, me dijo sin compasión
alguna, que le tenía que entregar los documentos que contenían la carpeta de mi
despacho con el número 180—001 pues lo necesitaba con urgencia, justo para el día siguiente a
la hora del café, y firmados por mi jefe, ya que por mi culpa se había
retrasado la fecha de la entrega, ¿De qué me estaba hablando aquel hombre?,
entonces dijeron que al no saber dónde se encontraba novio y por añadir la dificultad de localizarlo, habían decidido que fuera ella
la que les dijera donde se encontraba, haciéndome responsable del retraso, pues sin duda yo tenía que saber
dónde se encontraba, y que si
resultaba fallido el proceso que debía
tener la entrega de este documento a su debido tiempo, yo sería la que tuviera
que pagar las consecuencias, porque sin estos documento en nuestro poder nos vemos incapacitados para agilizar este
negocio que tú tienes en tu poder, por
lo tanto acata nuestras órdenes o nos veremos obligados a que acceda por otros
métodos más dolorosos, no intentes que este negocio se valla al garete.
Yo no podía ni pensar ¿Qué era lo
que le estaba diciendo aquel hombre seboso y repugnante? ¿Estarían preparando
el secuestro de mi novio? Mira a su
alrededor colgando de una viga pude ver una soga colgando, ahogué un grito con
las manos estaban preparado un asesinato. Entonces empecé estaba segura que estaban preparando un secuestro en toda
regla y, que si yo no les complacía todo aquello acarrearía resultados con consecuencias graves.
Asustada miro hacia donde
apuntaba con su rechoncho dedo aquella bola de sebo y, entonces vi que allí, atado
en una silla desvencijada se encontraba Alberto, lo habían secuestrado,
entonces era cierto, si yo no cumplía
sus condiciones, seguro que no lo volvería a ver con vida, el me miraba con
ansiedad, yo creí morir de pánico, esos delincuentes estaban dispuestos a todo
con tal de salirse con las suyas, salimos de aquel mugriento almacén, dejando a Alberto maniatado y a mí después de ponerme
el antifaz, me devuelven a mi casa, una vez en mi piso, me echo en la cama, no
sabía que pensar me encontraba difusa, no podía pensar, pero tampoco podía
hacer lo que me pedían, aquella noche me tomé todas las bolsas de tila que
tenía en casa.
Al día siguiente y, con la
vigilia gravada en el rostro llego a la
oficina media hora antes que mis
compañeras, inmediatamente busco en el archivo el documento con el número
180--001 donde supuse se encontraba la
solución a mi problema, miro con minuciosidad, pero ese documento no lo
encuentro, me encontraba tan excitada
que no me atrevo a esparcir el contenido del archivo por la mesa para buscarlo,
mis compañeras estaban a punto de llegar, los nervios se apoderan de mí, de
repente aparece ante mí un papel que más que un documento parecía una nota
escrita con precipitación, en ella pude leer a la atención de Mendoza
y Gutiérrez, solo eso, lo vuelvo a leer con más detenimiento y un escalofrío me recorre la
espina dorsal; se trataba de un fraude de
miles de euros, que se estaba perpetrando con firmas falsificadas de supuestos
restauradores para sacar cuadros del Museo Central.
Esto es demasiado, yo no puedo
hacerlo, me meterán en la cárcel para toda la vida en cuanto se sepa que he
sido yo la que se los ha proporcionado “no lo hago” Y se sentó espantada tras su mesa,
pero se levanta de un salto cuando piensa en lo que le pudieran hacer a
Alberto.
Y, si Alberto muere, seré yo la
responsable de su muerte, no podré vivir con una muerte a mis espaldas,
entonces los miedos y las dudas parecían querer devorarme, y una vez en sus
manos el documento seguro que vendrán a por mí; excitada volví a releer de nuevo el documento, allí
además de Mendoza y de Gutiérrez había
otros apellidos que me quedaron helada.
Me encontraba tan confusa que no supe cuando entró mi jefe en su despacho,
cuando mire se encontraba hablando por teléfono, parecía estar muy excitado con
su interlocutor, poco después vi cómo al asomarse a mi despacho para
preguntarme una memez, miraba con sigilo los papeles que tenía en mi mesa.
En esos momentos decido hacer
algo, y se me ocurre coger todos aquellos documentos para fotocopiarlos, y entonces decidida me dirijo
al departamento de registros y archivos, pido a unas de mis compañeras que me
permitan hacer unas fotocopias, aludiendo que la de nuestro departamento estaban
reparándola.
Aquella fotocopiadora que tenían
mis compañeras era casi arcaica, a veces no imprimía bien, pero a ellos les
hacía su servicio, entonces recé para que funcionara.
Con los documentos ya
fotocopiados me dirijo al baño, y cuando cruzo el pasillo, algo detuvo mi
excitación, una voz dijo tras de mí, hace días que no la veo, entonces lo mire
cómo si fuera mi única tabla de salvación ¿Te importaría hacerme un favor?
“cómo no” –me dijo emocionado—ya que yo sabía qué hacía tiempo me tiraba los
tejos sin resultado alguno por mí parte--- lo que me pidas me dijo, ¿Podrías
salir en un momento a entregar este sobre al notario de aquí al lado, sólo lo
tienes que entregar, son documentos de la oficina, me gustaría que lo hicieras
ahora mismo.
Sí dijo risueño en diez minutos lo tiene el
notario.
Poco después y en el baño, puse
otra fotocopia de los documentos dentro de mis medias, antes de salir de mi
trabajo, me dirijo al conserje, lo entregaste, sí por supuesto, puede mandarme
lo que quiera, siempre que esté en horario de trabajo.
Vi algo en él y, entonces me
atreví a decirle, con acento desenfadado, pues desde este momento te auguro que
desde ahora vas a tener más trabajo conmigo, porque en el caso de que notaras
que no acudo a trabajar durante tres días, te pido que no digas nada a
nadie solo acude a la policía, para
decirles que es posible que me hayan raptado.
Y los dos rieron la ocurrencia.
Poco después a la vuelta de una
esquina me esperaban los secuestradores que me introducen en un todo terreno
negro tintado, de nuevo me ponen el antifaz. A mi llegada a la nave y al
quitarme el antifaz, noté algo raro, mis sospechas se desbocaron y grite con
todas mis fuerzas, ”dónde está Alberto”, mientras tanto el tal Mendoza salía de
una puerta minúscula mirándose las uñas despreciativamente. Traes lo mío,
entonces me subo la falda y tiro de los documentos que se habían enganchado a
propósito en el encaje de la braguita, los dos hombres que le escoltaban ante
mi ademan sacaron sus pistolas.
Una vez de que Mendoza ojeara los
documentos, sin resistencia desataron a Alberto, no pude ver más porque de nuevo me vi con el antifaz puesto, después
de un trecho que para mí fue agónico, nos apearon a los dos del coche, nos
quitaron el antifaz, y desaparecieron, no sin antes amenazarnos de que
estábamos vigilados, cualquier movimiento en falso, sería nuestra muerte.
Miramos a nuestro alrededor y, no
sabíamos dónde nos encontrábamos, el paraje era desolador, el ruido de una
camioneta desvencijada nos atronó con su ruido infernal, la paramos y le
pedimos que nos llevara a una carretera más transitada que nos llevara a Madrid, el hombre accedió
para poco después nos quedó tirados en una carretera rural, y de nuevo nos
encontramos perdidos, anduvimos una, tal
vez dos horas sin rumbo, mientras informaba a Alberto de lo que había tenido
que hacer para que lo liberaran, no pude contarle nada más, pues sólo pensaba
en la situación tan comprometida en la que me habían metido esos delincuentes.
Poco después de narrarle mi relato Y de lo que había tenido que hacer
aún a pesar de poner en peligro mi trabajo, Alberto no me consoló, apartó su
mirada de mí, de pronto, cambió de actitud y, cómo sui un resorte le empujara con enorme violencia, me dijo, tenemos que
huir, yo lo miré desconcertada, pero el tampoco percibió que en mi mirada se
reflejaba escepticismo, pero Alberto siguió haciendo planes como si todo fuera
un juego.
Por ahora no se me ocurre el lugar exacto a donde ir, pero
sí tiene que ser fuera de España. Me sorprendió que tuviera tanta agilidad
mental haciendo con este gesto que aumentara mi inquietud, esa inquietud que no
me había abandonado desde que firmé aquellos documentos que según mi jefe,
cuando me hizo firmarlos sólo era un mero trámite burocrático.
Y seguí pensando en todo lo que
me había acaecido en tan sólo unas horas, yo no sé cómo pude tener esa
percepción en esos momentos en que me encontraba
usurpando aquellos documentos, y cómo tuve la valentía de ordenar al conserje
que lo depositara ante un notario.
Más tarde, me hice la
encontradiza con el conserje, que ajeno a lo que me pasaba charló unos minutos
conmigo, alguien pronunció su nombre en esos momentos, el salió afuera del
mostrador para atenderle, entonces sibilinamente aproveché ese descuido y metí un lápiz electrónico en el cajón donde
cada día pude observar que metía su bocadillo del desayuno.
Entonces vi el momento propicio
para despedirme con un hasta luego. Ya parecía sentirme un poco más tranquila si es que se puede estar
después de haber hecho semejante fechoría, pero mi inquietud por momentos se
convirtió en zozobra, ¿y si llegara en el caso que el conserje extraviara él
pendray?, no podría justificar mi inocencia en ningún juzgado, yo sería
culpable de todo,
Observo a Alberto y me sorprende
de que a cada minuto que pasaba lo veía más tranquilo, de repente me abrazó por la cintura y, así muy juntos
seguimos caminando, una pareja de la guardia civil pasa a nuestro lado, nos
preguntan, si necesitamos sus servicios, Alberto ante su presencia pareció
contrariado, yo le conté la historia de lo acontecido, poco después un
coche de la benemérita nos lleva a casa.
Al día siguiente, y después de
hacer mi declaración de los hechos en la comisaría y, en régimen confidencial,
por ser uno de los casos que hasta no ser aclarados no se pueden divulgar
siendo secreto de sumario.
Entramos en una de las oficinas,
allí nos dieron un pasaje de avión para
Marsella por tiempo aún por determinar, sólo teníamos que pasar desapercibidos.
Yo me encontraba estupefacta, me están
premiando por haber sido por unas horas una delincuente. Pero al parecer todo
era correcto, yo no pude disimular mí alegría, estábamos a salvo de esos delincuentes, en
Marsella, no nos encontrarían.
Una noche después de una velada
inolvidable con Alberto, recibo una llamada de la policía, ya hemos
desmantelado el entramado de los cuadros, los hemos cogidos a todos, bueno
menos a uno, pero aún no sabe que lo tenemos vigilado.
Alberto acude a la llamada del
teléfono, parecía nervioso.
¿Cariño sucede algo que yo deba
saber?
Yo me quedo helada, a Alberto le
había cambiado la voz.
Qué, me dijo zalamero, dime
¿Quién te ha llamado?
Antes de responder, un coche de
atestado acercándose a nosotros, me saludan con respeto mientras se llevaban esposado a Alberto.
No fui capaz de obsequiarlo ni
siquiera con una mirada de desprecio, pues tan sólo sentía una gran
consternación.
¿Tuvo algo que ver que aquellos días nevara copiosamente en Madrid?