domingo, 30 de junio de 2024

Un día de nieve


 

Aquella mañana, al asomarme a la ventana vi unos suaves y lentos copos que caían sobre Madrid tiñendo de blanco las calles y las avenidas; salgo de mi casa para ir a la oficina, me dirijo a desayunar, entro en la churrería de siempre que se encuentra a unos metros de donde trabajo, mojo el churro en el café y, a través del cristal miro hacia la calle como si fuera la primera vez que veía el ir y venir de la gente que caminaba apresuradamente por la acera, tomo el último sorbo de café, sin llegar a apurar el contenido de la taza, me encontraba un poco inquieta sin tener motivo aparente, pago, y cuando me dispongo a salir un hombre se interpone entre la puerta y mi cuerpo, yo lo miro con una mirada glacial al recibir el golpe que me propinó en la cadera con el portafolios que llevaba en la mano, él me obsequia con una sonrisa angelical que me heló la sangre.

No sabía de quién se trataba, pero ante su actitud creí entender que pretendía algo raro  y salí impactada de aquel encontronazo.

Una vez fuera  de la churrería y ante la imposibilidad de ir caminando, no siendo mi calzado el adecuado, subo a un taxi que en esos momentos paraba junto a donde me encontraba,  que me lleva a mi trabajo, cuando poco después entro en mi despacho  donde presto mis servicios cómo administrativa en el ministerio de cultura; miro la mesa y, como siempre, una pila de informe esperaban mí revisión, con desgana cuelgo el abrigo en el perchero, saco la agenda de mi bolso  donde tengo los números de teléfono que puedo necesitar.

Mi estado de ánimo al encontrarse bajo mínimos me hace trabajar sin descanso hasta las once, la hora que suelo hacer un receso en el trabajo para tomar café; como siempre entro en la cafetería más próxima, pero antes de entrar me lo pienso mejor y decido ir a otra cafetería  necesitaba caminar unos metros para despejar mi mente, pero cuando pido un café con tostadas al camarero, veo a aquel hombre que de nuevo me mira,  clavando su mirada angelical en mi persona; sin llegar a tomarme el café, salgo de la cafetería precipitadamente, mientras observo por la cristalera, que me miraba sonriendo, era cómo si me conociera de toda la vida.

Corro como una exhalación en la sede de mi trabajo sin mirar atrás, cuando entro en el ascensor donde se encontraban dos chicas jóvenes que al verme tan excitada, me preguntan si necesitaba ayuda ¡Nada, contesté lacónica y muerta de miedo!

Poco después y cuando me encuentro sentada ante mi mesa de trabajo, cojo la agenda que tenía encima de la mesa, busco un número de teléfono, marco, al otro lado del hilo una voz masculina me tranquiliza, cuelgo después de haber mantenido una conversación insulsa, y así esperé con ansiedad a que terminara la jornada.

Cuando llego a mi casa sigo encontrándome inquieta, la jornada había sido muy dura, empeorando la situación aquel hombre extraño que parecía estar siguiéndome a todas partes, mi instinto parecía alertarme  que ese hombre buscaba algo de mí.

Me encuentro sin apetito, me echo en el sofá, al atardecer me tomo un vaso de leche y una madalena, me acuesto, el sueño parece abandonarme, suena el teléfono, no lo cojo, no quería hablar con nadie, pero vuelve a insistir, entonces lo desconecto, y me involucro en la difícil tarea de dormir.

A la mañana siguiente, al asomarme a la ventana descubro con mal humor de que seguía nevando, el ir a  trabajar caminando se hacía una tarea difícil, llamo a un taxi ya que los autobuses urbanos sus paradas quedan lejos de mi caca, mientras me voy  acercando  a la oficina, pienso en la monotonía diaria, necesitaba caminar para despejarme, el ir en taxi a trabajar me causaba un gran trastorno pues no podía entrar en la churrería de siempre para desayunar. Al no haber desayunado, a  las once de la mañana  el estómago empezó a protestar y tuve que salir a tomarme un café, entro en la  cafetería cercana a la oficina  vacilante, y en una mesa estaba él, mi corazón se me encogió de ansiedad “quien era aquel hombre” ¿Qué quería de mí? y para no estar sola me acerqué a un grupo de compañeros, entre charlas insulsas, me tomé a sorbos  el café más amargo de mi vida.

Así transcurrieron unos cuantos días, mi novio no estaba enterado de la intranquilidad que me producían los encuentros fortuitos  con aquel desconocido al encontrarse cómo siempre  de viaje, pero cada vez que nos veíamos, parecía mirarme preocupado, y siempre me preguntaba  si tenía algún problema, yo le contestaba que sólo me encontraba nerviosa por el mucho trabajo que tenía en la oficina.

Una tarde cuando llegaba a mi casa ubicada en el barrio antiguo del  Madrid de los Austrias, cuando estaba acercándome a la puerta  de mi casa, desafortunadamente para mí aquel día no hay mucho tráfico, entonces lo veo de nuevo, las piernas me empezaron a flaquear hasta el extremo de que creí que caía al suelo, el hombre se acercó a mí con soltura y, cogiéndome del brazo, me obliga a subir a un coche de color amarillo, que se encontraba aparcado justo delante de mi portal, ante esta agresión no pude gritar, pues la voz se me estranguló del pánico que sentí.

Una vez dentro del coche, y antes de dejar atrás la parte antigua, me taparon los ojos  con un antifaz, por el movimiento del coche supe qué nos encontrábamos rodando por una carretera asfaltada y sin curvas, después de una hora de recorrido que se me antojó una eternidad, se para el coche, me quitan el antifaz, yo no veía nada presa del pánico que sentía se me había nublado la vista, sólo sabía  de qué me encontraba en un lugar donde se almacenaba chatarra, pues el olor que se respiraba en aquel recinto que  era a mugre y a hierro corrosivo.

Me obligan a entrar a una nave destartalada, un hombre orondo y de aspecto huraño, me dijo sin compasión alguna, que le tenía que entregar los documentos que contenían la carpeta de mi despacho con el número 180—001 pues lo necesitaba  con urgencia, justo para el día siguiente a la hora del café, y firmados por mi jefe, ya que por mi culpa se había retrasado la fecha de la entrega, ¿De qué me estaba hablando aquel hombre?, entonces dijeron que al no saber dónde se encontraba novio y por añadir la  dificultad  de localizarlo, habían decidido que fuera ella la que les dijera donde se encontraba, haciéndome responsable del  retraso, pues sin duda yo tenía que saber dónde se encontraba, y  que si resultaba  fallido el proceso que debía tener la entrega de este documento a su debido tiempo, yo sería la que tuviera que pagar las consecuencias, porque sin estos  documento en nuestro poder  nos vemos incapacitados para agilizar este negocio que tú tienes en tu poder,  por lo tanto acata nuestras órdenes o nos veremos obligados a que acceda por otros métodos más dolorosos, no intentes que este negocio se valla al garete.

Yo no podía ni pensar ¿Qué era lo que le estaba diciendo aquel hombre seboso y repugnante? ¿Estarían preparando el secuestro de mi novio?  Mira a su alrededor colgando de una viga pude ver una soga colgando, ahogué un grito con las manos estaban preparado un asesinato. Entonces empecé estaba segura  que estaban preparando un secuestro en toda regla y,  que si yo no les complacía  todo aquello acarrearía  resultados con consecuencias  graves.

Asustada miro hacia donde apuntaba con su rechoncho dedo aquella bola de sebo y, entonces vi que allí, atado en una silla desvencijada se encontraba Alberto, lo habían secuestrado, entonces era cierto, si yo  no cumplía sus condiciones, seguro que no lo volvería a ver con vida, el me miraba con ansiedad, yo creí morir de pánico, esos delincuentes estaban dispuestos a todo con tal de salirse con las suyas, salimos de aquel mugriento almacén, dejando  a Alberto maniatado y a mí después de ponerme el antifaz, me devuelven a mi casa, una vez en mi piso, me echo en la cama, no sabía que pensar me encontraba difusa, no podía pensar, pero tampoco podía hacer lo que me pedían, aquella noche me tomé todas las bolsas de tila que tenía en casa.

Al día siguiente y, con la vigilia gravada en el rostro  llego a la oficina media hora  antes que mis compañeras, inmediatamente busco en el archivo el documento con el número 180--001  donde supuse se encontraba la solución a mi problema, miro con minuciosidad, pero ese documento no lo encuentro,  me encontraba tan excitada que no me atrevo a esparcir el contenido del archivo por la mesa para buscarlo, mis compañeras estaban a punto de llegar, los nervios se apoderan de mí, de repente aparece ante mí un papel que más que un documento parecía una nota escrita con precipitación, en ella pude leer a la atención de   Mendoza  y Gutiérrez, solo eso, lo vuelvo a leer  con más  detenimiento y un escalofrío me recorre la espina dorsal; se trataba  de un fraude de miles de euros, que se estaba perpetrando con firmas falsificadas de supuestos restauradores para sacar cuadros del Museo Central.

Esto es demasiado, yo no puedo hacerlo, me meterán en la cárcel para toda la vida en cuanto se sepa que he sido yo la que se los ha proporcionado  “no lo hago” Y se sentó espantada tras su mesa, pero se levanta de un salto cuando piensa en lo que le pudieran hacer a Alberto.

Y, si Alberto muere, seré yo la responsable de su muerte, no podré vivir con una muerte a mis espaldas, entonces los miedos y las dudas parecían querer devorarme, y una vez en sus manos el documento seguro que vendrán a por mí; excitada  volví a releer de nuevo el documento, allí además de Mendoza y de Gutiérrez  había otros apellidos que me quedaron helada.

Me encontraba tan confusa que no  supe cuando entró mi jefe en su despacho, cuando mire se encontraba hablando por teléfono, parecía estar muy excitado con su interlocutor, poco después vi cómo al asomarse a mi despacho para preguntarme una memez, miraba con sigilo los papeles que tenía en mi mesa.

En esos momentos decido hacer algo, y se me ocurre coger todos aquellos documentos para  fotocopiarlos, y entonces decidida me dirijo al departamento de registros y archivos, pido a unas de mis compañeras que me permitan hacer unas fotocopias, aludiendo que la de nuestro departamento estaban reparándola.

Aquella fotocopiadora que tenían mis compañeras era casi arcaica, a veces no imprimía bien, pero a ellos les hacía su servicio, entonces recé para que funcionara.

Con los documentos ya fotocopiados me dirijo al baño, y cuando cruzo el pasillo, algo detuvo mi excitación, una voz dijo tras de mí, hace días que no la veo, entonces lo mire cómo si fuera mi única tabla de salvación ¿Te importaría hacerme un favor? “cómo no” –me dijo emocionado—ya que yo sabía qué hacía tiempo me tiraba los tejos sin resultado alguno por mí parte--- lo que me pidas me dijo, ¿Podrías salir en un momento a entregar este sobre al notario de aquí al lado, sólo lo tienes que entregar, son documentos de la oficina, me gustaría que lo hicieras ahora mismo.

 Sí dijo risueño en diez minutos lo tiene el notario.

Poco después y en el baño, puse otra fotocopia de los documentos dentro de mis medias, antes de salir de mi trabajo, me dirijo al conserje, lo entregaste, sí por supuesto, puede mandarme lo que quiera, siempre que esté en horario de trabajo.

Vi algo en él y, entonces me atreví a decirle, con acento desenfadado, pues desde este momento te auguro que desde ahora vas a tener más trabajo conmigo, porque en el caso de que notaras que no acudo a trabajar durante tres días, te pido que no digas nada a nadie  solo acude a la policía, para decirles que es posible que me hayan raptado.

 Y los dos rieron la ocurrencia.

Poco después a la vuelta de una esquina me esperaban los secuestradores que me introducen en un todo terreno negro tintado, de nuevo me ponen el antifaz. A mi llegada a la nave y al quitarme el antifaz, noté algo raro, mis sospechas se desbocaron y grite con todas mis fuerzas, ”dónde está Alberto”, mientras tanto el tal Mendoza salía de una puerta minúscula mirándose las uñas despreciativamente. Traes lo mío, entonces me subo la falda y tiro de los documentos que se habían enganchado a propósito en el encaje de la braguita, los dos hombres que le escoltaban ante mi ademan sacaron sus pistolas.

Una vez de que Mendoza ojeara los documentos, sin resistencia desataron a Alberto, no pude ver más porque  de nuevo me vi con el antifaz puesto, después de un trecho que para mí fue agónico, nos apearon a los dos del coche, nos quitaron el antifaz, y desaparecieron, no sin antes amenazarnos de que estábamos vigilados, cualquier movimiento en falso, sería nuestra muerte.

Miramos a nuestro alrededor y, no sabíamos dónde nos encontrábamos, el paraje era desolador, el ruido de una camioneta desvencijada nos atronó con su ruido infernal, la paramos y le pedimos que nos llevara a una carretera más transitada  que nos llevara a Madrid, el hombre accedió para poco después  nos quedó  tirados en una carretera rural, y de nuevo nos encontramos perdidos, anduvimos  una, tal vez dos horas sin rumbo, mientras informaba a Alberto de lo que había tenido que hacer para que lo liberaran, no pude contarle nada más, pues sólo pensaba en la  situación tan comprometida  en la que me habían metido esos delincuentes.

Poco después de narrarle  mi relato Y de lo que había tenido que hacer aún a pesar de poner en peligro mi trabajo, Alberto no me consoló, apartó su mirada de mí, de pronto, cambió de actitud y,  cómo sui un resorte le empujara  con enorme violencia, me dijo, tenemos que huir, yo lo miré desconcertada, pero el tampoco percibió que en mi mirada se reflejaba escepticismo, pero Alberto siguió haciendo planes como si todo fuera un juego.

Por ahora  no se me ocurre el lugar exacto a donde ir, pero sí tiene que ser fuera de España. Me sorprendió que tuviera tanta agilidad mental haciendo con este gesto que aumentara mi inquietud, esa inquietud que no me había abandonado desde que firmé aquellos documentos que según mi jefe, cuando me hizo firmarlos sólo era un mero trámite burocrático.

Y seguí pensando en todo lo que me había acaecido en tan sólo unas horas, yo no sé cómo pude tener esa percepción en  esos momentos en que me encontraba usurpando aquellos documentos, y cómo tuve la valentía de ordenar al conserje que lo depositara ante un notario.

Más tarde, me hice la encontradiza con el conserje, que ajeno a lo que me pasaba charló unos minutos conmigo, alguien pronunció su nombre en esos momentos, el salió afuera del mostrador para atenderle, entonces sibilinamente aproveché ese descuido y  metí un lápiz electrónico en el cajón donde cada día pude  observar que metía  su bocadillo del desayuno.

Entonces vi el momento propicio para despedirme con un hasta luego. Ya parecía sentirme  un poco más tranquila si es que se puede estar después de haber hecho semejante fechoría, pero mi inquietud por momentos se convirtió en zozobra, ¿y si llegara en el caso que el conserje extraviara él pendray?, no podría justificar mi inocencia en ningún juzgado, yo sería culpable de todo,

Observo a Alberto y me sorprende de que a cada minuto que pasaba lo veía más tranquilo, de repente  me abrazó por la cintura y, así muy juntos seguimos caminando, una pareja de la guardia civil pasa a nuestro lado, nos preguntan, si necesitamos sus servicios, Alberto ante su presencia pareció contrariado, yo le conté la historia de lo acontecido, poco después un coche   de la benemérita nos lleva a casa.

Al día siguiente, y después de hacer mi declaración de los hechos en la comisaría y, en régimen confidencial, por ser uno de los casos que hasta no ser aclarados no se pueden divulgar siendo secreto de sumario.

Entramos en una de las oficinas, allí  nos dieron un pasaje de avión para Marsella por tiempo aún por determinar, sólo teníamos que pasar desapercibidos.  Yo me encontraba estupefacta, me están premiando por haber sido por unas horas una delincuente. Pero al parecer todo era correcto, yo no pude disimular mí alegría,  estábamos a salvo de esos delincuentes, en Marsella, no nos encontrarían.

Una noche después de una velada inolvidable con Alberto, recibo una llamada de la policía, ya hemos desmantelado el entramado de los cuadros, los hemos cogidos a todos, bueno menos a uno, pero aún no sabe que lo tenemos vigilado.

Alberto acude a la llamada del teléfono, parecía nervioso.

¿Cariño sucede algo que yo deba saber?

Yo me quedo helada, a Alberto le había cambiado la voz.

Qué, me dijo zalamero, dime ¿Quién te ha llamado?

Antes de responder, un coche de atestado acercándose a nosotros, me saludan con respeto mientras  se llevaban esposado a Alberto.

No fui capaz de obsequiarlo ni siquiera con una mirada de desprecio, pues tan sólo sentía una gran consternación.

¿Tuvo algo que ver que aquellos días nevara copiosamente en Madrid?

 




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